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Por unos instantes se dejó llevar por aquel viejo y familiar sueño. Se imaginó que era el dueño del cielo, que todo el mundo yacía a sus pies, invitándole a desplazarse a donde quisiera ir. No se trataba del mundo de su propio tiempo lo que veía, sino el mundo perdido del Amanecer del tiempo… un rico y hermoso panorama de colinas, lagos y flores. Sintió entonces una amarga envidia de sus desconocidos antepasados, que habían podido volar con tanta libertad por toda la faz de la Tierra y que asimismo habían dejado morir tanta belleza.

Aquella ensoñación que como una droga intoxicaba su mente, era inútil e inoperante; era preciso volver al presente y enfocar el problema que se había planteado. Si los cielos eran inalcanzables y el camino por tierra prohibido ¿qué le quedaba?

Una vez más llegó a la conclusión de que necesitaba ayuda una vez que le resultaba imposible progresar en su empeño por sus propios esfuerzos. Le disgustaba admitir el hecho; pero era lo bastante honesto consigo mismo para negarlo. Inevitablemente, sus pensamientos son volvieron hacia Khedrom.

Alvin nunca había decidido en realidad si le gustaba o no el Bufón. Se hallaba contento de hallarse en su compañía y le agradecía sinceramente la asistencia y la simpatía que la había dispensado en su propósito. No había nadie más en Diaspar con quien tuviera tanto en común, y con todo había un cierto elemento en la otra personalidad que le resultaba chocante. Tal vez fuese el irónico aire de despego que era peculiar en la conducta de Khedrom, que a veces daba a Alvin la impresión de estar riéndose secretamente de sus esfuerzos, incluso mientras parecía estar ayudándole. A causa de aquello, lo mismo que su propia obstinación congénita y sentido de la independencia, Alvin vaciló en aproximarse de nuevo al Bufón, de no ser como el último resorte que tocar.

Dispusieron una entrevista en un pequeño patio circular, no lejos de la Sala del Consejo. Existían muchísimos lugares escondidos y discretos en la ciudad, a veces a poca distancia de donde se movían multitudes ocupados en sus diversos asuntos o placeres, y que aislaban a dos personas por completo. Corrientemente se llegaba a ellos sencillamente a pie, tras algunas vueltas o un corto paseo, aunque a veces hubiera que dar un complicado rodeo entre el laberinto de calles y lugares de la inmensa ciudad. Resultaba una cosa típica de Khedrom que hubiese escogido tal lugar para una cita.

Aquel pequeño patio no tenía más de quince pies de anchura estando en realidad localizado en la profundidad y en el interior de algún gran edificio. Así y todo, parecía no tener límites definidos físicamente, al hallarse rodeados por un material traslúcido y azul verdoso que resplandecía con una leve luz interna. Sin embargo, aún no apreciándose limites visibles, el lugar estaba tan perfectamente adaptado que no daba la impresión de haber perdido su carácter de lugar recoleto y escondido. Paredes bajas, de una altura inferior a la cintura y rotas a intervalos para poder pasar fácilmente de un lado a otro, estaban arregladas como para dar la impresión de un seguro confinamiento, sin lo cual, nadie en Diaspar, se hubiera sentido a gusto y contento.

Khedrom estaba examinando una de las paredes, cuando llegó Alvin. La pared estaba recubierta con intrincados mosaicos de pequeñas losas multicolores, tan fantásticamente entremezcladas que Alvin ni siquiera intentó desenmarañar.

— Mira este mosaico, Alvin — le dijo el Bufón —. ¿Notas algo extraño en él?

— No confesó el joven tras un breve examen —. Es algo que no me preocupa… pero no hay nada extraño en eso.

Khedrom dejó correr sus dedos por las baldosas multicolores.

