– Dos en el camino de acceso y cuatro al otro lado del prado. Instalaste tu punto de observación justo en el sitio donde habíamos puesto la alarma. Las mejores vistas de la granja se tienen desde allí. Por lo general, los que se suelen acercar son alces o ciervos (a veces, alguna persona buscando bayas), pero no es muy frecuente que alguien aparezca moviéndose con sigilo y un arma en la mano.
Guardó silencio durante un momento.
– ¿Realmente creías que Zalachenko iba a estar completamente desprotegido en una pequeña casa en el campo?
Lisbeth se masajeó el cuello e hizo amago de levantarse.
– Quédate en el suelo -dijo Zalachenko con severidad.
Nieder mann dejó de examinar el arma y contempló a Lisbeth tranquilamente. Arqueó una ceja y le mostró una sonrisa. A ella le vino a la mente el rostro desfigurado de Paolo Roberto que había visto por televisión y decidió que sería mejor idea permanecer en el suelo. Suspiró y apoyó la espalda contra el sofá.
Zalachenko estiró la mano derecha, la que le quedaba sana. Niedermann se sacó un arma de la cinturilla del pantalón, retrajo la corredera alimentando la recámara y se la pasó. Lisbeth advirtió que se trataba de una Sig Sauer, la pistola estándar de la policía. Zalachenko asintió con la cabeza. Sin mediar palabra, Niedermann dio media vuelta de pronto y se puso una cazadora. Salió de la habitación y Lisbeth oyó cómo se abrió y cerró la puerta de la entrada.
– Es sólo para que no se te ocurra hacer ninguna tontería. En el mismo instante en que intentes levantarte, te dispararé a bocajarro.
Lisbeth se relajó. Le daría tiempo a meterle dos balas, tal vez tres, antes de que ella pudiera alcanzarlo, y lo más seguro es que empleara una munición que le haría desangrarse en un par de minutos.
– ¡Joder, qué pinta tienes! -comentó Zalachenko, señalando el aro de la ceja de Lisbeth-. Pareces una puta.
Lisbeth le clavó la mirada.
– Aunque has sacado mis ojos -dijo él.
– ¿Te duele? -le preguntó ella, señalando la prótesis con un movimiento de cabeza.
Zalachenko la contempló un largo rato.
– No. Ya no.
Lisbeth asintió con la cabeza.
– Tienes muchas ganas de matarme -dijo él.
Ella no le contestó. De repente, él se rió.
– Me he acordado mucho de ti durante todos estos años. Prácticamente cada vez que me miraba al espejo.
– Deberías haber dejado en paz a mi madre.
Zalachenko se rió.
– Tu madre era una puta.
Los ojos de Lisbeth brillaron negros como el azabache.
– No era una puta. Trabajaba de cajera en un supermercado para intentar llegar a fin de mes.
Zalachenko se volvió a reír.
– Móntate las películas que quieras. Yo sé que era una puta. Le faltó tiempo para quedarse preñada e intentar que me casara con ella. Como si yo me casara con putas.
Lisbeth no dijo nada. Miró la punta de la pistola con la esperanza de que él desviara la atención un instante.
– La bomba incendiaria fue una idea muy astuta. Te odié. Pero luego no le di más importancia. No merecía la pena malgastar energías contigo. Si hubieses dejado las cosas como estaban, yo no habría movido un dedo.
– Y una mierda. Bjurman te contrató para matarme.
– Eso no tiene nada que ver. Se trataba de un simple acuerdo comercial, él necesitaba una película que tú tenías y yo llevo un pequeño negocio.
– Y pensaste que yo te daría la película.
– Sí, hija mía. Estoy convencido de que sí. No tienes ni idea de lo colaboradora que se vuelve la gente cuando Ronald Niedermann le pide algo. Sobre todo, cuando arranca la motosierra y te corta un pie. Además, en mi caso, eso sería una justa recompensa. Pie por pie.
Lisbeth pensó en Miriam Wu en manos de Ronald Niedermann en aquel almacén de las afueras de Nykvarn. Zalachenko malinterpretó su gesto.
– No tienes de qué preocuparte. No tenemos planeado descuartizarte.
Se quedó mirándola.
– ¿De verdad te violó Bjurman?
