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Le pregunté a An-te-hai si en la familia real eran verdaderos entendidos o solo aficionados entusiastas.

– Yo diría que la mayoría de ellos son falsos expertos -respondió-, salvo el emperador Kang Hsi, el tatarabuelo de Hsien Feng. Según los anales, Kang Hsi supervisaba los libretos y las partituras musicales y su nieto Chien Lung dirigió la escritura de unos pocos libretos. Sin embargo la mayoría de la gente asiste por la comida y el privilegio de sentarse con su majestad. Claro que siempre es importante demostrar sensibilidad cultural. Queda muy bien exhibir los propios gustos en una cultura de la delicadeza.

– ¿Se atrevería alguien a hacer gala de su conocimiento en presencia del emperador?

– Siempre hay quien no comprende que los demás lo considerarán una paloma torcaz haciendo una pirueta… para enseñar su bonito trasero.

An-te-hai me contó una historia para ponerme un ejemplo. Tuvo lugar en la Ciudad Prohibida durante el reinado del emperador Yung Cheng, el bisabuelo de Hsien Feng. El emperador estaba disfrutando de una representación, una historia de un gobernador de provincia que vence su debilidad y endereza a su malcriado hijo castigándolo. El actor que representaba al gobernador estuvo tan acertado que el emperador le concedió una audiencia privada después de la obra. El hombre recibió taels y regalos y su majestad fue pródigo en halagos. El actor se dejó llevar y preguntó a su majestad si sabía el verdadero nombre del gobernador de la historia.

– «¡Cómo te atreves a hacerme preguntas!» -An-te-hai imitaba al emperador haciendo con la mano derecha un ademán con una imaginaria túnica de dragón-. «¿Has olvidado quién eres? Si permitiera que me desafiara un mendigo como tú, arruinaría el país.»

Se dictó un edicto y el actor fue expulsado y azotado hasta la muerte con aquellos mismos atuendos.

La historia me hizo ver el verdadero rostro de la magnífica Ciudad Prohibida. Dudaba mucho de que la ejecución de un estúpido actor beneficiara a su majestad. Semejante castigo no conseguía nada salvo sembrar el terror, y el terror solo aumentaba la distancia entre el emperador y el corazón de su pueblo. Al final el terror supondría para él la mayor de las pérdidas. ¿Quién se quedará a tu lado a lo largo del camino si solo se te conoce por inspirar temor?

Pensándolo ahora, la historia debió de influir en mi comportamiento en un incidente menor que ocurrió durante mi reinado, un incidente del que me siento particularmente orgullosa. Estaba sentada en el Gran Teatro Changyi del Sonido Magnífico celebrando mi sexagésimo cumpleaños. La ópera se llamaba La sala Yu-Tang. El renombrado actor Chen Yi-chew representaba el personaje de la señorita Shoo. Estaba cantando:

«Al llegar a la sala del juez levanto la vista, a ambos lados se alzan los verdugos con cuchillos largos como un brazo, soy como una cabra en la boca de un león…».

Pero al pronunciar la palabra «cabra» Chen se detuvo repentinamente. Se dio cuenta de que mi signo natal era cabra y de que, si concluía aquel verso, los demás podían pensar que me estaba maldiciendo. Chen intentó tragarse la palabra, pero era demasiado tarde; todo el mundo la había oído, pues era una ópera famosa y la letra era bien conocida. El pobre hombre intentó salvarse manipulando las sílabas de «cabra». Arrastró la voz y prolongó la última sílaba hasta quedarse completamente sin aliento. La orquesta estaba confusa y los tamborileros golpeaban sus instrumentos para tapar el error. Entonces Chen Yi-chew demostró su veteranía y sus tablas; inventó un verso en aquel mismo instante y sustituyó «como una cabra en la boca de un león» por «como un pez en la red del pescador».

