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Los criados me miraron con los ojos en blanco. No tenía ni idea de lo que pasaba por sus cabezas.

– Os he asignado los mejores criados. -El eunuco jefe sonrió con una mirada perversa-. Los que roncan se los he dado a la dama Mei y los perezosos, a la dama Hui. He asignado los malos a la dama Yun y…

Me miró y se detuvo, como si esperase que yo dijera algo.

Era una costumbre tácita de la corte recompensar a un eunuco por semejante muestra de lealtad. Claro que lo sabía, pero mi desconfianza de Shim me frenaba para hacerlo. Me pregunté qué diría de mí delante de Nuharoo y las damas Yun, Li, Soo, Mei y Hui. Estaba segura de que tenía suficientes embustes en su saco como para engañarnos a todas.

– ¿Puedo tratar a las otras esposas de su majestad? ¿Dónde viven?

– Bueno, la emperatriz Nuharoo pasará el resto de la semana con el emperador Hsien Feng en el palacio de la Tranquilidad Terrenal. Luego se irá a vivir al palacio de la Recepción Celestial. A la dama Yun le han concedido el palacio de la Herencia Universal; a la dama Li, el palacio de la Paz Eterna; a la dama Mei, el palacio de la Gran Misericordia; y a la dama Hui, el palacio de la Felicidad Prolongada.

– ¿Y qué ha sido de Soo?

– A la dama Soo la han devuelto a sus padres, en el sur; su salud necesitaba cuidados. El palacio de la Agradable Luz del Sol le está reservado para cuando regrese.

– ¿Por qué los palacios de las otras damas se encuentran todos en el lado este de la Ciudad Prohibida? ¿Quién más vive por aquí, en el lado oeste?

– Vos sois la única que vive en el lado oeste, dama Yehonala.

– ¿Puedo saber por qué?

El eunuco jefe Shim bajó la voz hasta convertirla en un susurro.

– Mi señora, os meteréis en problemas si hacéis tantas preguntas. Sin embargo me arriesgaré a perder la lengua para satisfaceros, pero primero necesito vuestra confianza absoluta. ¿Me dais vuestra palabra?

Dudé un instante y luego asentí. Shim se acercó a mí y me habló al oído.

– La idea de alojaros aquí podría ser del emperador Hsien Feng o de la gran emperatriz. Veamos, si fuera idea de la gran emperatriz… Perdonadme, estoy nervioso por deciros esto… Su majestad tiene la costumbre de colocar a sus favoritas cerca de ella, en el lado este. Es por su conveniencia; así puede convocarlas siempre que quiere compañía.

– ¿Me estáis diciendo que no me quiere cerca?

– Yo no he dicho eso. Vos habéis sacado esa conclusión.

– ¿Acaso no es cierto?

– No responderé a esta pregunta.

– ¿Y si ha sido idea del emperador Hsien Feng?

– Si la idea procede de su majestad el emperador, significa que os adora… por tanto os quiere tan lejos de su madre como sea posible. En otras palabras, así a la emperatriz le costará más espiarle si él decide visitaros. ¡Alegraos, mi señora!

Al poco de marcharse, le envié un criado con doscientos taels de plata como regalo. Era mucho, pero me pareció necesario. Sin el eunuco jefe Shim, yo sería como un ciego caminando por un sendero plagado de trampas. Sin embargo me parecía un hombre temible.

Pronto llegó la noche, el cielo se oscureció y las hojas de los árboles se volvieron negras, como si el verde se hubiera manchado de tinta. Las nubes arrugaron y plegaron sus contornos hasta cambiar de forma. Los cuervos regresaron a sus nidos en las ramas altas. Gritaban de modo estridente, como si hubieran tenido un mal día.

Llamé a mis criados y les comuniqué que me gustaría cenar. Los eunucos y las damas de honor me hicieron una reverencia y transmitieron mis órdenes a la cocina. El último eunuco de la fila no se levantó. Permaneció de rodillas como para llamar la atención. Me molestaba y le dije que se fuera, pero cuando levanté la vista, lo reconocí. Era el joven eunuco que había conocido el día de mi selección, el que me había traído el agua.

