Tenía que haberse imaginado que algún día Alvin se encontraría con el Bufón, con todas sus consecuencias imprevisibles. Khedrom era la única persona en la ciudad a quien podía llamársele un excéntrico, pero incluso aquella excentricidad de carácter tuvo sin duda que haber sido diseñada y dispuesta por los que planearon la ciudad. Hacía ya mucho tiempo que se había comprobado y descubierto que sin algún crimen, alteración o desorden, la Utopía pronto se convertiría en una pesada losa de plomo insoportable de conllevar. El crimen, sin embargo, de la naturaleza de las cosas, no podía ser garantizado para que permaneciese al óptimo nivel que exigía una sociedad como aquella. Se le dispensaba, reglamentaba y regulaba, cesando, por tanto, de ser un crimen.
El oficio del Bufón era la solución: a primera vista ingenuo y con todo, de hecho, profundamente sutil, y a quien los diseñadores de la ciudad habían dado vida. En toda la historia de Diaspar hubo menos de doscientas personas cuya herencia mental encajase para desempeñar aquel papel tan peculiar. Disfrutaban de ciertos privilegios que les protegían de las consecuencias de sus acciones, aunque habían existido Bufones que habían sobrepasado la racha marcada y habían tenido que purgar las penalidades que Diaspar tuvo que imponerles como castigo, tal como el ser barridos del futuro antes de que su corriente encarnación hubiese concluido.
En raras e imprevisibles ocasiones, el Bufón había vuelto la ciudad de arriba abajo por algún disparate que no podía ser considerado más que una gran broma o él haberse interpuesto en la vida corriente de cualquier ciudadano temporalmente, con alguna intriga pasajera. Consideradas todas las circunstancias, el nombre de «Bufón» era el más apropiado para aquella ocasión. En tiempos antiguos de pasadas épocas, hubo hombres con similares deberes, y actuando con las mismas licencias, en los días en que había reyes y cortes.
— Sería de mucha ayuda — dijo Jeserac— si somos francos el uno con el otro. Ambos sabemos que Alvin es un Único, y que nunca ha experimentado ninguna vida anterior en Diaspar. Quizá pueda usted imaginar, mejor que yo, lo que esto implica. Dudo mucho de que todo lo que sucede en la ciudad haya dejado de ser previamente planeado, por tanto, tiene que haber existido un propósito en su creación. Si alcanza lo que se propone, sea lo que fuere, es algo que desconozco. Tampoco sé si será bueno o malo. No entiendo imaginar qué es, en realidad.
Supongamos sin mala intención que concierne al exterior de la ciudad…
Jeserac sonrió pacientemente; el Bufón estaba ya metido con sus bromas, como era de esperar.
— Yo ya le dije lo que había allá al exterior, Alvin sabe muy bien que no existe nada fuera de Diaspar, excepto el Desierto. Llévelo allí si es que puede usted hacerlo, tal vez usted encuentre la forma y el camino. Cuando vea la realidad, creo que se curará para siempre de sus morbosos deseos al Respecto.
Creo que ya lo ha visto — dijo Khedrom en voz baja, más bien para él que para que le oyese Jeserac.
— Creo que Alvin no es feliz continuó Jeserac —. No ha formado adhesiones reales y es duro ver cómo sufre con tales obsesiones. Pero después de todo, Alvin es muy joven todavía. Puede superar esta fase y convertirse en un elemento natural y constitutivo de la ciudad.
Jeserac hablaba como para asegurarse a sí mismo; y Khedrom creía estar seguro de que no creía en lo que estaba diciendo.
— Dígame, Jeserac — preguntó Khedrom inopinadamente —. ¿Sabe Alvin que él no es el primer Único?
Jeserac pareció sorprendido y después un tanto desafiante.
— Tuve que haberlo imaginado — dijo en tono disgustado —. Usted tenía que saberlo. ¿Cuantos Únicos han existido en toda la historia de Diaspar? ¿Tantos como diez?
— Catorce — repuso Khedrom sin vacilar —. Sin contar con Alvin.
— Usted dispone de mejor información al respecto. Tal vez pudiera decirme lo que ocurrió con esos otros Únicos…
— Desaparecieron.
