No se desconectó hasta las dos de la madrugada. Entró en el dormitorio, se desnudó y tiró la ropa sobre una silla. Luego fue al cuarto de baño para lavarse. El rincón más cercano a la entrada tenía espejos, puestos en ángulo, desde el suelo hasta el techo. Se contempló un buen rato. Examinó su angulosa y torcida cara, sus nuevos pechos y su gran tatuaje de la espalda. Era bonito, un largo y serpenteante dragón de colores rojo, verde y negro que empezaba en el hombro y cuya estrecha cola pasaba sobre la nalga derecha para terminar en el muslo. Durante el año que estuvo viajando se había dejado crecer el pelo hasta los hombros; pero un día de su última semana en Granada, sacó unas tijeras y se lo dejó muy corto. Aún tenía trasquilones.
Inmediatamente sintió que un cambio radical había ocurrido -o estaba a punto de ocurrir- en su vida. Quizá se tratara del miedo que le producía disponer de miles de millones y no tener que preocuparse del dinero. Quizá fuera que, finalmente, el mundo de los adultos se había acabado imponiendo en su vida. O quizá era la conciencia de que la muerte de su madre ponía punto final a su infancia.
Durante su largo viaje se había deshecho de varios piercings. Por razones puramente médicas, relacionadas con la operación, en la clínica de Ginebra le quitaron el aro de uno de sus pezones. Luego se deshizo del que lucía en el labio inferior. En Granada se desprendió del que llevaba en el labio izquierdo de la vulva; le provocaba rozaduras y, además, ya ni siquiera se acordaba muy bien de por qué se hizo un piercing ahí.
Abrió la boca y destornilló el hierro que, durante siete años, le había estado atravesando la lengua. Lo depositó en un cuenco del estante situado junto al lavabo. De repente la invadió una sensación de vacío en la boca. Exceptuando los aritos del lóbulo, sólo le quedaban dos piercings: uno en la ceja izquierda y otro brillante en el ombligo.
Finalmente entró en el dormitorio y se metió bajo su recién adquirido edredón. Descubrió que la cama que había comprado era enorme y que ella sólo ocupaba una pequeña parte. Se sentía como si estuviera en la línea de banda de un campo de fútbol. Se envolvió con el edredón y se quedó pensativa durante un largo rato.
Capítulo 6 Domingo, 23 de enero – Sábado, 29 de enero
Lisbeth Salander tomó el ascensor desde el aparcamiento hasta el quinto piso, la más alta de las tres plantas de oficinas de las que Milton Security disponía en Slussen. Abrió la puerta del ascensor con la copia pirata de la llave maestra que había hecho varios años atrás. Nada más salir al oscuro pasillo consultó automáticamente su reloj: las 03.10 de la madrugada del domingo. Los que estaban de guardia se encontraban en la central de alarmas, situada en el tercer piso; Lisbeth sabía que, con toda probabilidad, se hallaría completamente sola en la planta.
Como siempre, le asombraba que una empresa de seguridad tan seria tuviera carencias tan evidentes en sus propios sistemas de seguridad.
Un año después, pocas cosas habían cambiado en aquel pasillo. Empezó visitando su propio despacho, un cubículo situado tras una pared de cristal donde en su día la instalara Dragan Armanskij. La puerta no estaba cerrada con llave. No tardó muchos segundos en constatar que allí dentro todo seguía igual, a excepción de una pequeña caja con papeles para tirar que alguien había colocado junto a la puerta. El cuarto se hallaba equipado con una mesa, una silla de oficina, una papelera y una desnuda estantería. El material informático se componía de un irrisorio PC Toshiba de 1997 cuyo disco duro resultaba ridiculamente pequeño.
Lisbeth no encontró indicio alguno que indicara que Dragan Armanskij había cedido el despacho a otra persona. Lo interpretó como una buena señal pero, al mismo tiempo, era consciente de que eso no significaba gran cosa. El cuarto era un espacio perdido de apenas cuatro metros cuadrados a los que difícilmente se les podría dar algún uso.
