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– No podéis permitiros perder la esperanza, mi señora. ¿Qué otra cosa podéis hacer además de esperar? Su majestad el emperador os ha colocado en el lado oeste de su palacio. Creo que es un signo muy interesante. Todos los adivinos a quienes he consultado predicen que os mandará llamar.

Mi humor mejoró y cogí el té.

– ¿Me permitís preguntaros -preguntó el eunuco sonriendo como si él también se sintiera mejor- si mi señora está preparada si el emperador os convocara esta noche? En otras palabras, ¿está mi señora familiarizada con el ritual de apareamiento?

– Claro que lo estoy -respondí azorada.

– Si deseáis una explicación, estoy aquí para ayudaros.

– ¿Tú? -No pude evitar echarme a reír-.Vigila tu comportamiento, An-te-hai.

– Solo vos sabéis si me estaba comportando bien o mal, mi señora.

Me quedé en silencio.

– Beberé feliz el veneno que me deis -se lamentó An-tehai en voz queda.

– Cumple con tu deber y no malgastes palabras. -Sonreí.

– Aguardad, mi señora, os mostraré algo.

An-te-hai recogió rápidamente el juego de té y se marchó. Momentos más tarde regresó con una caja de papel en la mano; contenía un par de mariposas de seda.

– Las cogí del jardín del palacio de la Tranquilidad Benevolente, donde viven las concubinas más ancianas. Veintiocho concubinas abandonadas por el padre y el abuelo del emperador Hsien Feng. Estos son sus animales de compañía.

– ¿Qué hacen con las mariposas? Pensé que se pasaban la vida bordando.

– Bueno, las damas miran y juegan con las mariposas -respondió An-te-hai-. Es lo mismo que hacen los emperadores y príncipes con los grillos. La única diferencia es que no hay competición entre las mariposas del gusano de seda.

– ¿Qué tiene de divertido mirar mariposas?

– No tenéis ni idea, mi señora. -Como si revelase un misterio, An-te-hai se estaba emocionando-. A las damas les encanta ver copular a las mariposas y luego separarlas en mitad de su ritual de apareamiento. ¿Queréis que os lo muestre?

Imaginando lo que iba a hacer An-te-hai, levanté la mano para detenerlo.

– ¡No, aparta la caja, no me interesa!

– De acuerdo, mi señora, no os lo enseñaré hoy, pero algún día querréis verlo. Entonces comprenderéis en qué consiste la diversión, como las demás damas.

– ¿Qué sucede cuando separas las mariposas? -le pregunté.

– Que se desangran hasta morir.

– ¿Y es esa la «diversión» de la que me hablabas?

– Precisamente.

An-te-hai sonrió, malinterpretando, por primera vez, mis pensamientos.

– Quien haga eso debe de tener una mente enferma -dije volviendo la cabeza hacia las montañas lejanas.

– Bueno, ayuda a curarse a los desesperados -susurró suavemente el eunuco.

Me volví y miré la caja abierta. Dos mariposas se convertían en una. La mitad del cuerpo del macho estaba dentro de la hembra.

– ¿Queréis que me lleve la caja, mi señora?

– Retírate, An-te-hai, y déjame las mariposas.

– Sí, mi señora. Las mariposas son fáciles de alimentar. Si necesitáis más de un par, el vendedor de gusanos de seda viene a palacio el cuarto día de cada mes.

La pareja descansaba tranquilamente sobre un lecho de paja. Junto a ellas había dos crisálidas rotas. Los dos cuerpecillos blancos tenían las alas cubiertas de un polvo grueso de color ceniza. De vez en cuando les temblaban las alas. ¿Se estarían divirtiendo?

El sol se había trasladado; ahora la roca plana estaba en la sombra. El jardín estaba cálido y confortable. Yo miraba mi imagen en el agua; tenía las mejillas del color de la flor del melocotón y mi pelo reflejaba la luz.

Intenté dejar la mente en blanco; no quería estropear el momento imaginando mi futuro, pero sabía que envidiaba a la pareja de mariposas y a las tortugas. Mi juventud me decía que no podía extinguir mi deseo, como no podía obligar al sol a dejar de brillar o al viento a dejar de soplar.

