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Se encaminó decididamente al edificio y atravesó el salón principal, impresionada aunque no asustada por la sensación que experimentó al entrar en él. Las máquinas de información estaban alineadas una junto a otra en la pared opuesta, y ella escogió una al azar.

En cuanto se encendió la luz de reconocimiento, Mystra dijo:

— Estoy buscando a Alvin; está en alguna parte de este edificio. ¿Dónde podría encontrarle?

Incluso en la duración de toda una larga vida, nadie se acostumbraba, por lo general a la completa ausencia del espacio de tiempo en que una máquina informativa replicaba a una cuestión ordinaria. Había gente que sabía — aseguraba saberlo— cómo lo hacía y hablaba enfáticamente de «acceso al tiempo» o de «espacio almacenado» pero de todas formas, no por ello dejaba de resultar algo maravilloso. Cualquier pregunta de naturaleza puramente actual, dentro de la enorme cantidad de información disponible del interior de la ciudad, podía ser respondida inmediatamente. Sólo si la pregunta implicaba algún cálculo complejo, antes de dar su respuesta podía notarse una apreciable demora.

— Está con los Monitores — fue la respuesta que llegó enseguida a la joven.

Aquello no le resultaba de mucha ayuda, puesto que el nombre no significaba apenas nada para Mystra. Ninguna máquina suministraba voluntariamente más información que la estrictamente solicitada, y el aprender a construir adecuadamente la pregunta, era como una especie de arte que tardaba mucho tiempo en adquirirse.

— ¿Cómo puedo llegar hasta él? — volvió a preguntar la chica.

— No puedo decírselo a menos que tenga usted el permiso del Consejo.

Aquello constituía una situación inesperada y desconcertante para Mystra. Había muy pocos lugares en Diaspar que no pudieran ser visitados por cualquier persona que lo deseara. Mystra estaba completamente segura de que Alvin no había obtenido el permiso del Consejo, lo que significaba que una alta autoridad estaba ayudándole en sus propósitos.

El Consejo gobernaba a Diaspar, pero el Consejo por sí mismo podía ser derrotado en sus decisiones por un poder superior… el todopoderoso e infinito intelecto del Computador Central. Resultaba difícil pensar que el Computador Central fuese una entidad viviente, localizado en un simple lugar, aunque de hecho era la suma total de todas las máquinas de Diaspar. Incluso no estando vivo en un sentido biológico, ciertamente que poseía al menos mucha más inteligencia y autoconciencia que cualquier ser humano. Tenía que conocer lo que Alvin estaba haciendo, y en consecuencia, aprobarlo; de otra forma habría sido detenido antes de tener acceso a él o enviado al Consejo, como la máquina de información había hecho con Mystra.

No tenía objeto permanecer allí. Mystra estaba segura que cualquier intento de buscar a Alvin aunque conociese con exactitud dónde estaba en aquel enorme edificio estaría condenado al fracaso. Las puertas fallarían al abrirse; los caminos rodantes revertirían su paso cuando pusiese en ellos los pies llevándola hacia atrás en lugar de hacia delante, los campos magnéticos de los elevadores permanecerían misteriosamente inertes, rehusando subirla de una planta a otra. Si persistía en su intento sería conducida gentilmente, sin ninguna violencia a la calle por un robot, educado y cortés; pero firme en su decisión o bien permanecería dando una y otra vuelta alrededor de la Sala del Consejo hasta llegar al cansancio y el abandono de sus propósitos.

La joven estaba de mal humor al salir a la calle. Se encontraba más que confusa y por primera vez sintió que algo misterioso radicaba allí donde había puesto su personal interés. No tenía idea de cuál sería su próxima acción a seguir; pero sí estuvo segura de una cosa. Alvin no iba ser la única persona en Diaspar que fuese obstinada y persistente.

CAPÍTULO VIII

La imagen del monitor se desvaneció en la pantalla, al levantar las manos del panel de control y se cerraron sus circuitos. Por un momento permaneció inmóvil, mirando al negro rectángulo que había ocupado toda su mente consciente durante tantas semanas. Había circunnavegado su mundo; a través de aquella pantalla había desfilado una a una toda la muralla exterior de Diaspar, pulgada a pulgada. Conocía de la ciudad más que otro cualquier ser viviente, salvo Khedrom tal vez, y ahora estaba convencido de que no existía salida alguna a través de aquellas murallas. La sensación que le embargaba entonces no era de mero desaliento; en realidad nunca había esperado que sería la cosa tan sencilla y que encontraría lo que buscaba al primer intento. Lo que era más importante, era el haber descartado una posibilidad. Ahora tendría que intentar otras.

Se puso en pie y se encaminó hacia la imagen de la ciudad que casi llenaba por completo la cámara. Resultaba difícil no imaginarla como un modelo, aunque sabía muy bien que en la realidad no era más que la proyección óptica del dispositivo inserto en las células de la memoria que había estado explorando. Cuando alteró los controles del monitor y dispuso su punto de enfoque moviéndolo a través de Diaspar, una mancha de luz se movería sobre la superficie de lo que constituía su réplica, por lo que podría ver exactamente a donde se dirigía. Había sido una guía útil en los primeros días, aunque pronto adquirió la suficiente destreza para disponer las coordenadas mediante lo cual dejó de necesitar tal ayuda.

La ciudad yacía extendida bajo él y miró a sus pies como un dios. Y con todo apenas si pudo verla al considerar uno por uno todos los pasos que debería ir tomando de nuevo.

Si todos fallaban, sólo existía una solución al problema. Diaspar podría mantener un perpetuo estasis por sus circuitos, inmóviles y helados para siempre de acuerdo con la pauta inserta en las células de la memoria de sus computadoras. Pero aquella pauta podría ser alterada y la ciudad debería cambiar con ella. Podría ser posible rediseñar una sección de la muralla exterior de tal forma que contuviese una salida, alimentar con tales datos tal dispositivo en los monitores y dejar que la ciudad sé reconformase a sí misma en una nueva concepción.

Alvin sospechó que las grandes áreas del banco de control de los monitores, cuyo propósito no le había explicado Khedrom, estaban relacionadas con tales alteraciones. Hubiera sido infructuoso operar con ellos; los controles que podían alterar la mismísima estructura de la ciudad se hallaban firmemente bloqueados y sólo podían manejarse mediante la autoridad del Consejo y la aprobación del Computador Central. Existía muy poca posibilidad de que cl Consejo le autorizase a hacer lo que pedía, incluso estando de antemano preparado por décadas o incluso durante siglos a esperar pacientemente el permiso debido. Aquello constituía una perspectiva inconcebible para la impaciencia de Alvin.

Volvió los ojos hacia el cielo. A veces había imaginado, en las fantasías que casi se avergonzaba de recordar, el haber reconquistado la libertad del aire, a la cual, el Hombre, había renunciado desde tanto tiempo atrás. Sabía que una vez los cielos de la Tierra habían estado repletos de extrañas formas volantes. Desde el espacio exterior las grandes naves habían llegado llevando con ellas desconocidos tesoros para recalar en el Puerto de Diaspar. Pero el Puerto había estado más allá de los límites de la ciudad eones de tiempo en el pasado y que había sido enterrado por la arena transportada por los vientos del desierto. Soñó que en alguna parte y entre los laberintos de Diaspar podría quedar alguna nave del espacio escondida pero realmente no lo creyó. Incluso en los días en que los pequeños e individuales aparatos voladores habían sido de uso corriente, debió ser muy poco verosímil que se les hubiera permitido sobrevolar dentro de los límites de la ciudad.