— Es algo maravilloso dijo Alvin —. ¿Cuánta gente sabe que existe?
— Oh, mucha; pero apenas si alguien tiene interés en ello. El Consejo viene por aquí de vez en cuando; ya que no se hace alteración alguna en la ciudad a menos que ellos no vengan a dar su aprobación. Pero no es suficiente, si el Computador Central no aprueba el cambio propuesto. Dudo que esta sala haya sido visitada más de dos o tres veces por año.
Alvin deseó conocer cómo Khedrom tenía tan fácil acceso a ella, pero después recordó que muchas de sus más elaboradas jugarretas tenían que suponer un profundo conocimiento de la ciudad y de sus mecanismos interiores y que sólo tal conocimiento podía ser el resultado de un profundo estudio. Tenía que ser uno de los privilegios del Bufón, él poder ir a cualquier parte y aprenderlo todo; realmente, no podía tener mejor guía para todos los secretos de Diaspar.
— Lo que tú estás buscando no existe — dijo Khedrom— pero de existir, aquí es donde podrás encontrarlo. Voy a enseñarte cómo manejar los monitores.
Durante la hora siguiente, Alvin permaneció sentado ante una de las pantallas visoras, aprendiendo el uso de los controles. Pudo así, seleccionar a voluntad cualquier punto de la ciudad y examinarlo en cualquier grado de magnificación. Calles, torres, murallas y vías rodantes se movían rápidamente a través de la pantalla al cambiar las correspondientes coordenadas; era como si estuviese en un punto de verlo todo al descubierto, descubriendo el propio espíritu de la ciudad, sin ninguna obstrucción física que lo impidiese.
Así y todo, no era en realidad Diaspar lo que estaba examinando. Se movía a través de las células de memoria, mirando a la imagen de un sueño de la ciudad, el sueño que había tenido el poder de sostener a la Diaspar real intocada por el tiempo en mil millones de años. Por la pantalla sólo podía ver la parte de la ciudad que en sí era permanente; la gente que paseaba por las calles no formaba parte de aquella imagen congelada. Pero para sus propósitos, no importaba lo accesorio. Su interés, por el momento, estaba concentrado en la creación de la piedra y el metal en donde se hallaba aprisionado y no en aquellos que compartían su confinamiento, aunque de buena voluntad.
Siguió buscando, y pronto tuvo ante la vista la Torre de Loranne moviéndose rápidamente a través de sus corredores y pasajes, que había explorado en persona. Al expandirse ante sus ojos la imagen de la verja que cerraba el paso al túnel que daba al desierto, casi sintió el frío viento azotarle la cara y que soplaba eternamente por aquellos pulmones vitales de la ciudad, seguramente por la mitad de toda la historia del género humano. Llegó hasta la rejilla, miró hacia fuera… y no vio nada. Por un momento la sorpresa fue tan grande que casi le hizo dudar del estado de su propia memoria. ¿Habría sido la visión del desierto nada más que un sueño?
Después recordó la verdad. El desierto no formaba parte de Diaspar, y por tanto la imagen no existía en el mundo fantasmal que estaba explorando.
Con todo, podía mostrarle algo que ningún ser humano hubiera visto antes. Alvin avanzó su mirada a través de la rejilla hacia fuera y en la nada existente más allá de los límites de la ciudad amurallada. Hizo volver el control que alteraba la dirección de lo que estaba observando, de tal forma que pudiese mirar hacia atrás a lo largo del camino por el que había ido. Y allí, tras él camino seguido, aparecía Diaspar… visto desde el exterior.
Para el computador, los circuitos de memoria y la multitud de mecanismos que creaban la imagen que Alvin estaba observando, constituían sencillamente un problema de simple perspectiva. Ellos conocían la forma de la ciudad; por tanto, podían mostrarla como apareciendo desde fuera. A pesar de comprobar y apreciar cómo resultaba el efecto deseado, el efecto que produjo sobre Alvin, fue impresionante. En espíritu, aunque no en realidad, se había escapado de Diaspar. Aparecía como suspendido en el espacio a pocos pies de distancia de la muralla cortada a pico de la Torre de Loranne. Por un momento se quedó mirando fijamente la suave y gris superficie que tenía ante sus ojos, después tocó el control y dejó que el visor fuese descendiendo hasta el suelo.
