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-Despus de haberme pasado una noche entera contestando tus estpidas preguntas, no, no me acuerdo.

Kurtz pregunt a Charlie:

-Adnde vas? Quieres ir al lavabo? Rachel, acompaa a Charlie al lavabo. Rose.

Charlie estaba de pie. Oy pasos suaves que, procedentes de las sombras, se le acercaban. Charlie dijo:

-Me voy. En el ejercicio de mis opciones. No quiero saber nada de este asunto. Y me voy ahora.

-Ejercers tus opciones en perodos especficos, y slo cuando nosotros te lo ofrezcamos. Y si te has olvidado de las personas que os hablaron en este segundo seminario, espero que puedas decirme por lo menos el tema del cursillo.

Charlie se encontraba de pie, y, sin que supiera determinar por qu, el hecho de estar de pie la haca sentirse ms pequea. Pase la vista a su alrededor y vio a Joseph, con la cabeza apoyada en la mano, apartada la cara de la luz de la lmpara. Ante la atemorizada vista de Charlie, Joseph pareca hallarse suspendido en algo parecido a una ciudad intermedia, entre el mundo de Charlie y el suyo propio. Pero mirase Charlie donde mirase, la voz de Kurtz le llenaba la cabeza, acallando a los seres que en su interior vivan. Charlie apoy las palmas de las manos en la mesa y se inclin al frente. Tena la impresin de hallarse en el templo de un culto extrao, sin amigos que le dijeran cundo tena que estar de pie, cundo arrodillada. Pero la voz de Kurtz se encontraba en todas partes, y hubiera carecido de importancia el que Charlie se tumbara en el suelo o saliera volando por los vidrios policromos, yendo a parar a cien millas de distancia. En ningn lugar estara a salvo de la intrusin de aquella voz. Charlie levant las manos de la mesa y se las puso a la espalda, oprimindolas con fuerza, debido a que estaba perdiendo el dominio de sus propios ademanes. Las manos son importantes, las manos hablan. Las manos actan. Charlie sinti que sus manos se consolaban, la una a la otra, igual que nios aterrados. Kurtz le hablaba acerca de unas conclusiones.

-Firmaste las conclusiones, Charlie?

-No lo s!

-Pero, Charlie, siempre se redactan unas conclusiones al final de las sesiones. Hay un coloquio, hay discusiones, y se llega a unas conclusiones. Cules fueron las conclusiones? Intentas decirme seriamente que ignoras esas conclusiones y que ni siquiera sabes si las firmaste o no? Hubieras podido negarte a firmarlas?

-No.

-Charlie, s razonable. Cmo es posible que una persona con tu tan injustamente poco valorada inteligencia, sea capaz de olvidar cosa tan importante como las conclusiones formales adoptadas al final de un seminario que dur tres das? Unas conclusiones que se redactan una y otra vez, que se corrigen, que se votan, que se aprueban o no se aprueban, que se firman o no se firman? Una resolucin, unas conclusiones, ello comporta una serie de laboriosas sesiones. A qu se debe que, de repente, tus contestaciones sean tan vagas, cuando eres capaz de ser tan precisa y exacta en otros temas?

A Charlie aquello haba dejado de importarle. Le importaba tan poco que ni siquiera crea vala la pena decirle a Kurtz que aquello le importaba un pimiento. Estaba mortalmente cansada. Deseaba volver a sentarse, pero no poda. Necesitaba un descanso, necesitaba orinar, arreglarse el maquillaje, y dormir durante cinco aos. Tan slo cierto sentido de los modales teatrales le deca que deba seguir en pie, y aguantar hasta el final.

All, ms abajo que ella, Kurtz haba sacado un nuevo papel de su cartera. Despus de haber estudiado el papel, Kurtz decidi dirigirse a Litvak:

-Ha dicho que dos veces, verdad?

Litvak se mostr de acuerdo:

-Dos veces ha sido el mximo. Le has dado todo tipo de oportunidades para que elevara el nmero, pero se ha quedado en dos.

-Y cuntas fueron, segn vosotros?

-Cinco.

-Y por qu se empea en decir que slo dos? Arreglndoselas para parecer todava ms defraudado que su compaero, Litvak dijo:

-Prefiere quitar importancia al asunto. Atena el caso en un doscientos por ciento.