Gracias, eso ya lo sabía. Por esa causa dije tan poco a Alvin respecto a sus predecesores: le habría servido de muy poco en su presente estado de ánimo. ¿Puedo tener confianza en su cooperación?
— Por el momento… sí. Quiero estudiarlo por mí mismo; los misterios me han intrigado siempre y hay demasiado pocos en Diaspar. Además, creo que el Destino puede estar disponiendo alguna sorpresa en la que todos mis esfuerzos serán muy modestos, desde luego. En tal caso, quiero estar seguro de hallarme presente cuando llegue el clímax.
— Es usted muy aficionado a expresarse en acertijos — se quejó Jeserac —. Exactamente… ¿qué es lo que está usted anticipando?
— Dudo de que mis suposiciones sean mejores que las de usted. Pero creo esto: ni usted ni yo, ni nadie en Diaspar será capaz de detener a Alvin cuando haya decidido hacer lo que desea. Tenemos por delante unos cuantos siglos muy interesantes que ver.
Jeserac siguió sentado inmóvil durante bastante tiempo, con sus matemáticas olvidadas, una vez que la imagen de Khedrom se hubo desvanecido de su vista. Un extraño presentimiento pesó sobre él como nunca lo había experimentado antes. Durante unos instantes pensó en haber solicitado una audiencia en el Consejo… pero ¿no resultaría algo ridículo dar un paso semejante y crear un problema para nada? Quizá todo aquello no era más que una complicada y oscura broma de Khedrom, aunque no pudo discernir por qué le había escogido a él como blanco de tal broma.
Permaneció durante bastante tiempo considerando el asunto cuidadosamente, examinando el problema desde todos los ángulos posibles. Tras poco más de una hora, tomó una decisión característica en él.
Esperaría a ver lo que pasaba.
Alvin no perdió el tiempo aprendiendo todo cuanto pudo de Khedrom. Jeserac, como de costumbre, era su principal fuente de información. El anciano tutor le proporcionó un cuidadoso y detallado relato de su conversación con el Bufón, y añadió que por lo demás, sabía muy poco respecto a la forma de vida de éste. Hasta donde era posible en Diaspar, Khedrom era un recluso: nadie sabía dónde vivía o cualquier cosa respecto a su forma de vivir. La última broma a la que había contribuido había sido más bien una jugarreta infantil que tuvo como consecuencia una paralización general de los caminos rodantes móviles. De aquello había pasado quince años. Un siglo antes había dejado suelto un dragón particularmente revoltoso que había errado por toda la ciudad comiéndose cuanto existía en especies de trabajos del más popular escultor de la ciudad. El propio artista justificadamente alarmado ante la dieta única de la bestia, huyó a esconderse y no reapareció hasta que el monstruo desapareció tan misteriosamente como había aparecido.
Una cosa resultaba evidente de aquellos relatos. Khedrom precisaba tener un profundo conocimiento de las máquinas y poderes que gobernaban la ciudad y podía hacerles obedecer a su voluntad en formas que nadie más era capaz de hacerlo. Presumiblemente, debía existir cierto control sobre aquella persona de tal forma que pudiese prevenir cualquier disparate de un Bufón demasiado ambicioso al causar un daño permanente e irreparable a la compleja estructura de Diaspar.
Alvin tomó buena nota de aquella información e hizo lo posible por tomar contacto con Khedrom. Aunque tenía muchas preguntas que hacer el Bufón, su obstinado deseo de independencia — tal vez la más realmente única de todas sus cualidades— le hizo tomar la determinación de descubrir todo lo que pudiera por sus propios esfuerzos, sin ayuda de nadie. Se había embarcado en un proyecto que podría mantenerle ocupado durante años; pero mientras que se iba aproximando a su objetivo se sentía era feliz.
Como cualquier viajero de los antiguos constructores de mapas en una tierra desconocida, había comenzado la sistemática exploración de Diaspar. Empleó días y semanas a través de las torres solitarias, en el borde de la ciudad, con la esperanza de que en alguna parte pudiese descubrir una salida hacia el mundo exterior de la ciudad. Durante el curso de su investigación, encontró una docena de grandes ventanales conductores de aire, abiertos en lo más alto cara al desierto; pero todos estaban protegidos con barrotes. Aunque no hubiera sido por la presencia de semejante obstáculo, la caída a pico de un millar de pies de altura ya habría sido suficiente obstáculo.