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– Y a mí no me gustaría que fuera de otra manera.

– Bien. Pero ¿podrás aguantar que una persona se pase toda la primavera encima de ti criticándote sin cesar?

Dag Svensson sonrió mirando a Mikael.

– Adelante.

Mikael asintió.

– Si va a ser un número temático, debemos tener más artículos. Mikael, necesito que escribas algo sobre la economía del comercio sexual. ¿Cuánto dinero se mueve anualmente? ¿Quién gana y adonde va a parar ese dinero? ¿Es posible demostrar que una parte acaba yendo al Tesoro Público? Monika: quiero que ofrezcas una visión general de los abusos sexuales. Habla con los centros de acogida de mujeres maltratadas, los investigadores, los médicos y las autoridades. Vosotros dos y Dag escribiréis los textos principales. Henry, quiero una entrevista con la compañera de Dag, Mia Bergman. Eso no puede hacerlo él. Retrato: ¿quién es?, ¿qué está investigando?, ¿cuáles son sus conclusiones? Luego quiero que estudies algunos de los casos de las investigaciones policiales. Christer, ilustraciones. No sé cómo vamos a ilustrar todo eso. Piénsalo.

– Probablemente sea uno de los temas más sencillos de ilustrar. En plan arty. No habrá problema.

– Déjame añadir una cosa -dijo Dag Svensson-. Hay unos cuantos policías que están realizando un trabajo cojonudo. Podría ser una buena idea entrevistar a alguno de ellos.

– ¿Tienes los nombres? -preguntó Henry Cortez.

– Y sus números de teléfono -respondió Dag Svensson.

– Bien -dijo Erika Berger-. El tema del número de mayo será el comercio sexual. Lo que queremos dejar claro es que el trafficking constituye una violación de los derechos humanos y que estos criminales deben ser denunciados y tratados como cualquier criminal de guerra, escuadrón de la muerte o torturador. Manos a la obra.

Capítulo 5 Miércoles, 12 de enero -Viernes, 14 de enero

Äppelviken le pareció un lugar extraño y desconocido cuando, por primera vez en dieciocho meses, Lisbeth enfiló el camino de la entrada con su alquilado Nissan Miera. Desde que cumplió los quince años solía ir un par de veces al año a la residencia donde ingresaron a su madre después de que ocurriera Todo Lo Malo. A pesar de sus escasas visitas, Äppelviken había constituido un punto fijo en la existencia de Lisbeth. Era el lugar donde su madre había pasado sus últimos diez años y donde acabó falleciendo con tan sólo cuarenta y tres, después del fatídico y definitivo derrame cerebral.

El nombre de su madre era Agneta Sofia Salander. Los últimos catorce años de su vida habían estado marcados por una sucesión de pequeños derrames cerebrales que le impidieron cuidar de sí misma y realizar sus actividades cotidianas. Hubo períodos en los que no fue posible comunicarse con ella y en los cuales, incluso, le resultó difícil reconocer a Lisbeth.

Pensar en su madre siempre le producía una sensación de desamparo y la sumía en la más absoluta oscuridad. En su adolescencia albergó, durante mucho tiempo, la esperanza de que se curara y de poder establecer algún tipo de relación con ella. Siempre supo que eso no ocurriría jamás.

La madre de Lisbeth era delgada y bajita pero, ni de lejos, tan anoréxica como ella. Al contrario, era realmente guapa y estaba bien proporcionada. Al igual que la hermana de Lisbeth.

Camilla.

Lisbeth no quería pensar en su hermana.

A Lisbeth se le antojaba una ironía del destino que ella y su hermana fueran tan drásticamente distintas. Eran gemelas, nacidas con un intervalo de veinte minutos.

Lisbeth era la primogénita. Camilla era guapa.

Resultaban tan diferentes que era increíble que se hubieran formado en el mismo útero. Si algo del código genético de Lisbeth Salander no hubiera fallado, ella también habría tenido exactamente la misma deslumbrante belleza que su hermana.

