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En otros tiempos, Charlie haba credo en esto, verdaderamente. Y quiz todava crea en ello. S, lo haba visto claramente en su cerebro. Haba llamado a las puertas de desconocidos, y haba visto cmo la ira desapareca de la cara de aquella gente, cuando ella llegaba al punto culminante de su argumentacin. Lo haba sentido, y lo haba manifestado. Haba defendido el derecho de las personas a liberar la mente de las personas, el derecho a liberarnos recprocamente del dominante embrutecimiento de los condicionamientos capitalistas y racistas, y que cada cual se entregara a los dems, en voluntario compaerismo. Al aire libre, y en un da claro y luminoso, esta visin todava llenaba el corazn de Charlie y la impulsaba a llevar a efecto hazaas valerosas que, hallndose en fro, no hubiera siquiera contemplado. Pero entre aquellas paredes, ante aquellas astutas caras, Charlie no tena el espacio suficiente para desplegar las alas.

En tono todava ms estridente, Charlie volvi a la carga:

-No s si sabes, Mart, que una de las diferencias que median entre las personas de mi edad y las de la tuya consiste en que nosotros nos fijamos un poco en quienes son las personas a quienes entregamos nuestra existencia y las razones por las que la entregamos. No sentimos el menor entusiasmo a dar nuestra vida, y vete a saber por qu razn, a una empresa multinacional registrada en Liechtenstein y con sede en las malditas Antillas Holandesas.

Estas frases eran de Al, desde luego. Y Charlie haba copiado incluso la sarcstica entonacin de Al, para poderlas decir. Charlie sigui:

-No nos parece una buena idea, ni mucho menos, el que unas personas a las que no conocemos, de las que jams hemos odo hablar y a las que no hemos votado, anden por ah estropeando el mundo en nuestro beneficio. Y se da la graciosa circunstancia consistente en que los dictadores no nos gustan, tanto si son grupos de personas, de naciones o de instituciones, y tampoco nos gusta la carrera de armamentos, ni la guerra qumica, ni cualquier otro aspecto de ese catastrfico juego. Creemos que el Estado de Israel no debe ser una guarnicin norteamericana imperialista, y no creemos que los rabes sean un hatajo de salvajes plagados de pulgas, como tampoco son decadentes jeques petroleros. Por eso, rechazamos. Con el fin de no padecer ciertas resacas, ciertos prejuicios, y de tener ciertas fidelidades y alineamientos. En consecuencia, el rechazo es positivo, no es cierto? S, ya que no tener todo lo que he dicho es positivo.

Mientras Litvak escriba pacientemente, Kurtz pregunt:

-Has hablado de estropear el mundo, de qu forma, Charlie?

-Envenenndolo. Quemndolo. Dejndolo apestando a colonialismo, y a un total y calculado lavado de cerebro de las clases trabajadoras.

Charlie hizo una pausa, y pens: Las otras frases las recordar dentro de un instante.

Dijo:

-En consecuencia, no me pidis que os d el nombre y la direccin de mis cinco principales hroes, comprendes, Mart? No, porque los llevo aqu. -Charlie se golpe el pecho. Sigui-: Y no intentis darme lecciones burlonas, cuando os puedo recitar a todos, durante toda la noche, la obra del Che Guevara. Preguntadme si quiero que el mundo sobreviva, si quiero que mis hijos

Muy interesado, Kurtz pregunt:

-Realmente puedes recitar al Che Guevara?

Litvak levant delicadamente una mano, mientras segua escribiendo con furia con la otra, y dijo:

-Un momento, por favor. Esto es formidable. Espera un segundo, slo un segundo, Charlie.

Charlie, con las mejillas ardientes, dijo secamente:

-Por qu no os gastis un poco de dinero y os compris un magnetfono? O lo robis, ya que parece que ste es vuestro negocio?

Mientras Litvak segua escribiendo, Kurtz repuso:

-Porque no podemos destinar una semana a leer las transcripciones de las cintas. El odo selecciona, querida. Y las mquinas no seleccionan. Las mquinas son antieconmicas.

