De nuevo, era él mismo. Aquella, era la realidad… y sabía ya exactamente qué era lo que ocurriría a renglón seguido.
Mystra fue la primera en aparecer; Daba la impresión de hallarse más sobresaltada que molesta, ya que estaba realmente enamorada de Alvin.
— ¡Oh, Alvin! — se lamentó, mientras le miraba desde la pared en donde acababa de materializarse. ¡Ha sido una aventura tan excitante! ¿Por qué la echaste a perder?
Lo siento. No tuve intención de hacerlo… sólo pensé que sería una buena idea…
Sus palabras quedaron interrumpidas por la llegada simultánea de a Callistron y Floranus.
— Ahora escucha, Alvin — comenzó a decir Callistron —. Esta es la tercera vez que has interrumpido el curso de una leyenda. Ayer rompiste también la secuencia al desear saltar fuera del Valle del los Arco Iris. Y anteayer lo trastornaste todo, intentando volver al Origen en el rastro del tiempo que estábamos explorando. ¡Si no guardas las reglas del juego, tendrás que hacerlo tú solo!
Y desapareció llevándose a Floranus con él. Narilian no aparecería eh absoluto, con toda seguridad se hallaba trastornado para hacerlo, según su carácter. Sólo le quedaba la imagen de Mystra mirando tristemente hacia donde se hallaba Alvin.
Alvin inclinó el campo de gravedad, se puso en pie y caminó hacia la mesa que había materializado. Sobre ella apareció un enorme jarrón repleto de frutas exóticas, aunque no era precisamente el alimento que había imaginado, que en su confusión sus ideas se habían entremezclado. No queriendo revelar su equivocación, cogió uno de los frutos de aspecto menos peligroso y comenzó a mordisquearlo cuidadosamente.
— Bien… — dijo Mystra al fin— ¿qué vas a hacer?
— No puedo evitarlo: creo que esas reglas son algo estúpido. Además ¿cómo puedo recordarlas mientras estoy viviendo una leyenda? Yo me conduzco en la forma que me parece más natural. ¿No querías tú realmente echar un vistazo a la montaña?
Los ojos de Mystra se dilataron con horror.
— ¡Eso habría significado salir al exterior! — exclamó asustada.
Alvin sabía que resultaba inútil seguir adelante en aquella conversación. Allí estaba la barrera que detenía toda la gente de aquel mundo y que podría condenarle él a una vida de total frustración. Siempre estaba deseando salir al exterior de la ciudad, tanto en la realidad como en los sueños. Pero en Diaspar, el «exterior» era una pesadilla a la que no podía nadie encararse. Nadie hablaba del asunto y se evitaba a toda costa, era algo sucio y maligno. Ni incluso Jeresac, su tutor, le habría podida explicar por qué…
Mystra continuaba observándole con ojos tiernos, aunque confusa.
— Te veo desgraciado, Alvin — le dijo ella —. Nadie debe serlo en Diaspar. Déjame que te hable sobre eso.
Poco galante en aquella ocasión, Alvin sacudió la cabeza negativamente. Sabía a dónde le llevaría tal clase de conversación con la joven, y por el momento lo único que deseaba era quedarse solo. Doblemente decepcionada, Mystra se desvaneció.
En una ciudad de diez millones de habitantes, pensó Alvin, no existía realmente una sola persona con quién poder hablar. Eriston y Etania le apreciaban a su manera, pero ahora que terminaba el período de tutela, ambos se alegraban, y eran felices en cierto modo de dejarle que viviera su vida a su gusto y tuviese sus propias diversiones. En los últimos años recientes, haciéndose la divergencia más y más patente entre su propia personalidad y la de sus tutores, Alvin había llegado casi a sentir un cierto resentimiento hacia ellos y había advertido en lo vivo, igual resentimiento respecto a él, en sus tutores. Tal vez no fuese sobre su misma persona, cosa, que de hecho podían haber encarado y contra la que habrían podido luchar, sino contra la mala suerte por haberle elegido entre tantos millones de personas, el día en que entraron y salieron en la Sala de la Creación, hacía veinte años atrás.
