– ¿Cuánto se tarda en dominar la… danza? -le pregunté, con ganas de salir de allí lo antes posible.
– Tres meses.
La madame acercó una silla y se sentó.
¡Yo solo tenía diez días!
– Siéntate cada día encima de unos huevos y menea tu trasero. -La madame encendió la pipa y aspiró-. Después de tres meses, tus labios inferiores crecerán más gruesos y gordos que los de una mujer normal. Cuando un hombre prueba esos labios, se vuelve loco. Se morirá por ti y se vaciará los bolsillos.
Intentaba olvidar dónde me encontraba, pero era difícil. An-te-hai contemplaba con descaro; parecía hechizado por lo que estaba viendo. Las chicas se levantaron de encima de los huevos con el cuerpo brillante de sudor.
– Mira lo que han hecho.
La madame me hizo un gesto.
Me acerqué a mirar. La madame retiró la bandeja de los huevos y la almohada y apareció un perfecto abanico; el fajo de billetes se había movido hasta cobrar la forma deseada.
– Ahora inténtalo tú -me invitó la madame, volviendo a colocar la bandeja y la almohada.
No podía moverme.
– Tú también tendrás que afrontarlo -me animó la madame-. Es un mundo de hombres.
Las muchachas me ayudaron a desnudarme. Me sentí como una idiota y se me tensó el cuerpo.
– Tu futuro depende de tu actuación. -La voz de la madame era monótona, sin emoción-. Debes conseguir que el hombre piense que tienes magia o no te volverá a llamar.
– Sí -respondí con una débil voz.
– Entonces, abandona tu resistencia y déjate llevar. La buena vida no es gratis. -La madame me guió hasta la cama y me indicó que me pusiera a horcajadas-. Lo cierto es que la vida no es fácil para nadie.
Azorada, le pedí a An-te-hai y a Hermana Mayor Fann que salieran de la habitación. Los dos se fueron sin decir palabra. Me agaché y me puse en cuclillas como una gallina. La posición era tan incómoda que me dolieron las piernas casi al instante. Empecé a mover el trasero en círculos y el contacto con los huevos me produjo una extraña sensación. Hacía fuerza con las rodillas y los tobillos para permanecer en aquella posición.
– Sigue. -La madame volvió a colocar bien los huevos debajo de mí-. La perfección requiere tiempo.
– No tengo tiempo. -Balanceé el trasero y empecé a jadear-. Solo dispongo de diez días.
– Estás loca si crees que vas a dominar esta técnica en diez días.
– No estaría aquí si no estuviera loca.
– Solo una loca esperaría beberse todo el potaje caliente de un trago.
– Comprendo, pero debo conseguirlo antes…
Antes de terminar la frase, oí que algo se quebraba bajo mi trasero.
Eran los huevos; los había aplastado. La madame cogió una toalla para evitar que las yemas se desparramasen y enseguida sustituyó los huevos rotos por otros nuevos.
Volví a la posición, pero me equilibré con ambas manos. Notaba mi cuerpo como un objeto extraño. Me mecí, soportando el dolor del músculo que se me estaba desarrollando.
– Conseguirlo en diez días es toda una tortura. -La madame admiraba ahora mi fortaleza-.Tendrás que descansar de tanto en tanto; no querrás volver a aplastar los huevos.
– No, pero no puedo parar.
– Hay otro modo de atraer a los hombres. -La madame se levantó de la silla, se quitó la pipa de la boca y le dio golpecitos con la suela del zapato para vaciar la ceniza-. ¿Quieres conocerlo?
Asentí. Entraron las chicas y me dieron una toalla caliente. Bajé gateando de la cama y me sequé el trasero.
– No puedo enseñarte a vencer tu destino. -La madame rellenó la pipa con hojas secas y la encendió. Con un ruido fuerte inhaló el humo-. Porque no se puede, pero resulta de gran ayuda que tengas conocimiento de los hombres como criaturas. Debes entender por qué «las rosas del jardín propio no huelen tan bien como las rosas silvestres».
