Recibí una invitada inesperada: Nuharoo. Nunca antes me había visitado; estaba segura de que tenía que ver con el hecho de que Hsien Feng pasara las noches conmigo. No me cabía duda de que sus eunucos espiaban para ella, tal como An-tehai espiaba para mí. La saludé, nerviosa pero sin pánico.
De pie como una soberbia magnolia, me saludó con una leve genuflexión. No podía evitar admirar su belleza; de haber sido un hombre, la habría deseado hasta la saciedad. Vestida con una túnica de satén de color salmón, era tan grácil como una diosa descendiendo de las nubes. Tenía un sentido de la nobleza innato. Su cabello negro lacado estaba peinado hacia atrás en forma de cola de ganso. Un pasador de cabello dorado con una ristra de perlas pendía unos milímetros de su frente. En su presencia, perdía la confianza en mi propia belleza; no podía evitar pensar que perdería el afecto del emperador Hsien Feng si él volvía a mirarla.
Según la costumbre, yo tenía que arrodillarme y tocar con la frente en el suelo para recibirla, pero ella se acercó y me cogió de los brazos antes de que tuviera la oportunidad de hacerlo.
– Mi querida hermana menor -dijo, como correspondía a su rango, pues de hecho era un año menor que yo-. Te he traído un rico té con setas que me han enviado desde Manchuria. Ahora lo necesitarás.
Hizo un gesto y sus eunucos llegaron y me entregaron una caja amarilla preciosamente envuelta.
No observé signos de celos, no había turbación en su voz.
– Es la mejor clase de tang kuei -explicó Nuharoo, cogiendo una raíz seca-. Se coge en riscos más altos que las nubes, crece del aire y la lluvia más frescos y cada uno tiene treinta años o más de antigüedad.
Se sentó y tomó la taza de té que An-te-hai le sirvió.
– Has crecido desde la última vez que te vi -dijo sonriendo a An-te-hai-. También he traído un regalo para ti.
Hizo otro gesto y su eunuco trajo una cajita de seda azul. An-te-hai se arrojó al suelo y tocó el suelo con la frente antes de coger la caja. Nuharoo le alentó a abrirla. Contenía una bolsa de taels. Estaba segura de que An-te-hai no había tenido nunca tanto dinero junto. Sujetó la caja y caminó de rodillas hacia Nuharoo.
– An-te-hai no merece esto, majestad.
– Ve y disfrútalo -dijo Nuharoo sonriendo.
Aguardé a que fuera ella quien hablara del marido que compartíamos. Esperaba oír palabras que expresaran su frustración. Casi deseaba que me insultara, pero nada de eso sucedió; se sentó tranquilamente a tomar su té.
Me pregunté qué le hacía aguantar tan erguida y tranquila. Si yo hubiera sido ella, me habría costado mucho. Sentiría celos de mi rival y desearía estar en su lugar. ¿Estaba defendiendo un frente? ¿O ya había trazado un plan para destruirme y solo estaba jugando a la paz para engañarme?
Su serenidad me inquietaba; al final no pude soportarla más y empecé a confesar. Le informé de que el emperador Hsien Feng había pasado algunas noches conmigo. Le supliqué a Nuharoo que me perdonase y me preocupó que mi voz no pareciera sincera.
– No has hecho nada malo -expuso en un tono neutro.
Confusa, continué:
– Pero sí lo he hecho; no te he pedido consejo. -Me costaba continuar; no estaba acostumbrada a fingir mis emociones-. Tenía… tenía miedo. No estaba segura de cómo debía informarte. No tengo experiencia en etiqueta de la corte. Debería haberte mantenido informada. Estoy preparada para aceptar tu censura.
Tenía la boca seca; bebí té.
– Yehonala -Nuharoo bajó su taza y se limpió ligeramente la boca con la punta de su pañuelo-, te preocupas por el motivo equivocado. No vengo a exigir que me devuelvas al emperador Hsien Feng. -Se levantó y tomó mis manos entre las suyas-. He venido por dos asuntos; en primer lugar, por supuesto, para felicitarte.
