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Alexis senta lo anterior profundamente y con gran conviccin.

La obligatoria reunin para terminar lo anterior se celebr en la sala de conferencias, bajo la presidencia del pesado silesio, con ms de trescientas sillas delante, la mayora de ellas vacas, pero con los dos grupos, el alemn y el israelita, apiados cual dos familias en una boda, a uno y otro lado del pasillo. Los alemanes estaban reforzados con funcionarios del ministerio del interior y algunos cazadores de votos del Bundestag. Los israelitas contaban con la presencia del agregado militar de su embajada, pero varios miembros del equipo, entre ellos el flaco y plido ayudante de Schulmann, ya se haban ido a Tel Aviv. O, por lo menos, esto dijeron sus camaradas. Los restantes se reunieron a las once de la maana, y slo llegar pudieron ver una mesa de comedor cubierta con un mantel, sobre la que los reveladores fragmentos de la explosin reposaban cual hallazgos arqueolgicos, encontrados despus de largas excavaciones, cada uno de ellos con una musestica tarjetita atada, tarjetita escrita con mquina elctrica. En un tablero, en la pared, junto a la mesa, pudieron ver las habituales fotografas horrendas, en color para mayor realismo. En la puerta, una linda muchacha que sonrea con excesivo encanto entreg a todos carpetas de plstico que contenan los antecedentes del caso. Si en vez de repartir esto la muchacha hubiera repartido caramelos o helados, Alexis no se hubiera sorprendido. Los miembros del grupo alemn charlaban entre s y estiraban el cuello para verlo todo detenidamente, los israelitas incluidos, quienes, por su parte mantenan el mortal silencio propio de las personas para quienes perder un segundo era una tortura. nicamente Alexis -y de ello estaba seguro- perciba y comparta la secreta angustia de los israelitas fuera cual fuese su origen.

Alexis decidi que aquello era una terrible exageracin. Se dijo: somos el colmo. Haca tan slo una hora, Alexis haba esperado que le encomendaran dirigir la sesin. Haba previsto, e incluso se haba preparado en secreto para ello, pronunciar unas tersas palabras con su lapidario estilo, soltar al estilo ingls un diligente muchas gracias, caballeros, y dar por terminada la sesin. Pero no fue as. Los capitostes haban llegado a conclusiones, y queran al silesio para desayuno, almuerzo y cena. En tanto que no queran a Alexis ni siquiera para el caf. En consecuencia, Alexis decidi mantenerse en ltimo plano, ostentosamente, con los brazos cruzados, fingiendo leve inters, mientras en el fondo echaba chispas y se senta solidario de los israelitas. Cuando todos, salvo Alexis, estaban sentados, el silesio hizo su entrada, caminando con aquel estilo plvico que, segn la experiencia de Alexis, cierto tipo de alemanes no podan evitar, cuando se disponan a subir a un estrado. El silesio iba seguido de un asustado joven, con chaqueta blanca, cargado con una maltratada maleta gris que luca etiquetas de los servicios areos escandinavos, y que deposit junto a la mesa. Alexis busc con la mirada a su hroe, Schulmann, y lo descubri sentado solo, junto al pasillo y al fondo de la sala. Iba sin chaqueta y sin corbata, y llevaba un par de cmodos pantalones que, debido a la generosa barriga de Schulmann, terminaban un poco antes de llegar a los zapatos pasados de moda. El reloj de acero lanzaba destellos en la tostada mueca, y la blancura de la camisa, en contraste con la piel curtida por la intemperie, le daba el benvolo aspecto de una persona que se dispone a salir de vacaciones.

Alexis se acord de su penosa entrevista con los capitostes, y llevado por vanas ilusiones, pens, dirigindose a Schulmann: Espera, que voy contigo.

