Arkadi y Boris Strugatsky
CIUDAD MALDITA
Traducción: Justo E. Vasco
© 1989 Arkadi y Boris Strugatsky
© 2004 Ediciones Gigamesh
Ansias March 26 — Barcelona
ISBN: 84-9327028-8
PRESENTACIÓN
— ¿Cómo va la vida, truchas?
— Bastante bien, gracias muchas.
Conozco tu conducta, tus fatigas y tu paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste su engaño…
El mundo de Ciudad maldita es un mundo sobrenatural al que son transportados los protagonistas tras su muerte para formar parte de un enigmático Experimento: en él, todos hablan una lengua común que cada uno identifica como propia. «El Experimento es el Experimento», el leitmotiv tautológico que se repite a lo largo de la novela, no es más que la plasmación del «socialismo real», un provecto que sucumbe en el caos, la privación, la anulación de la voluntad, la tiranía policial y el cinismo de un vacío ideológico y moraclass="underline" v, por tanto, en la carencia de auténtico arte.
El escenario está inspirado en la ciudad de un lóbrego cuadro de Nicholas Roerich (1874–1947) cuya topografía es completamente fantástica: una pequeña franja de tierra habitable, limitada al oeste por un abismo por el que los objetos que caen vuelven a aparecer tras un tiempo: al este, un muro inaccesible en cuya base aparecen esporádicamente restos humanos destrozados: al sur, extensas marismas cuyos habitantes ganan lo justo para vivir una vida bañada en alcohoclass="underline" y en el norte, páramos y ciudades en ruinas donde, más allá, se supone que se encuentra la Anticiudad. El sol se enciende y se apaga a voluntad. Además, existe un Edificio Rojo que aparece en diferentes lugares, que es descrito por diversos testigos pero que siempre se desvanece antes de que las autoridades puedan investigarlo: la gente que cruza su umbral desaparece.
Los Strugatsky escogen como protagonistas a caracteres posteriores a la Segunda Guerra Mundial, procedentes en gran parte del entorno del comunismo soviético y del nazismo: gente que en cualquier aspecto, va sean víctimas u opresores, verdugos o torturados, son gente común, normal.
El personaje principal procedente de la Unión Soviética es Andrei Voronin, un astrónomo de Leningrado cuya biografía se asemeja en ciertos aspectos a la vida de Boris Strugatsky: el principal personaje alemán es Fritz Geiger, un cabo de la Wehrmacht de Hitler, un arquetípico seguidor del sistema nazi. A lo largo de la novela ambos trabajan juntos e incluso traban una amistad íntima, uno de los muchos puntos que sugieren que no hay tanta diferencia entre el estalinismo y el nazismo, Izya Katzman, uno de los personajes más atractivos, es un intelectual judío provocador inmerso en un entorno claramente antisemita. Al contrario que los personajes principales, la mayoría de los ciudadanos no recuerdan sus vidas anteriores: son material en bruto para ser manipulados a voluntad por los poderes fácticos, controlados por enigmáticos mentores, los Preceptores, que se mueven con libertad entre la población.
Obviamente, cualquier visión que sugiriese alguna similitud entre comunismo y fascismo era blasfema para la postura oficial, y la obra no se pudo publicar durante la era soviética. Aunque la novela se empezó a escribir en 1967, en la época de Leyendas de la Troika, y se concluyó en 1972, no se publicó hasta 1988, en una versión señalizada que apareció en la revista Neva durante 1988 y 1989. De hecho, convencidos de su rechazo y de los problemas judiciales que acarrearía, no la remitieron a ninguna editorial hasta la época de la perestroika y la glasnost. Además, los Strugatsky incluso mantuvieron en escrupuloso secreto su existencia, aunque entregaron dos copias a algunas personas de su confianza para evitar su pérdida en caso de confiscación.
La novela se estructura en seis partes, cada una de las cuales describe los estados de la conciencia del protagonista en su viaje espiritual, que asciende desde recogedor de basura en los suburbios de la ciudad a oficial de policía, periodista y juez, hasta llegar a alto funcionario de un régimen fascista tras la insurrección de Geiger. Y que acaba enrolándose como comisario político en una expedición a la busca de la mítica Anticiudad. Yvonee Howell, en su tesis doctoral Apocalyptic Realism: The Science Fiction of Arkadi and Boris Strugatsky (1994) señala el parecido en la estructura de la novela con los círculos del Infierno de Dante: el Infierno, en la obra de Dante, está estructurado verticalmente; en la novela de los Strugatsky, horizontalmente, e identificado con el entorno rural del comunismo soviético. La vida en este más allá refleja una lucha constante contra las vicisitudes y las privaciones del sistema socialista, donde Voronin completa un círculo: muere otra vez y vuelve junto a Katzman al Leningrado bajo asedio.
La novela está escrita con un atento cuidado a los más ínfimos detalles, repleta de alusiones y citas de la literatura mundial, gran parte de las cuales pueden pasar inadvertidas para el lector esporádico occidental, pero sobre la que destaca una de ellas: «Los manuscritos no arden», de El maestro y Margarita, de Bulgakov. Pero incluso sin un conocimiento exhaustivo. Ciudad maldita es una poderosa sátira social llena de humor y de fantasía, desde la invasión de los babuinos a la visión del gran estratega en el Edificio Rojo, quien no puede ser otro que Stalin, hasta la grotesca estatua ambulante. A pesar de las imágenes rebosantes de imaginación, los Strugatsky se caracterizan por ser unos cuidadosos y realistas cronistas de la vida cotidiana soviética y rusa. El comunismo de marca soviética ha desaparecido, pero no así los problemas que de forma precisa y rica señalaron los Strugatsky, pues son universales.
PRIMERA PARTE
Basurero
UNO
Los bidones estaban herrumbrosos y abollados, con las tapas fuera de su lugar. De ellos sobresalían jirones de periódicos y mondas de patatas. Se asemejaban a la boca de un pelícano desaliñado, capaz de devorar cualquier cosa. Por su aspecto parecían pesar muchísimo, pero en realidad, con la ayuda de Van, no costaba nada levantar de un tirón uno de los bidones hasta los brazos extendidos de Donald y colocarlo sobre el borde de la plataforma del camión. Sólo había que tener cuidado de no pillarse los dedos. A continuación, uno podía arreglarse las mangas y respirar un poco por la nariz mientras Donald balanceaba el bidón y lo hacía rodar para acomodarlo en el camión.
Por las puertas abiertas de par en par entraba un húmedo frío nocturno, bajo el arco de la entrada del patio se balanceaba una bombilla desnuda, amarillenta, que colgaba de un cable mugriento. A la luz de la bombilla, el rostro de Van parecía el de una persona enferma de ictericia, mientras que el sombrero lejano de ala ancha no permitía ver la cara de Donald. Las paredes, grises y desconchadas, estaban surcadas por grietas horizontales. Bajo los arcos colgaban jirones oscuros de telarañas polvorientas. Había algunos dibujos de mujeres en poses provocativas, de tamaño natural, y junto a la entrada a la caseta del conserje se amontonaban en desorden botellas y latas vacías que Van recogía, clasificaba después con minuciosidad y llevaba a reciclar.