Llegó la tarde y ante mi vista apareció una carreta desvencijada tirada por un burro; era la destartalada carreta del agua. Un anciano con un látigo caminaba detrás de ella. Sobre el barril gigante de madera, flameaba una banderola amarilla. El viejo iba a llenar los depósitos de agua de mi palacio. Según An-te-hai, la carreta del agua tenía más de cincuenta años, llevaba en servicio desde los tiempos del emperador Chien Lung. Con el fin de procurarse la mejor agua de manantial, el emperador había ordenado a los expertos acudir a Pekín para estudiar y comparar la cualidad de las muestras de agua extraídas de manantiales de todo el país. El emperador en persona había comprobado la medición y el peso del agua y había analizado el contenido mineral de cada muestra.

El agua del manantial de la montaña de Jade consiguió la mayor calificación. Desde entonces el manantial fue reservado para el uso exclusivo de los residentes de la Ciudad Prohibida. Las puertas de Pekín se cerraban a las diez de la noche y no se permitía el paso a nadie, salvo a la carreta del agua con la banderola amarilla. El burro viajaba por el centro del bulevar; se decía que incluso un príncipe a caballo tenía que dejar paso al burro.

Observé al hombre acabar su tarea y luego desaparecer por la puerta. Escuché el rumor cada vez más tenue de los cascos del burro. Volví a sentirme engullida por la oscuridad. La desdicha se instalaba en mí como la humedad en la estación de las lluvias.

Cuando abrí de nuevo la caja de los gusanos de seda, descubrí que las mariposas se habían ido. En su lugar había cientos de puntos marrones encima de la paja.

– ¡Los bebés! ¡Los bebés mariposa! -grité como una enloquecida.

Transcurrió otra semana sin noticias ni visitas de nadie. El silencio se hacía cada vez más grande alrededor de mi palacio. Cuando Nieve subió a mis brazos, se me escaparon las lágrimas. Durante el día, alimenté a la gata, la bañé y jugué con ella hasta aburrirme. Leí libros y copié más poemas de tiempos remotos. Siempre había un árbol solo en el paisaje o una flor en un vasto campo nevado.

Por fin, al quincuagésimo octavo día de mi llegada a la Ciudad Imperial, el emperador Hsien Feng me mandó llamar. Apenas daba crédito a mis oídos cuando An-te-hai me comunicó la invitación de su majestad, en la que pedía que le acompañara a la ópera.

Estudié la invitación; la firma y el sello de Hsien Feng eran magníficos y hermosos. Guardé la tarjeta bajo la almohada y la toqueteé sin cesar antes de irme a dormir. A la mañana siguiente me levanté antes del alba, me senté durante el ritual del maquillaje y el vestuario sintiéndome viva y emocionada. Me imaginé siendo valorada por el emperador. Al atardecer todo estaba preparado; recé por que mi belleza me diera suerte.

An-te-hai me dijo que el emperador Hsien Feng enviaría un palanquín. Esperé, con ardiente ansiedad. An-te-hai me explicó dónde iría y con quién me reuniría. Me indicó que las representaciones teatrales habían sido el pasatiempo imperial favorito durante generaciones. Fueron muy populares durante los inicios de la dinastía Qing en el siglo XVII. Se construyeron grandes teatros en las villas reales. Solo en el palacio de Verano, donde iría aquel día, había cuatro teatros. El más grande tenía tres pisos de alto y se llamaba Gran Teatro Changyi del Sonido Magnífico.

Según An-te-hai, las representaciones tenían lugar en el día del nuevo año lunar y en los cumpleaños del emperador y la emperatriz. Las representaciones siempre eran grandes espectáculos y solían durar desde primera hora de la mañana hasta bien entrada la noche. El emperador invitaba a príncipes y altos mandatarios, y se consideraba un gran honor poder asistir. En el octogésimo cumpleaños del emperador Chien Lung, se representaron diez óperas. La más popular era El rey mono. El personaje del mono había sido adaptado de una novela clásica de la dinastía Ming. Al emperador le gustaba tanto la ópera que agotaba hasta la última variación de la historia. Fue la ópera más larga que se representara jamás; duró diez días. La presentación de un cielo imaginario que reflejaba la existencia terrenal de la humanidad hechizó a la audiencia, y el hechizo no se rompió hasta el final. Se dice que, incluso entonces, algunos deseaban que la compañía repitiera inmediatamente ciertas escenas.