El silesio habl en ingls, en deferencia a nuestros amigos de Israel. Pero Alexis sospech que tambin lo hizo en deferencia a aquellos de sus partidarios que haban acudido para ver la actuacin de su valido. El silesio haba seguido el obligatorio curso de lucha antisubversiva, en Washington, y en consecuencia hablaba el despedazado ingls propio de un astronauta. A modo de prembulo, el silesio dijo que el atentado haba sido obra de elementos de la izquierda radical, y cuando el silesio consigui hacer una incidental referencia a las excesivas proclividades socialistas de nuestra actual juventud, los parlamentarios alemanes rebulleron aprobatoriamente. Alexis pens: Ni siquiera nuestro amado Fhrer hubiera podido hacerlo mejor. Pero permaneca externamente impasible. El estallido de la bomba se proyect de abajo arriba, por razones arquitectnicas, dijo el silesio, indicando un esquema que su ayudante haba desplegado, y haba arrancado de la casa la estructura central, arrancando el piso superior, y, en consecuencia, el dormitorio del nio. Alexis enfurecido pens: En resumen, fue una explosin gorda, por qu no lo dices y te callas de una maldita vez? Pero el silesio no era hombre proclive a callarse. Las estimaciones ms ajustadas sealaban una carga de cinco quilos. La madre haba sobrevivido debido a que estaba en la cocina. La cocina era un Anbau. Este brusco e imprevisto empleo de una palabra alemana produjo, por lo menos entre los parlamentarios alemanes, una extraa inquietud.

Dirigindose a su ayudante, el silesio farfull con broncos acentos:

-Was ist Anbau?

Y con estas palabras consigui que todos irguieran la espalda, en busca de la traduccin.

Alexis fue el primero en gritar:

-Anexo.

Con lo que se gan las reprimidas risas de quienes lo saban, y la irritacin no tan reprimida de los fanticos del silesio. En su mejor ingls el silesio repiti:

-Annexe.

Y, haciendo caso omiso de quien a su pesar le haba ayudado, el silesio prosigui su machacona explicacin.

Alexis decidi: la prxima vez que vuelva a vivir ser judo, o espaol, o esquimal, o un convencido anarquista, cual lo es todo el mundo; pero jams volver a ser alemn, esto es algo que se hace una sola vez, a modo de penitencia y basta; slo un alemn es capaz de dar una conferencia inaugural sobre un nio judo muerto.

Ahora, el silesio hablaba de la maleta. Era una maleta barata y fea, del tipo usado por cuasi personas tales como los criados y los turcos. Y hubiera podido aadir: y los socialistas. Quienes tuvieran inters en ello podan verlo gracias a la lectura de las carpetas de plstico o al estudio de los fragmentos del bastidor metlico que haba sobre la mesa. Y tambin podan concluir, cual Alexis haba concluido, haca ya tiempo, que tanto la bomba como la maleta eran pistas carentes de toda importancia. Pero nadie poda dejar de escuchar al silesio, debido a que aquel da era el da del silesio, y su discurso era el canto de victoria sobre su depuesto enemigo, el libertario Alexis.

A partir de la maleta, el silesio pas laboriosamente a su contenido. El ingenio explosivo haba quedado fijado mediante rellenos, caballeros, dijo el silesio. El primer relleno estaba integrado por peridicos viejos que, segn los anlisis, correspondan a las ediciones de Bonn impresas durante los ltimos seis meses por Springer. Esto, a Alexis, le pareci muy congruente. El segundo relleno era una manta militar, de desecho, cortada a trozos, de la misma clase que la que me entreg mi colega, Fulano de Tal, de los laboratorios de anlisis estatales. Mientras el atemorizado ayudante mostraba una gran manta gris para que todos la vieran, el silesio expuso orgullosamente sus restantes y maravillosas pistas. Alexis escuch cansadamente el ya conocido recitado: restos de un detonador partculas de explosivo que no estallaron, explosivo que era plstico ruso, conocido por los americanos como C4, por los ingleses como PE, y por los israelitas como fuera que le conocieran el muelle de un reloj de pulsera barato el chamuscado pero todava identificable gancho de una percha domstica. En una palabra, pens Alexis, el clsico ingenio que pueda construir un recin licenciado de una escuela de fabricacin de bombas caseras. No haba materiales comprometedores, ni muestras de vanidad, ni adornos, con la salvedad de un circuito elctrico, construido con materiales de juego infantil, que se encontraba adosado al ngulo interior de la tapa de la maleta. Sin embargo, Alexis pens que con la clase de materiales destinados actualmente a juegos de nios, aquel circuito le induca a uno a recordar con nostalgia a los buenos y anticuados terroristas de los aos setenta.