Kurtz lleg lentamente a la conclusin:

-En este caso, miente.

-Claro que miente.

-No miento! Lo he olvidado! Fue cosa de Al! Fui por Al! Y esto es todo!

Entre las baratas plumas que se alineaban en el bolsillo de la pechera, Kurtz llevaba un pauelo de color caqui. Lo extrajo y se lo pas por la cara, en extraos movimientos, cual si manejara un plumero, que terminaron en sus labios. Luego volvi a variar la posicin de su reloj, de izquierda a derecha, en un rito personal.

-No quieres sentarte?

-No.

La negativa de Charlie entristeci a Kurtz:

-Charlie, ahora no te comprendo. Estoy perdiendo la confianza que tena en ti.

-Pues pirdela de una maldita vez! Bscate a otra a quien dar la lata! A santo de qu tengo que estar perdiendo el tiempo, con jueguecitos de saln con un hatajo de matones israeles? Andad a matar ms rabes con vuestras bombas! Dejadme en paz! Os odio! A todos!

Cuando Charlie dijo estas palabras, tuvo una curiossima intui cin. Se dio cuenta de que slo a medias escuchaban sus palabras, en tanto que la otra mitad de su atencin se centraba en su tcnica, la de Charlie. Si alguien le hubiera dicho Repitamos esto, Charlie, pero esta vez acta ms despacio, Charlie no hubiera quedado sorprendida. Pero ahora Kurtz tena que decir la suya, y, como muy bien saba Charlie a estas alturas, nada en este mundo del Dios judo iba a impedrselo. Cuando habl, la voz de Kurtz haba recobrado su volumen y ritmo natural, pero su podero no disminuy en absoluto:

-Charlie, no comprendo tu actitud evasiva. No comprendo las discrepancias que median entre la Charlie que ahora nos ofreces y la Charlie que consta en nuestros papeles. Tu primera visita a esta escuela de revolucionarios tuvo lugar el da quince de julio del ao pasado, y se trataba de un cursillo de dos das para novatos, sobre el tema general del colonialismo y la revolucin, y s, efectivamente, fuisteis en autocar, y erais un grupo de gente de teatro, entre la que se encontraba Alastair. Tu segunda visita tuvo lugar un mes ms tarde, y tambin la hiciste en compaa de Alastair. En esta segunda ocasin os dirigi la palabra, a ti y a tus compaeros de estudios, un individuo que se calificaba a s mismo de exiliado boliviano, pero que se neg a dar su nombre, y tambin os habl un caballero igualmente annimo, quien afirm hablar en representacin del ala izquierda del IRA. T firmaste generosamente un cheque de cinco libras para cada una de estas organizaciones, y tenemos la fotocopia del cheque.

-Lo firm por cuenta de Al! Al estaba sin un penique!

-La tercera ocasin fue un mes ms tarde, y t tomaste parte en una discusin sumamente pattica sobre los trabajos del pensador norteamericano Thoreau. La conclusin del grupo, conclusin a la que t te adheriste, fue que Thoreau, en lo tocante a militancia, no era ms que un idealista carente de importancia, con muy pocos conocimientos prcticos de activismo; en resumen, que era un desgraciado. T no slo te adheriste a esta resolucin, sino que propusiste una resolucin complementaria exhortando a todos los camaradas a que adoptaran posturas ms radicales.

-Fue por Al! Yo quera que aquella gente me aceptara! Quera complacer a Al! Al da siguiente ya me haba olvidado!

-En el mes de octubre, t y Alastair volvisteis all, en esta ocasin para participar en unas sesiones especialmente combativas centradas en el fascismo burgus en las sociedades capitalistas, y esta vez tuviste destacadas intervenciones en las discusiones de los grupos, y obsequiaste a tus camaradas con muchas ancdotas mticas referentes al delincuente de tu padre, a tu intil madre y a la educacin represiva que te dieron.

Charlie, ahora, haba dejado de protestar. Haba dejado de pensar y de ver. Tena la expresin de los ojos borrosa, y se mordisqueaba la parte interior del labio inferior, suavemente, a modo de castigo. Pero no poda dejar de estudiar, debido a que la voz de Kurtz no se lo permita.