Antes de que la corte pudiera informar de que había ocurrido un «accidente» y el actor fuera castigado, alabé a Chen por su ingenio. Claro que nadie mencionó el cambio de la letra. En recuerdo de mi generosidad, el artista decidió conservar para siempre el nuevo verso en su texto. En la obra actual encontraréis «como un pez en la red del pescador» en lugar de «como una cabra en la boca de un león».

Mientras esperábamos el palanquín de su majestad, le pregunté a An-te-hai qué tipo de ópera era popular en la Ciudad Prohibida.

– La ópera de Pekín. -Los ojos de An-te-hai se iluminaron-. Sus principales melodías proceden de las óperas Kun y Yiyang. Cada emperador o emperatriz ha tenido su ópera favorita. Los estilos de ópera evolucionan con el tiempo, pero la mayoría de los libretos siguen siendo Kun.

Le pregunté cuáles eran las óperas favoritas de la familia real con la esperanza de que conociese alguna.

– Romance de la primavera y el otoño. -An-te-hai contaba con los dedos-. La belleza de la dinastía Shang, La literatura de tiempos de paz, Un muchacho se pregunta quién ganará el examen imperial, La batalla de los portaestandartes de hierro… -Citó casi treinta óperas.

Pregunté a An-te-hai cuál podrían representar aquel día. Supuso que La batalla de los portaestandartes de hierro.

– Es la favorita del emperador Hsien Feng. A su majestad no le interesan demasiado las clásicas. Cree que son un aburrimiento. Prefiere las que contienen buenas dosis de artes marciales y habilidades acrobáticas.

– ¿Y a la gran emperatriz le gusta lo mismo?

– ¡Oh, no! La gran emperatriz prefiere las voces estilizadas y los actores estrella. Ella misma recibe lecciones de ópera y se considera una experta. Hay una posibilidad de que el emperador Hsien Feng desee complacer a su madre. He oído que Nuharoo ha infundido en él pensamientos de piedad. Su majestad podría ordenar a la compañía que representase la favorita de la gran emperatriz, Diez mil años de felicidad.

La mención de Nuharoo junto con el emperador Hsien Feng por parte de An-te-hai despertó mis celos. No quería ser débil de corazón, pero no podía evitar mis sentimientos. Me pregunté cómo sobrellevaban las demás concubinas la envidia. ¿Habían compartido ya lecho con Hsien Feng?

– Cuéntame tus sueños, An-te-hai.

Me senté; tuve la súbita idea de que el camino a la salvación era inaccesible y me invadió la desesperación. Me sentía como si me empujaran dentro de una cámara sellada donde me costaba respirar. No era cierto que sería feliz con el estómago lleno. No podía escapar de mí misma, una mujer que sentía que vivía para amar. Ser una esposa imperial me ofrecía todo excepto eso.

El eunuco se postró en el suelo y suplicó que le perdonara.

– Estáis preocupada, mi señora, puedo verlo. ¿He hecho algo mal? Castigadme, pues el enfado arruinará la salud de vuestra majestad.

Me sobrevino la sensación de ser una desvalida y mi frustración se convirtió en tristeza. ¿Adónde iría? «Pero aún quiero intentar plantar tomates en agosto, aunque sea demasiado tarde», cantaba una voz dentro de mi cabeza.

– No has hecho nada malo -tranquilicé a An-te-hai-. Ahora oigamos tus sueños.

Después de convencerse de que no estaba enfadada con él, el eunuco empezó:

– Tengo dos sueños, sí señora, pero la posibilidad de hacerlos realidad es como pescar un pez vivo en agua hirviendo.

– Describe los sueños.

– Mi primer sueño es recuperar mi miembro.

– ¿Miembro?

– Sé exactamente quién posee mi pene y dónde lo guarda.

Mientras hablaba se convirtió en un joven desconocido, con los ojos brillantes y las mejillas enrojecidas. Había algo extraño en su voz; estaba cargada de esperanza y determinación.