Mientras esperaban que Litvak terminara su escritura, Kurtz insisti:

-Realmente puedes recitar los textos del Che Guevara, querida?

-No, claro que no puedo.

A espaldas de Charlie, millas de distancia pareca, la fantasmal voz de Joseph modific cortsmente la contestacin de Charlie:

-Pero podra hacerlo si los aprendiese.

Con cierto orgulloso matiz de creador en su voz, Joseph aadi:

-Charlie tiene una memoria increble. Le basta con or algo para incorporarlo a su mente. Si quisiera, Charlie podra aprenderse de memoria la obra completa del Che Guevara en una semana.

Por qu haba hablado Joseph? Intentaba dulcificar la situacin? Pretenda dar una advertencia? O acaso quera interponerse entre Charlie y su inmediata destruccin? Pero Charlie no estaba de humor para prestar atencin a las sutilezas de Joseph, y, por su parte, Kurtz y Litvak estaban hablando entre s, en esta ocasin en hebreo.

Charlie les pregunt:

-Os molestara mucho hablar en ingls, en mi presencia? Cortsmente, Kurtz dijo:

-Es slo un instante, querida.

Y sigui hablando en hebreo.

Con la misma metodologa clnica -nicamente constar en el expediente, Charlie-, Kurtz la indujo laboriosamente a hablar de los restantes incongruentes artculos de su dubitativa fe. Charlie se rebel, cooper y volvi a rebelarse, con la creciente desesperacin de quien slo sabe a medias. Kurtz rara vez esgrimi crticas, estuvo corts en todo momento, ech ojeadas a los papeles, habl brevemente con Litvak, o, a sus propios e indirectos fines, escribi alguna que otra nota en su bloc. Charlie, en su fuero interno, mientras iba naufragando no sin luchar ferozmente, se vea a s misma en uno de aquellos improvisados happenings de la escuela de arte dramtico, esforzndose en representar un papel que perda ms y ms significado a medida que ella se adentraba en l. Observaba sus propios ademanes y se daba cuenta de que nada tenan que ver con sus palabras. Charlie protestaba, en consecuencia era libre. Charlie gritaba, en consecuencia protestaba. Escuchaba su propia voz y se daba cuenta de que a nadie perteneca. De entre las conversaciones en cama sostenidas con un olvidado amante entresacaba una frase de Rousseau, de otra ocasin entresacaba una frase de Marcuse. Vio que Kurtz se reclinaba en la silla, efectuaba un lento movimiento afirmativo con la cabeza, y dejaba el lpiz sobre la mesa, por lo que Charlie supuso que sus contestaciones haban terminado, o, mejor dicho, que las preguntas de Kurtz haban terminado. Charlie decidi que, teniendo en consideracin la superioridad de su pblico y la pobreza de sus propias frases, haba llevado a cabo una interpretacin muy digna, a fin de cuentas. Kurtz pareca opinar lo mismo. Charlie se sinti mejor y mucho ms segura. Kurtz tambin, al parecer.

Kurtz declar:

-Charlie, te felicito. Te has expresado con gran honestidad y franqueza, por lo que te damos las gracias.

Litvak, el escribano, murmur:

-Si., s, ciertamente.

Sintindose fea y acalorada, Charlie dijo:

-Absolutamente de nada.

Kurtz pregunt:

-Te molestara que interpretara un poco tu actitud?

-S, mucho.

Sin mostrar sorpresa, Kurtz pregunt:

-Y por qu?

-Pues porque somos una alternativa. No somos un maldito partido, no estamos malditamente organizados, no tenemos un maldito manifiesto. Y no estamos dispuestos a que nos interpreten.

A Charlie le hubiera gustado poder prescindir de sus frecuentes malditos. O, por lo menos, que sus palabras violentas acudieran ms naturalmente a sus labios, en la austera compaa de aquella gente.

De todas maneras, Kurtz hizo su interpretacin, y procur voluntariamente ser un tanto

lento:

-Por una parte, Charlie, parece que nos encontramos ante las premisas bsicas del anarquismo clsico, tal como fue predicado desde el siglo xviii hasta nuestros das.