Algunos años más tarde, Nuharoo me contó que el olor de la cámara imperial era el más dulce que había conocido. El olor procedía de la propia cama nupcial, de madera de sándalo fragante. También me describió el recibimiento que le depararon. Nuharoo llevaba tres fénix dorados en la cabeza y le acompañaba el eunuco jefe Shim, que portaba su insignia.
Tras descender de su palanquín, caminó por el vestíbulo de la Bendición Maternal. Luego entró en la cámara nupcial, que estaba en el palacio de la Tranquilidad Terrenal. En aquella habitación de dulce aroma, Nuharoo se cambió el vestido de color amarillo frío por otro del mismo color pero de un tono cálido. Con un pedazo de seda dorado cubriéndoles la cabeza y los ojos, ella y el emperador Hsien Feng hicieron una promesa y bebieron de la taza nupcial.
– Las paredes de la cámara eran tan rojas que pensé que me pasaba algo en los ojos -recordaba Nuharoo años más tarde con una sonrisa-. La habitación parecía vacía porque era extraordinariamente grande. En el lado norte estaban los tronos y en el sur había un gran lecho de ladrillo rojo caldeado desde debajo por un brasero.
Lo había imaginado todo a la perfección. El escenario y el ritual coincidían con la versión de Nuharoo, pero, cuando yo lo estaba viviendo, simplemente intentaba sobrevivir al momento. No estaba preparada para aquella decepción.
Me dije a mí misma que no tenía motivos para llorar, que era muy ingrato por mi parte desear más de lo que se me concedía. Pero la tristeza se negaba a abandonarme. Intenté imaginarme a Ping y sus asquerosos dientes teñidos de opio. Sin embargo, mi mente discurría por sus propios derroteros, evocaba la melodía de mi ópera favorita, El amor de pequeña Jade, la historia de una doncella y su amante soldado. Cuando pensaba en cómo el soldado le llevaba a su novia una pastilla de jabón como regalo de bodas y lo feliz que ella debía de sentirse, se me caían las lágrimas.
¿Por qué mis ojos no encontraban placer en aquella habitación llena de tesoros? Mis criados me vistieron con una preciosa túnica de satén de color salmón salpicada de tiernos brotes de ciruelo, una prenda que había vestido muchas veces en mis sueños. Me acerqué al espejo del vestidor y descubrí una belleza sorprendente. En la cabeza llevaba un pasador en forma de libélula con incrustaciones de rubíes, zafiros, perlas, turmalinas, ojos de tigre y plumas de martín pescador. Me di la vuelta y miré el mobiliario de la habitación, sus paneles con mosaicos de joyas y cosechas abundantes. A mi izquierda había unos armarios de madera de sándalo roja decorados con jade y piedras preciosas; a mi derecha, un lavamanos de palisandro con incrustaciones de madreperla. A mi espalda se extendían unos biombos hechos con las más valiosas pinturas antiguas. Mi corazón gritaba: ¿Qué más podrías o te atreverías a desear, Orquídea?
Tenía frío, pero me dijeron que dejara la puerta abierta durante el día. Me senté en la cama, tapada con una colcha beis. Ocho edredones plegados, de la seda y el algodón más delicados, se apilaban contra la pared. Las cortinas de la cama, que llegaban hasta el suelo, estaban bordadas con glicinas blancas y rematadas por una cenefa roja con peonías rosadas y verdes.
Vi pasar al eunuco jefe Shim ante mi ventana, seguido por un grupo de jóvenes eunucos.
– ¿Por qué no están encendidos los faroles? -Estaba disgustado. Luego me vio a través de la ventana. Con una humilde sonrisa el eunuco jefe Shim se arrodilló y dijo-: Dama Yehonala, vuestro esclavo Shim a vuestro servicio.
– Levántate, por favor -le pedí saliendo al patio.
– ¿Se han presentado los esclavos, dama Yehonala? -preguntó Shim aún de rodillas.
– Aún no -respondí.
– Entonces, serán castigados. Es su obligación.
Se levantó y chasqueó los dedos.
Aparecieron dos enormes eunucos sujetando cada uno un látigo de cuero más largo que un hombre. Yo me encontraba confusa, no entendía las intenciones del eunuco jefe Shim.
– ¡Los culpables, en fila! -ordenó.