Veinte años. Alvin pudo recordar aquel primer momento y las primeras palabras que oyó: «Bienvenido, Alvin, yo soy Eriston, designado como tu padre. Aquí tienes a Etania, tu madre.» Aquellas palabras no habían significado nada entonces, pero su mente las había registrado con una aguda precisión fijándolas en sus recuerdos. Alvin recordó de qué forma se había mirado a su propio cuerpo; entonces era apenas una o dos pulgadas más bajo de talla cuestión que apenas se había alterado desde el momento de su nacimiento. Había llegado al mundo casi en idéntica forma a como se encontraba ahora y apenas si había cambiado, ni cambiaría sino únicamente de forma muy ligera en altura corporal, cuando estuviera a punto de abandonar aquel mundo, a mil años de distancia de su presente actual.
Antes de aquel primer recuerdo, no había existido nada para Alvin. Un día, quizás, volvería a la misma nada; pero aquello era un pensamiento tan remoto, que apenas podía influir en sus sensaciones de ningún modo.
Volvió una vez más el curso de su mente y sus pensamientos hacia el misterio de su nacimiento. No le parecía extraño a Alvin que pudiera haber sido creado, en un simple momento del curso del tiempo, por poderes y fuerzas que constantemente materializaban toda clase de objetos en su vida diaria. No, aquello no era el misterio. El enigma que nunca había estado en condiciones de resolver que nadie podría seguramente estar en condiciones explicarle, residía en su calidad de ser Único.
Único. Era algo extraño, una triste palabra… y una cosa extraña y triste que ser. Cuando se le aplicaba a él, como mente lo había oído decir, cuando nadie creía que él pudiera escucharlo, le parecía poseer un aciago que le amenazaba más que a su propia felicidad.
Sus padres, su tutor… a todos a quienes conocía, habían de protegerle contra la verdad, como en un ansia de preservar la inocencia de su larga infancia. Aquella situación pronto estaría acabada, dentro de pocos días se convertiría de pleno derecho en un ciudadano de Diaspar nada podría apartarle del esfuerzo que pudiera o quisiera hacer para cuanto deseara conocer.
¿Por qué por ejemplo, no encajaba en las Leyendas? De entre las mil formas de recreo existentes en la ciudad, las Leyendas eran de lo más popular. Cuando se entraba a vivir una Leyenda, no se era un simple observador pasivo, en los sencillos entretenimientos que Alvin había disfrutado años antes, más joven en el tiempo. Se era participante activo y se poseía — o parecía poseerse— una libre voluntad Los acontecimientos y escenas que constituían la materia prima de las aventuras de cualquier Leyenda, podían haber sido preparados de antemano por artistas ya olvidados; pero siempre conservaban bastante flexibilidad para permitir las más amplias variaciones en sus vivencias. Se podía ir y adentrarse en aquellos mundos fantasmales con los amigos, en busca de la excitación por lo nuevo y nunca visto, que no existía en la ciudad de Diaspar y mientras duraba aquel sueño, no había nada que lo diferenciase de la realidad. Aunque con certeza, ¿quién podía estar cierto de que la propia Diaspar en sí no era un sueño?
Nadie pudo agotar todas las leyendas que habían sido concebidas y registradas desde que comenzó la vida de la ciudad. Las Leyendas tocaban todos los temas imaginables y producían toda la gama de emociones de una infinita e interminable sutileza. Algunas, las más populares entre la gente joven, eran sólo dramas poco complicados de— aventuras y descubrimientos, Otras constituían puras exploraciones de estados psicológicos, mientras que otras eran en sí ejercicios en lógica y matemáticas, capaces de producir las delicias más exquisitas a mentes de tipo más sofisticado.