– Siga, madame, por favor -le insté.
– Eres una muchacha bonita, sí, pero cuando la lámpara se apaga, un hombre no distingue entre una muchacha bonita o una horrible. Durante años he visto a muchos hombres abandonar a sus guapas esposas por concubinas más feas.
– ¿Cómo puede una mujer cambiar eso?
– Te lo he dicho, es un juego de la mente. Lo cierto es que los hombres necesitan que los estimulen, por muy fuertes que parezcan -afirmó la madame.
Con los ojos puestos en una pintura erótica en la que un hombre miraba intensamente los pechos de una mujer, la madame prosiguió:
– Sé ciega a sus miradas y costumbres. Intenta también ignorar sus modales. Estate preparada: puede tener los rasgos de un panda, el olor de un establo, su instrumento solar puede ser tan pequeño como una nuez o demasiado largo como un rábano japonés y no como una zanahoria. Te pedirá que lo sirvas durante horas antes de saciarse. Debes concentrarte en la música del interior de su cabeza. Debes mantener la olla hirviendo. Debes recordar las pinturas de esta casa; te ayudarán a crear la magia. Mira a ese caballero sujetando los pechos de su dama como si fueran melocotones dulces. Halágalo con tus ruidos, no con palabras, solo sonidos. Exprímelo como si fuera miel, sazónalo, modula tus gemidos y varíalos. Hazle saber que es fantástico.
– ¿Es que no lo sabe ya? ¿Acaso mi deseo no le dice eso? Se lo habré dicho miles de veces cuando esté en la cama con él.
– Te sorprenderás, joven dama.
– ¿Por qué?
– ¿Aún no has hablado con tus labios inferiores, verdad?
– No, es cierto.
– ¡Usa tus técnicas!
– Sí, claro. -Mi turbación se convirtió en contento.
– Tienes que acabar sintiendo también placer tú misma. -La madame sonrió.
– ¿Y si…? -Me contuve, porque no sabía si podía plantearle una pregunta comprensible, pero al instante me decidí a preguntárselo-. ¿Y si a él no le gusta lo que yo le hago?
– Eso no es posible; a los hombres les gusta -dijo la madame con aplomo-, pero el momento influye mucho y, claro está; su estado de salud también.
– ¿Y si a mí no me gusta él?
– Ya te lo he dicho: presta atención solo al negocio; no es él lo que te interesa, sino su bolsillo.
– ¿Y si me insulta y me dice que salga de su cama? ¿O si no consigo ocultar mis sentimientos de asco?
– Escucha, en este negocio no se trata de cómo una se siente. Nunca lo ha sido, no lo es y nunca lo será. Así es el destino de una mujer: tienes que cocinar con lo que encuentres en la cocina; no puedes soñar solo con verdura fresca del mercado.
– ¿Cómo puedo simular estar excitada si no lo estoy?
– ¡Fingiendo! ¡Es un acto muy hijo de perra! Lo peor de todo es que cuando alcanzas la perfección, ya eres demasiado vieja. La juventud se evapora como el rocío, nace por la mañana y por la tarde ya está muerto.
La madame se sentó en una silla; le latía el pecho como si acabase de ser reanimada después de estar a punto de ahogarse. Las dos chicas se sentaron también, con su cara inexpresiva. Me vestí y me disponía a marcharme.
– Una última cosa -dijo la madame desde la silla-. Nunca hables de tu decepción, por muy dolida o furiosa que estés. No intentes discutir con él.
– Ni siquiera sé si habrá una conversación.
– A algunos hombres les gusta charlar después de hacerlo.
– Bueno, mientras esté interesado, intentaré seguir con mi actuación.
– Bien.
– También me gustaría, quiero decir, si la situación lo permite, hacerle preguntas a él. ¿Está bien que se las haga?
– Asegúrate de que haces preguntas tontas.
– ¿Preguntas tontas?, ¿por qué?
– Los hombres siempre abandonan a una mujer que intenta demostrar que tiene cerebro.