De repente a la más joven de la fila se le escapó un lamento sofocado. No tendría más de trece años. El emperador Hsien Feng se acercó a ella. La muchacha rompió a llorar. Como un adulto que le da un caramelo a un niño, el emperador Hsien Feng le puso el ruyi en la mano. Al cogerlo la muchacha cayó de rodillas y dijo:
– Gracias.
El eunuco jefe Shim pronunció:
– Soo Woozawa, hija de Yeemee-chi Woozawa, es elegida como consorte imperial del primer rango. Su título es el de dama de la Pureza Absoluta.
A partir de ese momento las cosas empezaron a fluir. El emperador tardó poco en conceder el resto de los ruyi. Cuando me llegó el turno, el emperador Hsien Feng caminó hasta mí y me puso un ruyi en la mano. Como un gallo, Shim cantó:
– Yehonala, hija de Hui Cheng Yehonala, es seleccionada como la consorte imperial del cuarto rango. Su título es el de dama de la Mayor Virtud.
Miré mi ruyi; era de jade. En lugar de parecer setas, las cabezas eran nubes flotantes interconectadas por una varita de zahorí. Recordé que mi padre me había dicho una vez que, en el simbolismo imperial, las nubes flotantes y la vara representaban la constelación estelar del dragón.
Los siguientes ruyi fueron para Yun y Li. Fueron declaradas consortes imperiales del segundo y el tercer rango y ambas recibieron el título de dama de la Superioridad. Su ruyi tenía la forma de una seta lingzhi, conocida por su poder curativo. Las cabezas estaban decoradas con murciélagos, símbolos de la bendición y la prosperidad.
Después de Yun y Li, les tocó a Mei y Hui. Su rango fue el sexto y el séptimo, damas de la gran Armonía. Me costaba recordar quién era quién, porque Mei y Hui se parecían y vestían como gemelas. Las cabezas de su ruyi representaban una campana de piedra, el símbolo de la celebración.
Nuharoo fue la última; fue proclamada emperatriz y le concedieron el ruyi más preciado. El cetro era de oro con joyas y fragmentos de jade incrustados. El fuste estaba labrado con símbolos de la cosecha: cereales y ramas de frutales, melocotones, manzanas y uvas. Las tres cabezas eran granadas de oro, que significaban numerosos vástagos e inmortalidad. Los ojos de Nuharoo brillaban e hizo una pronunciada reverencia.
Encabezadas por Nuharoo, las siete nos levantamos y nos arrodillamos una y otra vez. Postramos la frente ante el emperador Hsien Feng y la gran emperatriz. Recitamos con una sola voz lo que nos habían enseñado: «Deseo a vuestras majestades diez mil años de vida. ¡Que vuestra suerte sea tan colmada como el mar del Este de China y vuestra salud tan lozana como las montañas del Sur!».
Capítulo 5
Me sentía como en un sueño cuando me llevaron hasta mi familia en un palanquín escoltado por un grupo de eunucos. Estaba envuelta en un vestido dorado como un regalo caro. El jefe eunuco le dijo a mi madre que debía quedarme en casa hasta el día de la ceremonia de la boda imperial.
Conmigo iban también obsequios del emperador para mi padre, mi madre, mi hermana y mi hermano. A mi padre le regalaron un conjunto de ocho broches de plumas para un sombrero de mandarín de la corte. Cada cilindro hueco de porcelana se usaba para sujetar una pluma de pavo real, y una anilla en la parte superior del tubo lo conectaba con el sombrero. El regalo pasaría a mi hermano.
A mi madre le dieron un ruyi lacado especial, decorado con dibujos auspiciosos. En un extremo aparecían los tres dioses estelares, que concedían bendiciones, salud y longevidad. En el centro figuraba un murciélago sujetando una campana de piedra y un pez doble, símbolos de la abundancia. En la base tenía rosas y crisantemos, que representaban la prosperidad.
Rong recibió una caja de la buena suerte, de madera de sándalo magníficamente tallada, con una serie de incrustaciones de jade verde. A Kuei Hsiang le concedieron diversos ganchos de cinturón esmaltados y adornados con cabezas de dragón en la parte superior. En los ganchos podía colgar su espejo, su bolsa, su sello, un arma o un monedero.