Lisbeth no respondió.
– Joder, qué mal gusto tenía ese tipo. He leído en el periódico que eres una asquerosa bollera. No me sorprende. Comprendo que ningún chico quiera hacer nada contigo.
Lisbeth seguía sin contestar.
– A lo mejor debería pedirle a Niedermann que te diera un repaso. Creo que te vendría bien.
Se quedó pensativo.
– Aunque Niedermann no mantiene relaciones sexuales con chicas. No, no es que sea maricón; es sólo que no le va el sexo.
– Entonces, tendrás que darme tú el repaso -díjo Lisbeth de manera provocadora.
«Acércate. Comete un error.»
– No, en absoluto. Sería perverso.
Permanecieron callados un instante.
– ¿Qué estamos esperando? -preguntó Lisbeth.
– Mi compañero volverá en seguida. Sólo va a mover tu coche y a encargarse de otra pequeña gestión. ¿Dónde está tu hermana?
Lisbeth se encogió de hombros.
– Contéstame.
– No lo sé y, sinceramente, me importa una mierda.
Zalachenko se volvió a reír.
– ¿Amor fraterno? Camilla siempre fue la que tuvo algo en la cabeza mientras que tú sólo eras una basura que no valía para nada.
Lisbeth no replicó.
– Pero tengo que reconocer que me resulta de lo más satisfactorio volver a verte de cerca.
– Zalachenko -dijo Lisbeth-, eres tremendamente pesado. ¿Fue Niedermann quién mató a Bjurman?
– Por supuesto. Ronald Niedermann es el soldado perfecto. No sólo obedece órdenes, sino que también toma la iniciativa cuando es necesario.
– ¿De qué agujero lo has sacado?
Zalachenko contempló a su hija con una expresión extraña. Abrió la boca como si fuera a decir algo; luego, dudó y permaneció callado. Miró hacia la puerta por el rabillo del ojo y, de repente, mostró una sonrisa.
– ¿Me estás diciendo que todavía no lo has averiguado? -preguntó-. Según Bjurman, se supone que eres un hacha investigando.
Después Zalachenko soltó una carcajada.
– Nos conocimos en España a principios de los años noventa, cuando estaba convaleciente tras tu pequeña bomba incendiaria. Él tenía veintidós años y se convirtió en mis brazos y mis piernas. No está contratado; somos socios. Llevamos un floreciente negocio.
– Trafficking.
Él se encogió de hombros.
– Se podría decir que hemos diversificado nuestras líneas de negocio y que nos dedicamos a numerosos productos y servicios. La idea es mantenernos en un discreto segundo plano y no dejarnos ver nunca. ¿De verdad no te has dado cuenta de quién es Ronald Niedermann?
Lisbeth permaneció en silencio. No entendía a qué se refería.
– Es tu hermano -dijo Zalachenko.
– No -dijo Lisbeth, conteniendo la respiración.
Zalachenko se volvió a reír. Pero la pistola seguía apuntándola de manera firme y amenazadora.
– Bueno, para ser más exactos, tu hermanastro -precisó Zalachenko-. El resultado de una simple distracción que tuve en Alemania durante una misión que me encargaron en 1970.
– Y has convertido a tu propio hijo en un asesino.
– Qué va. Sólo le he ayudado a desarrollar su potencial. Él ya tenía aptitudes para matar mucho antes de que yo me encargara de su formación. Será él quien dirija la empresa familiar después de mí.
– ¿Sabe que somos hermanastros?
– Por supuesto. Aunque si crees que vas a poder apelar a sus sentimientos fraternales, olvídalo. Yo soy su única familia. Tú no eres más que una interferencia en el horizonte. Te diré, de paso, que no es tu único hermanastro; tienes, al menos, otros cuatro, y tres hermanastras más en diferentes países. Uno de ellos es un idiota, pero hay otro que en verdad promete; es el que lleva la sucursal de Tallin. Sin embargo, Ronald es el único de mis hijos que hace honor a los genes de Zalachenko.
– Supongo que mis hermanastras no ocupan ningún puesto en la empresa familiar.
Zalachenko se quedó perplejo.
– Zalachenko, no eres más que uno de esos cabrones que odian a las mujeres. ¿Por qué matasteis a Bjurman?