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No encontró otras salidas, aunque exploró un millar de corredores y diez mil cámaras vacías. Todas aquellas construcciones se hallaban en tan perfecta condición y estado, que las gentes de Diaspar tenían como cosa segura que formaban parte del orden normal de las cosas. A veces, Alvin se encontró con algún robot aislado y errante, sin la menor duda dando una vuelta de inspección, y nunca dejó de hacer preguntas a la máquina. No pudo sacar nada en claro, porque las máquinas que encontró al paso no estaban programadas para responder al discurso ni al pensamiento humano. Y aunque se daban perfecta cuenta de su presencia, ya que cortésmente se echaban de lado para dejarle pasar, rehusaban sistemáticamente comprometerse en ninguna clase de conversación.

Había veces en que Alvin no se encontraba un solo ser humano durante días enteros. Cuando sentía apetito, no tenía más que ir a su apartamento y ordenar una comida. Máquinas milagrosas de cuya existencia raramente sé apercibía Alvin y a las cuales apenas si le dedicaba un pensamiento, despertaban mágicamente para atenderle al punto en sus necesidades. Los programas de acción que tenían insertos en sus memorias, bordeaban la misma realidad organizando y dirigiendo la materia que controlaban. Y así, una comida preparada por un jefe de cocina cien millones de años antes, podía ser solicitada a su existencia real para delicia del paladar o sencillamente para satisfacer el apetito.

La soledad de aquel mundo desierto — la cáscara vacía que contorneaba el corazón de la ciudad— no deprimió a Alvin. Se había acostumbrado a la soledad, incluso cuando se hallaba entre los que él llamaba sus amigos. Aquella ardiente exploración, absorbiendo toda su energía e interés, le hicieron olvidar por el momento el misterio de su herencia y la anomalía que le separaba del resto de sus otros compañeros.

Había explorado ya una centésima parte del borde de la ciudad, cuando decidió que estaba malgastando su tiempo. Su decisión, no fue el resultado de la impaciencia, sino de un agudo sentido común. Si fuese preciso, estaba dispuesto a volver y a terminar la tarea aunque ello le llevara lo que le quedaba de vida. Había visto bastante, sin embargo, para convencerse de que si había un camino de salida de Diaspar, no sería encontrado tan fácilmente en aquella forma. Podría estar gastando siglos enteros en una búsqueda infructuosa, a menos que no se ayudase con la asistencia de hombres más sabios.

Jeserac le había dicho claramente que no conocía de ningún camino para salir de la ciudad, y que dudaba que pudiera existir. Las máquinas informativas, cuando Alvin las había consultado, habían rebuscado en vano sus memorias casi infinitas. Podían suministrarle cualquier detalle de la historia de la ciudad, yendo hacia atrás en el tiempo y desde sus principios, hasta llegar a la barrera en que las Edades del Amanecer yacían escondidas y pérdidas para siempre. Pero ninguna pudo responder ni a una sola de las preguntas de Alvin. Tal vez algún poder más alto les había prohibido hacerlo así…

Tendría que ver de nuevo a Khedrom.

CAPÍTULO VII

Te llevaste tu tiempo… — le dijo Khedrom— pero sabía que me llamarías más pronto o más tarde.

Aquella confianza molestó a Alvin; no le gustaba en absoluto pensar que su conducta pudiera ser predicha tan agudamente. Incluso se imaginó si el Bufón no habría observado todas sus búsquedas infructuosas y sabía exactamente qué es lo que estaba haciendo.

— Estoy tratando de encontrar una salida de la ciudad — le dijo lisa y llanamente —. Tiene que haber alguna, y espero que usted me ayude en esta tarea que me he propuesto.

Khedrom permaneció silencioso por un momento. Aún había tiempo, si lo deseaba, de volver la espalda al camino que se extendía ante él y que conducía a un futuro más allá de todos sus poderes de profecía. Ninguna persona más hubiera vacilado, ningún otro hombre en la ciudad se hubiese atrevido a perturbar los fantasmas de una edad que había permanecido muerta por millones de siglos. Tal vez no hubiese peligro, quizás nada podría alterar el perpetuo estado de cosas incambiables de Diaspar. Pero si existía algún riesgo o algo extraño y nuevo que tomase carta de naturaleza en el mundo, aquélla podía ser la última ocasión de conjurarlo.

Khedrom estaba contento con el orden de las cosas, tal y como eran. Cierto que podía trastornar aquel orden de tanto en tanto pero sólo en muy pequeña medida. Él era un crítico, no un revolucionario. Sobre la placidez del fluir de la corriente del tiempo, deseaba a veces arrojar unas piedrecillas para producir algún pequeño efecto de diversión. El deseo de aventuras, aparte del de la mente, había sido eliminado de él tan cuidadosa y totalmente como del resto de los demás ciudadanos de Diaspar.

Aun así, todavía poseía, aunque casi ya estaba extinguida, la chispa de curiosidad que una vez fue el mayor don del Hombre. Todavía se hallaba preparado para correr un riesgo.

Miró a Alvin y trató de recordar su propia juventud, sus propios sueños de quinientos años atrás. Cualquier momento de su pasado le parecía todavía claro y agudo cuando volvía su atención concentrada hacia él. Como las cuentas de un rosario, su vida y todas las anteriores transcurridas en edades pasadas, se entrelazaban a lo largo del tiempo, y podía sopesarías y reexaminarías una a una cuando lo deseaba. La mayor parte de aquellos otros Khedrom, pasados, le parecían ahora extraños; la pauta básica era la misma; pero el peso de la experiencia le separaba de sus otras encarnaciones en un bache insalvable. De haberlo deseado, podía dejar su mente limpia de sus anteriores encarnaciones, cuando llegase la próxima vez en que atravesara la Sala de la Creación para dormir en vida latente hasta que la ciudad le volviese de nuevo a la vida. Pero aquello sería como una especie de muerte, y aún no estaba dispuesto todavía para aquello. Todavía se hallaba en condiciones de ir recogiendo todo lo que la vida podía ofrecerle, como un caracol encerrado en su concha añadiendo pacientemente nuevas células a su espiral en lenta expansión.

En su juventud, no había sido diferente de sus compañeros. No fue sino hasta que le llegó la edad de sus recuerdos latentes, cuando comenzó a experimentar las sensaciones y las disposiciones para desempeñar el papel para el que había sido elegido en tiempos pretéritos. A veces sentía una especie de resentimiento contra la inteligencia que había hecho de Diaspar lo que era, con tal infinita destreza, y que había dispuesto que tuviera que vivir como una marioneta por toda la duración de su vida adulta. Allí, tal vez, existía una oportunidad de obtener una venganza tan largamente demorada. Un nuevo actor había hecho acto de presencia y que podía levantar el telón por última vez en una comedia que ya había visto con demasiados actos una y otra vez repetidos.

La simpatía hacia uno cuya soledad tenía que ser seguramente mayor que la suya propia, el aburrimiento producido por edades enteras de repetición y un cierto impulso de divertirse, dado su carácter, fueron los discordantes factores que empujaron a Khedrom a actuar.

— Podría estar en condiciones de ayudarte — le dijo a Alvin— o puede que no. No quiero que te hagas falsas esperanzas. Encuéntrate conmigo dentro de media hora en la intersección del Radio 3 y el Anillo 2. Si no puedo hacer otra cosa, al menos puedo prometerte pasar una interesante jornada.