Mis criados se pusieron en fila temblando. Trajeron dos cubos de agua y los eunucos forzudos mojaron los látigos en ellos.
– Jefe Shim -grité-. Por favor, comprended que no ha sido culpa de mis criados no haberse presentado. No he estado lista hasta ahora.
– ¿Perdonáis a vuestros esclavos? -preguntó el eunuco jefe Shim con una sonrisa perversa cruzándole el rostro-. De vuestros esclavos solo debéis esperar la perfección, dama Yehonala. Los esclavos deben ser castigados. La tradición de la Ciudad Prohibida podría resumirse en seis palabras: El respeto sale de un látigo.
– Lo siento, jefe Shim. No puedo ver azotar a nadie que no ha hecho ningún mal.
Me arrepentí al instante de haberlo dicho, pero era demasiado tarde.
– Estoy seguro de que los criados son culpables.
Shim estaba contrariado, se dio media vuelta y propinó una patada a un joven eunuco.
Me sentí ofendida y me retiré a mi habitación.
El eunuco jefe Shim tardó en revelarme el propósito de su visita. Estábamos en el salón en presencia de más de veinte criados y eunucos. Con un aire de preocupación y paciencia, me explicó la organización de la Ciudad Prohibida. Me describió las diversas secciones y tiendas de artesanía, la mayoría de las cuales parecían estar bajo su autoridad. Mandaba en las secciones que supervisaban los depósitos de oro y plata, pieles, porcelana, seda y té; también era responsable de quienes proveían a la corte de animales para el sacrificio y de grano y fruta para las ceremonias religiosas. Controlaba a los eunucos que cuidaban las perreras donde se criaban los pequineses. Supervisaba las secciones que mantenían los palacios, templos, jardines y huertos de hierbas.
Yo estaba de pie con la espalda erguida y la barbilla ligeramente levantada. Aun cuando el jefe Shim estaba haciendo una mera exhibición de poder, me alegraba de que me informara. Además de las localizaciones de las cortes y las escuelas donde educaban a los príncipes, me habló de la armería imperial, que abastecía a la policía de palacio.
– Mis deberes abarcan la mantequería, los telares y talleres de tintado y también los establecimientos que se encargan de los barcos, el guardarropa, los juegos, las obras de arte, las bibliotecas, las sederías y las granjas de miel imperiales.
De todas las secciones, el teatro real era la que más me interesaba. También los talleres artesanales imperiales, que producían las obras de los artistas y artesanos con más talento de China.
– Tengo muchas responsabilidades -concluyó el eunuco jefe Shim-. Pero sobre todo la finalidad de mi existencia es salvaguardar la autenticidad de la descendencia del emperador Hsien Feng.
Me di cuenta de que esperaba que reconociera su poder.
– Guiadme, jefe Shim, por favor -empecé-, no soy más que una ingenua muchacha de campo de Wuhu y agradecería vuestro consejo y vuestra protección.
Satisfecho de mis modales, me confesó que estaba allí para cumplir dos órdenes de mi suegra. La primera era la de regalarme un gato.
– Los días serán largos para vos en la Ciudad Prohibida -dijo el eunuco jefe Shim haciendo señas a un eunuco para que trajera una caja-. Y el gato os hará compañía.
Abrí la caja y vi una hermosa criatura blanca.
– ¿Cómo se llama? -le pregunté.
– Nieve -respondió Shim-. Es una gata, claro.
Cogí la gata con cuidado; tenía unos adorables ojos de tigresa. Parecía asustada.
– ¡Bienvenida, Nieve!
En segundo lugar, el eunuco jefe Shim me notificó mi asignación anual.
– Será de cinco lingotes de oro, mil taels de plata, treinta bobinas de tela de satén, seda y algodón, quince pieles de búfalo, oveja, serpiente y conejo, y cien botones de plata. Parece mucho, pero se os quedará corta a final de año, porque sois responsable del pago de los salarios de vuestros seis eunucos, seis damas de honor, cuatro doncellas y tres cocineros. Las doncellas atenderán vuestras necesidades personales, mientras que los eunucos limpiarán, harán de jardineros y de mensajeros. Los eunucos también son responsables de velar vuestro sueño. Durante el primer año, se turnarán; cinco dormirán fuera de vuestro dormitorio y uno dentro. No podréis elegir al eunuco que dormirá en vuestra habitación hasta que la gran emperatriz crea que estáis preparada.