Según el astrólogo de la corte, entraríamos en la Ciudad Prohibida el décimo día del mes a las dos en punto del mediodía. Los guardias imperiales vendrían a buscarme cuando llegara el momento. El jefe eunuco instruyó a mi familia acerca del ritual y la etiqueta de la corte, y repasó pacientemente los detalles con nosotros. Kuei Hsiang ocuparía el lugar de mi padre y a Rong se le regalaría un vestido para la ocasión. A mi madre le concedieron diez mil taels para amueblar la casa. Se quedó boquiabierta cuando vio entrar los taels en cajas. Enseguida temió que nos robasen y pidió a Kuei Hsiang que mantuviera las puertas y las ventanas cerradas en todo momento. El jefe eunuco le dijo a mi madre que no se preocupara, pues ya estaban custodiando férreamente la casa.
– No entrará ni una mosca, señora.
Le pregunté al jefe eunuco si se me permitía visitar a mis amigas. Deseaba despedirme de Hermana Mayor Fann.
– No -me respondió.
Eso me entristeció. Le pedí a Rong que le devolviera el vestido a Hermana Mayor Fann y que le diera trescientos taels como regalo de despedida. Rong fue inmediatamente y regresó con las bendiciones de Hermana Mayor Fann.
Durante varios días, mi madre y Rong fueron de compras mientras Kuei Hsiang y yo limpiábamos y decorábamos la casa. Contratamos peones para hacer el trabajo pesado. Pusimos un tejado nuevo, reparamos las paredes viejas, cambiamos las ventanas y arreglamos la puerta rota. Mi tío pudo pedir una puerta de madera roja absolutamente nueva, con una elaborada talla del dios del dinero. Cambiamos los muebles viejos y pintamos las paredes. Contratamos a los mejores carpinteros y artistas de la ciudad. Todo el mundo consideró su tarea como un gran honor. Crearon elegantes dibujos en los marcos de las ventanas y los umbrales de las puertas, imitando el estilo imperial. Los artesanos hicieron incensarios, mesas de altar y escaleras. A veces tenían que trabajar con cuchillos del tamaño de un palillo para labrar los detalles deseados.
El jefe eunuco acudió a inspeccionar la casa una vez concluido el trabajo. No hizo comentarios y su expresión era poco reveladora. Sin embargo, al día siguiente apareció con una cuadrilla. Destrozaron el lugar entero y dijo que tenían que empezar de cero. El tejado, las paredes, las ventanas, incluso la puerta nueva de nuestro tío… todo desapareció.
– ¡No se os entregará el decreto si vuestra puerta está orientada hacia la dirección equivocada! -advirtió el jefe eunuco a mi madre y a mi tío.
Nerviosos, mi madre y mi tío pidieron consejo.
– ¿En qué dirección creéis que debéis arrodillaros para dar gracias al emperador? -preguntó el eunuco, y luego él mismo respondió a su propia pregunta-. Hacia el norte, porque el emperador siempre se sienta mirando hacia el sur.
Mi familia perseguía al jefe eunuco mientras deambulaba por la casa, señalándolo todo con el dedo.
– El tono de la pintura está mal. -Trazaba círculos con la mano en la habitación-. Debería ser un ocre cálido en lugar de un ocre frío. ¡Su majestad espera alegría!
– Pero Orquídea nos dijo que su majestad no se presentaría en nuestra casa -dijo mi madre-. ¿Es que Orquídea lo entendió mal?
El eunuco negó con la cabeza.
– Tenéis que comprender que ya no sois quienes erais. Os habéis convertido en parte de su majestad y vosotros representáis la estética y los principios imperiales. ¡Lo que hagáis con vuestra casa puede arruinar la apariencia del hijo del cielo! Mi cabeza no estaría en su sitio si os permitiera hacer lo que os diera la gana. ¡Mirad qué cortinas! ¡Son de algodón! ¿No os he dicho que el algodón es para gente ordinaria y la seda para la familia imperial? ¿Es que mis palabras os entran por un oído y os salen por el otro? ¡Atraeréis la mala suerte sobre vuestra hija si sois roñosos!