Una vocecilla me hablaba en el interior de mi cabeza: Nuharoo, no es posible que vengas a agradecerme que te arrebate a Hsien Feng. No creo que estés siendo sincera. Como si leyera mis pensamientos, Nuharoo asintió con la cabeza.
– Soy feliz por ti y por mí misma.
Como mandaba la etiqueta, le di las gracias, pero mi expresión me traicionó; temí que dijera: No te creo, sensación que ella debió de detectar, aunque prefirió no responder.
– Lo ves, mi hermana. -La voz de Nuharoo era amable y tierna-. En mi posición de emperatriz, mi interés es más amplio del que tú te imaginas. Me enseñaron que una vez entrase en palacio, no solo me casaría con el emperador, sino también con toda la sociedad imperial. El bienestar de la dinastía es mi único interés. Es mi deber velar por que mi marido viva para cumplir con sus obligaciones y una de sus obligaciones es producir tantos herederos como sea posible.
Guardó silencio y dijo con los ojos: ¿Yehonala, ves ahora que he venido a darte las gracias? Le hice una reverencia; llegué a creer que estaba actuando sin dolor. Cuando menos podía ofrecerle palabras de comprensión. Como si supiera lo que iba a decir, levantó la mano derecha.
– El segundo objeto de mi visita es darte la noticia de que dama Yun ha dado a luz.
– ¿Ha dado a luz? ¡Qué… maravilla!
– Es una niña -suspiró Nuharoo-. Y la corte está contrariada, como también la gran emperatriz. Me da pena la dama Yun, pero más pena me doy yo. El cielo no me ha concedido la fortuna de concebir un hijo. -Se le empañaron los ojos, sacó su pañuelo y empezó a secárselos.
– Bueno, hay tiempo. -La consolé, cogiendo su mano-. Al fin y al cabo el emperador solo lleva un año casado.
– Eso no significa que no le hayan brindado mujeres desde su adolescencia. A la edad de Hsien Feng, veintidós años, el emperador Tao Kuang había tenido diecisiete hijos. Lo que me preocupa -miró a su alrededor e hizo un gesto para echar a los eunucos- es que su majestad sea impotente. No solo es esa mi impresión, sino la de la dama Li, la dama Mei y la dama Hui también. No sé cuál es la tuya. ¿Quieres contármela?
Me miró con avidez y noté que no desistiría hasta que satisficiera su curiosidad. No quería compartir lo que había sucedido, así que asentí como confirmación silenciosa del estado del emperador. Aliviada, Nuharoo se reclinó hacia atrás.
– Si el emperador no tiene hijos, será mi responsabilidad y mi infortunio. No puedo imaginar que el trono pase a otro clan por ello. Sería un desastre para nosotras dos. -Soltó mi mano y se puso en pie-. Me gustaría contar contigo para dar a su majestad un heredero, Yehonala.
Confié en sus palabras en contra de mi voluntad. Por un lado, ella quería ser la que era: una emperatriz que pasaría a la historia como una mujer virtuosa. Por el otro, no podía ocultar su alivio cuando descubrió que el emperador Hsien Feng había sido impotente conmigo. ¿Qué habría ocurrido de haberle dicho la verdad?
La noche después de la visita de Nuharoo, tuve una serie de pesadillas. Por la mañana An-te-hai me despertó con una terrible noticia.
– ¡Nieve, mi señora, vuestra gata ha desaparecido!
Capítulo 11
Le comenté al emperador Hsien Feng la desaparición de Nieve y que no había podido resolver el misterio. «Búscate otra», fue su respuesta. Le conté el incidente solo cuando no pude satisfacer su petición de cantar para él porque estaba demasiado preocupada.
– No puede haber sido Nuharoo -afirmó-. Puede que no sea terriblemente inteligente, pero no es agresiva.
Estuve de acuerdo con él, más de una vez Nuharoo me había sorprendido con sus comentarios o su conducta. Una semana antes, al concluir una audiencia, el emperador nos dijo que una gran parte del país atravesaba una grave sequía y que en las provincias de Hupeh, Hunan y Anhwei la gente se moría de hambre.