Ahora que conocía las posibilidades de aquel maravilloso instrumento, su plan de acción se le apareció claro. No había necesidad alguna de gastar meses o años en explorar Diaspar por el interior, edificio por edificio, sala por sala, corredor por corredor. Desde aquel ventajoso punto de visión, podía volar realmente y recorrer todo el contorno de la ciudad, pudiendo ver inmediatamente cualquier abertura que pudiese conducir hacia el desierto y al mundo que se extendía más allá.
El sentido de la victoria conseguida, de logro obtenido, le hizo experimentar una alegría sin límites y el deseo de compartir su alegría y su satisfacción. Se volvió hacia Khedrom, deseando dar las gracias al Bufón por haber hecho aquello posible. Pero Khedrom se había marchado y le llevó unos instantes el comprobar por qué.
Alvin era tal vez el único hombre en todo Diaspar que podía mirar sin afectarse las imágenes que entonces surgían de la pantalla. Khedrom pudo haberle ayudado en su investigación; pero incluso el Bufón compartía el extraño terror del universo que había confinado por tanto tiempo al género humano en el interior de aquel pequeño mundo. Y había dejado solo a Alvin para que continuase sus investigaciones.
La sensación de soledad y aislamiento, que por un rato había desaparecido del espíritu de Alvin, volvió a caerle como una carga pesada. Pero reaccionó valientemente, al pensar que no había tiempo que gastar en la melancolía; había mucho que hacer. Se volvió al monitor, dispuso la imagen de la ciudad de forma que sus murallas fuesen discurriendo lentamente frente a sus ojos y comenzó una búsqueda sistemática y minuciosa.
Diaspar vio muy poco a Alvin durante varias semanas, aunque sólo pocas personas notaron su ausencia. Jeserac, cuando supo que su discípulo empleaba su tiempo en la Sala del Consejo en lugar de patrullar alrededor de la frontera de la ciudad, se sintió aliviado de su preocupación, imaginando que allí no sufriría ningún disgusto ni perturbación. Eriston y Etania le llamaron a su habitación una o dos veces, y al notarle ausente, dejaron de preocuparse también. Pero Mystra fue más persistente.
Por la propia paz de su mente, era una lástima que se hubiera enamorado de Alvin, cuando existían tantos muchachos a quienes elegir. Mystra nunca había tenido dificultad en hallar pareja pero en comparación con Alvin, todos sus amigos y pretendientes le parecían nulidades, individuos surgidos del mismo molde, sin pena y sin gloria. Ella no le dejaría perder sin lucha: su retraimiento y su indiferencia le planteaban un desafío al que no podía resistir.
Así y todo, sus motivos no eran enteramente egoístas, siendo maternales más bien que de orden sexual. Aunque el dar a luz un hijo era cosa ya olvidada en la mujer, los instintos femeninos habían persistido implicando la protección y la simpatía. Alvin podía aparecer como una persona testaruda, obstinada y autosuficiente y determinado a seguir su propia vida, pero con todo, Mystra sentía la interior soledad del joven.
Cuando descubrió que Alvin había desaparecido, se apresuró a preguntar a Jeserac qué había ocurrido. El maestro de Alvin, aunque vaciló un tanto, acabó por decírselo. Si Alvin no quería compañía la respuesta estaba en sus propias manos. Su tutor, ni aprobaba ni desaprobaba aquella relación entre los jóvenes. En el conjunto de la cuestión, más bien apreciaba a Mystra y esperó que su influencia pudiera ayudar a Alvin a encajarse en la vida de Diaspar.
El hecho de que Alvin emplease todo su tiempo en la Sala del Consejo, sólo podía significar que se hallaba enfrascado en alguna investigación especial y tal conocimiento, por lo menos, alivió a la joven de la idea de que pudiese contar con rivales peligrosas. Pero aunque no se despertaron sus celos, sí se exacerbó su curiosidad. A veces se reprochaba a sí misma por haberle dejado abandonado en la Torre de Loranne, aunque estaba segura que de repetirse las mismas circunstancias, volvería a obrar de igual modo. No existía medio de comprender la mentalidad de Alvin, se dijo muchas veces a sí misma, a menos que descubriese qué era lo que intentaba hacer.