— No eres muy observador — le dijo. Mira aquí, en este borde… y fíjate cómo se ha redondeado y suavizado. Esto es algo que rara vez se ve en Diaspar, Alvin. Está gastada… es el desgaste de la materia por el asalto del tiempo. Yo puedo recordar muy bien cuando esto era nuevo, sólo ochocientos años atrás, en mi vida última. Si volviese a este mismo lugar tras una docena de vidas a partir de ahora, las losetas habrían sido completamente disueltas y deshechas.

— Pues yo no veo nada sorprendente en todo esto — repuso Alvin —. Hay otras obras en la ciudad, verdaderas obras de arte, no lo bastante buenas para ser preservadas en los circuitos de memoria pero tampoco tan malas como para ser destruidas sobre la marcha. Un día, supongo, algún otro artista vendrá y hará un trabajo mejor. Y tal trabajo será resguardado y no se permitirá que se deteriore.

— Yo conocí al hombre que diseñó esta pared — dijo Khedrom, mientras continuaba pasando los dedos como si esperase que una de aquellas baldosas sé resquebrajara en el mosaico. Es extraño que pueda recordar el hecho, cuando ni siquiera me acuerdo de cómo era el hombre que lo hizo, en detalle. Es posible que no me simpatizara y así lo borré de mi mente. — Y dejó escapar una ligera carcajada —. Quizá lo diseñara yo mismo durante una de mis fases artísticas y me encontrara tan molesto cuando la ciudad rehusó inmortalizar la obra, que decidí olvidarlo todo. Mira aquí… ¡sabía que este trozo se desprendería!

Se las arregló para desprender del mosaico una cascarilla dorada, pareciendo satisfecho de haber realizado aquel pequeño sabotaje. Tiró el fragmento al suelo: añadiendo: ¡Ahora tendrán algo que hacer los robots del servicio de mantenimiento!

Alvin comprendió que allí se había producido una lección nueva para él. Aquel extraño instinto, conocido como la intuición, que parecía seguir una especie de cortocircuitos no accesibles a la simple lógica, se lo dio a entender. Miró a la escamita dorada yacente a sus pies, intentando eslabonaría de alguna forma con el problema que ocupaba su mente por entero.

No resultó difícil hallar la respuesta, una vez comprobada su existencia.

— Veo lo que está usted tratando de decirme dijo a Khedrom —. Hay objetos en Diaspar que no están preservados en los circuitos de memoria, por lo que nunca podré encontrarlos sirviéndome de los monitores de la Sala del Consejo. Si fuese allá y enfocase este patio, no existía ni la menor traza de la pared que estamos observando en este momento.

— Creo que podrías hallar la pared; pero sin mosaicos.

— Sí, ahora lo veo — repuso Alvin, demasiado impaciente para molestarse en aquellas sutilezas del Bufón —. Y de la misma manera, pueden existir partes de la ciudad que jamás han sido destruidos. Sin embargo, no veo realmente de qué forma podría servirme eso. Yo sé que existen las murallas exteriores, y que no hay abertura alguna en todas ellas.

— Quizá no haya ninguna salida — respondió Khedrom —. No puedo prometerte nada. Pero pienso que todavía hay mucho que los monitores puedan mostrarnos… si el Computador Central lo permite. Y parece ser que te ha tomado afecto de alguna manera…

Alvin sopesó las palabras del Bufón, en su camino hacia la Sala del Consejo a donde se dirigieron de nuevo. Hasta entonces, había supuesto que su acceso a los monitores se debía enteramente a la influencia personal de Khedrom. No se le había ocurrido pensar que ello podría ser debido a alguna especial circunstancia intrínseca de su propia personalidad. El ser un Único, comportaba muchas desventajas; pero seguramente habría algo que le compensara de tal circunstancia…

La incambiada imagen de la ciudad dominaba la cámara en la que Alvin había pasado tantas horas. La miró entonces con una nueva comprensión; todo lo que había allí existía… pero la totalidad de Diaspar no se hallaba reflejada. Así y todo, seguramente cualquier discordancia tenía que ser trivial y por lo que pudo imaginar, prácticamente indetectable.