Y con toda seguridad habría sido igual de tonta.

Desde su más tierna infancia, Camilla siempre fue extrovertida, popular y una alumna sobresaliente. Lisbeth, en cambio, era callada e introvertida, y raramente contestaba a las preguntas de los profesores, cosa que se reflejaba en unas notas extraordinariamente dispares. Ya en primaria, Camilla se distanció tanto de Lisbeth que ni siquiera iban juntas al colegio. Los profesores y los compañeros advirtieron que las dos chicas nunca se relacionaban y que jamás se sentaban cerca. Desde tercero cursaron sus estudios en clases distintas. Desde que tenían doce años y ocurrió Todo Lo Malo se criaron en diferentes familias de acogida. No se habían visto desde que había cumplido los diecisiete y, en aquella ocasión, Lisbeth terminó con un ojo morado y Camilla con un labio partido. Lisbeth desconocía el paradero actual de Camilla, pero tampoco había hecho ningún esfuerzo por averiguarlo.

No había amor entre las hermanas Salander. A ojos de Lisbeth, Camilla era falsa, manipuladora y mala persona. No obstante, era Lisbeth la que tenía una sentencia judicial que afirmaba que no estaba bien de la cabeza.

En el aparcamiento destinado a las visitas, se abotonó la desgastada chupa de cuero antes de atravesar la lluvia y dirigirse hacia la entrada principal. Se detuvo en un banco y recorrió el recinto con la mirada. Fue en ese lugar, precisamente en ese mismo banco, donde, dieciocho meses antes, vio a su madre por última vez. Le hizo una inesperada visita a la residencia de Äppelviken, cuando se dirigía hacia el norte para ayudar a Mikael Blomkvist a cazar a un asesino múltiple, loco pero metódico. Su madre estaba inquieta y no pareció reconocer muy bien a Lisbeth pero, aun así, no la quería dejar marchar. Contempló a su hija con cierta confusión en la mirada mientras se resistía a soltarle la mano. Lisbeth tenía prisa y se zafó, le dio un abrazo a su madre y salió de allí montada en su moto.

La directora de Äppelviken, Agnes Mikaelsson, pareció alegrarse de ver a Lisbeth. La saludó amablemente y la acompañó a un trastero de donde recogieron una caja. Lisbeth la levantó. Pesaba un par de kilos. Para tratarse de la herencia de toda una vida, no era gran cosa.

– No sabía qué hacer con las pertenencias de tu madre -dijo Mikaelsson-. Pero tenía el presentimiento de que un día aparecerías.

– He estado de viaje -contestó Lisbeth.

Le dio las gracias por guardarle la caja. La llevó hasta el coche y abandonó Äppelviken por última vez.

Algo después de las doce, Lisbeth ya estaba de regreso en Mosebacke. Subió la caja hasta el piso y, sin abrirla, la colocó en un trastero de la entrada y volvió a salir.

Nada más abrir el portal, un coche de la policía pasó a poca velocidad. Lisbeth se detuvo y observó atentamente la autoritaria presencia que se hallaba ante su do-micilio pero, como los agentes no mostraron ningún signo hostil, los dejó ir.

Por la tarde fue a H &M y a KappAhl y renovó su vestuario. Se hizo con un fondo de armario compuesto por pantalones, vaqueros, jerséis y calcetines. No le interesaba la ropa de marca, pero sintió cierto placer en poder comprar, sin pestañear, media docena de vaqueros. La compra más extravagante la realizó en Twilfit, donde adquirió un gran número de bragas y sujetadores a juego. Se trataba, de nuevo, de prendas básicas pero, después de media hora buscando con cierta vergüenza, también cogió un conjunto que le pareció sexy o incluso «porno», y que antes nunca se le habría pasado por la cabeza comprar. Cuando, esa misma noche, se lo probó, se sintió inmensamente ridícula. Lo que vio en el espejo fue una escuálida y tatuada chica vestida con una grotesca indumentaria. Se lo quitó todo y lo tiró a la basura.