Cerró la puerta y, en silencio, recorrió el pasillo asegurándose de que no hubiera ninguna ave nocturna trabajando en algún despacho. Estaba sola. Se detuvo junto a la máquina de café, pulsó un botón y apareció un vaso de plástico con un cappuccino que cogió antes de continuar hasta el despacho de Dragan Armanskij y abrir la puerta con la llave pirata.
Como siempre, el despacho de Armanskij estaba exasperadamente limpio y ordenado. Dio una vuelta por la habitación y echó un vistazo a la estantería antes de sentarse a su mesa y encender el ordenador.
Sacó un cede del bolsillo interior de su flamante cazadora de ante y lo introdujo en el equipo. Arrancó un programa que se llamaba Asphyxia 1.3 y que ella misma había diseñado. Su única función consistía en actualizar el Internet Explorer del disco duro de Armanskij con una versión más moderna. Le llevó unos cinco minutos.
Cuando terminó, sacó el cede del ordenador y lo reinició con la nueva versión de Internet Explorer. El programa presentaba el mismo aspecto y se comportaba exactamente igual que la versión original, pero era un poco más grande y un microsegundo más lento. Todas las configuraciones eran idénticas al original, inclusive la fecha de instalación. No se apreciaba ninguna huella del nuevo programa.
Escribió una dirección ftp de un servidor de Holanda y le apareció una ventana. Hizo clic en la casilla de copy, escribió «Armanskij/MiltSec» y le dio al OK. Inmediatamente el ordenador empezó a copiar el disco duro de Armanskij en el servidor de Holanda. Un reloj le indicó que el proceso iba a tardar treinta y cuatro minutos.
Mientras duraba la transmisión de datos, sacó una copia de la llave de la mesa de trabajo de Armanskij que éste escondía en un jarrón de la estantería. Dedicó la siguiente media hora a ponerse al día con las carpetas que Armanskij guardaba en el cajón superior de la derecha, donde siempre colocaba los asuntos en trámite y los urgentes. Cuando el ordenador hizo «clin», indicando así que la transmisión había llegado a su fin, Lisbeth dejó las carpetas en el mismo orden en que las había encontrado.
Luego apagó el ordenador y la luz de la mesa de trabajo, y se llevó el vaso vacío del cappuccino. Abandonó Milton Security por el mismo camino por el que había entrado. Eran las 04.12 cuando se metió en el ascensor.
Volvió a Mosebacke andando. Se sentó delante de su PowerBook y se conectó al servidor de Holanda, donde puso en marcha una copia de Asphyxia 1.3. Cuando el programa se inició, se abrió una ventana que le solicitó un disco duro. Tenía cuarenta alternativas entre las que elegir, de modo que fue descendiendo en la lista que le apareció en la pantalla. Pasó el disco duro de NilsEBjurman, al que solía echarle un vistazo aproximadamente cada dos meses. Se detuvo un segundo en MikBlom/laptop y MikBlom/office. Llevaba más de un año sin tocarlos y pensó en borrarlos. Sin embargo, por una cuestión de principios, decidió conservarlos: ya que había pirateado los ordenadores, sería una tontería borrar la información y tal vez verse obligada a repetir el proceso algún día. Lo mismo sucedía con un icono llamado Wennerström que llevaba mucho tiempo sin mirar. El propietario estaba muerto. El icono Armanskij/MiltSec era el más reciente y se encontraba al final de la lista.
Podría haber clonado su disco duro con anterioridad, pero no se molestó en hacerlo ya que, como empleada de Milton, tenía acceso a aquella información que Armanskij quería ocultarle al mundo. El objetivo de la intrusión informática no era malintencionado. Simplemente deseaba saber en qué andaba trabajando la empresa y cómo marchaban las cosas. Hizo clic e inmediatamente se abrió una carpeta que contenía un nuevo icono llamado Armanskij HD. Comprobó que el disco duro se podía abrir y constató que todos los archivos estaban en su sitio.