– ¿An-te-hai? -le llamé casi con emoción.

– ¡Sí, mi señora! -respondió con igual entusiasmo-. An-te-hai, vuestro fiel esclavo.

Me levanté y alargué los brazos. Él retrocedió inmediatamente dos pasos, recordándome mi estatus. Volví a sentarme y ambos sonreímos.

– Bueno, An-te-hai, ¿qué quieres?

– Dama Yehonala, sé muy bien que podéis ordenar mi muerte en cualquier momento si mis palabras os molestan, pero hay algo que debo deciros.

– Tienes mi permiso.

Dudó y luego levantó la vista hasta mirarme directamente a los ojos.

– Soy bueno para vos.

– Eso ya lo sé.

– ¿Me nombraréis vuestro primer asistente?

Me puse en pie.

– ¿Cómo te atreves a pedirme eso si acabas de llegar?

An-te-hai tocó el suelo con la frente.

– Castigadme, dama Yehonala.

Alzó la mano y empezó a abofetearse una y otra mejilla.

Yo no sabía qué hacer; An-te-hai no paraba, como si estuviera abofeteando a otra persona y no a sí mismo.

– ¡Basta! -grité.

El eunuco dejó de golpearse, me miró con un extraño anhelo y con los ojos llenos de lágrimas de adoración.

– ¿Qué te hace pensar que vas a servirme mejor que los demás?

An-te-hai bajó la vista al suelo y contestó:

– Porque yo os ofrezco algo que los otros no pueden ofreceros.

– ¿Y qué me ofreces?

– Consejo, mi señora. En mi humilde opinión, el tiempo y la suerte no están necesariamente de vuestra parte en este momento. Mi consejo puede ayudaros a desenvolveros en este lugar. Soy un experto en etiqueta imperial, por ejemplo.

– Estás muy seguro de ti mismo, An-te-hai.

– Soy el mejor de la Ciudad Prohibida.

– ¿Cómo podría comprobarlo?

– Ponedme a prueba, mi señora. Vos misma lo descubriréis.

– ¿Cuántos años hace que entraste en la Ciudad Prohibida?

– Cuatro años.

– ¿Y qué has conseguido?

– Una creencia, mi señora.

– ¿Una creencia?

– Que el gran melón que llevo entre los hombros es un melón muy duro. Me he equipado con el conocimiento de la sociedad imperial. Sé los nombres de los constructores de la Ciudad Prohibida, el palacio de Verano y el gran jardín Circular. Sé dónde están incluso en el plano astrológico. Puedo explicar por qué no hay árboles plantados entre los palacios de la Armonía Suprema, la Armonía Central y la Armonía Preservada.

– Sigue, An-te-hai.

– Las concubinas del padre y del abuelo del emperador Hsien Feng son mis amigas. Viven en el palacio de la Tranquilidad Benevolente. Conozco sus historias y sus relaciones con su majestad el emperador. Puedo deciros cómo se calienta su palacio en invierno y cómo permanece fresco en verano. Puedo deciros de dónde procede el agua que beben. Estoy familiarizado con los asesinos y fantasmas de la Ciudad Prohibida. Las historias que hay detrás de los misteriosos incendios y las súbitas desapariciones de personas. Conozco a los centinelas de las puertas y soy amigo personal de muchos de los guardias, lo que significa que puedo entrar y salir de los palacios como un gato.

Intenté no parecer impresionada. Me dijo que el emperador Hsien Feng tenía dos lechos en su dormitorio. Cada noche se hacían las dos camas y se corrían las cortinas para que nadie supiera en qué cama yacía su majestad. An-te-hai me hizo saber que su conocimiento iba más allá de la casa imperial, hasta la corte exterior y el funcionamiento del gobierno. Su secreto para conseguir información era hacer creer a todo el mundo que era inofensivo.