Las Leyendas parecían satisfacer a sus compañeros; pero a Alvin le producían siempre la sensación de ser algo incompleto. A pesar de su colorido y variación, de su excitación y su amenidad, existía algo en todas ellas que parecía perdido, echado de menos por la particular mente de Alvin.
Alvin decidió que las Leyendas jamás le conducirían a ninguna parte. Siempre aparecían como pintadas en un estrecho lienzo. No poseían la dilatación de una gran vista, un gran panorama extenso y amplio por lo que su alma suspiraba y ansiaba ardientemente. Por encima de todo, no existía ni un toque de la inmensidad en donde tuviesen lugar las hazañas que habían llevado a cabo los antiguos hombres, el luminoso vacío entre las estrellas y los planetas del universo. Los artistas que habían planificado y llevado a cabo las Leyendas, habían estado infectados de la misma extraña fobia que dominaba y gobernaba la mente de todos los ciudadanos de Diaspar. Todas las aventuras se desarrollaban de puertas adentro o en cavernas subterráneas o en valles rodeados de montañas que cerraban paso a toda vista del resto del mundo.
Sólo podía haber una explicación. Atrás, en el tiempo pasado, tal vez antes de que Diaspar hubiese sido fundada, algo tuvo que haber ocurrido que no solamente hubiese destruido toda la ambición y la curiosidad del Hombre, sino que le había devuelto a casa abandonando los caminos de las estrellas para encerrarse cobardemente en el refugio del diminuto y cerrado mundo de la última ciudad de la Tierra. Había renunciado al Universo para cobijarse en el vientre de Diaspar, artificial y acogedor El deseo ardiente que una vez le había empujado sobre los mundos de la Galaxia y hacia las islas de las nebulosas siempre más y más allá, se habían muerto de una vez. Ninguna nave estelar había pasado por el sistema solar desde eones de tiempo atrás, desde las lejanías y entre las estrellas en que los descendientes del Hombre podían todavía estar construyendo imperios… La Tierra ni lo sabía, ni parecía importarle.
A la Tierra no. Pero sí a Alvin.
CAPÍTULO II
La habitación estaba sumida en la oscuridad, excepto en una de las resplandecientes paredes sobre la cual se reflejaban en oleadas de color circulantes y fluidas, las sensaciones de los sueños de Alvin y contra las que el joven luchaba desesperadamente. Una parte de aquello satisfacía íntimamente a Alvin, el sentirse fascinado por el aspecto que le ofrecían las altas montañas y sus crestas surgiendo del mar. En todo aquello, existía un poder y un orgullo que se reflejaba en sus curvas ascendentes; era algo que había estudiado durante mucho tiempo y después había insertado en la unidad de memoria del visualizador, donde quedaría preservado, mientras experimentaba con el resto de las imágenes. Pero había algo que se le escapaba aunque no sabía con exactitud lo que era. Una y otra vez, intentaba rellenar aquel espacio en blanco, mientras que el aparato transcribía los modelos y pautas de su mente y quedaban materializados contra la resplandeciente pared. Pero allí había algo equivocado, no quedaba bien. Las líneas aparecían borrosas e inciertas y los colores desvaídos y sombríos. Si el artista que lo había concebido no conoció el objetivo previsto, ni la más milagrosa de las herramientas o dispositivos adecuados, hubieran podido hacerlo en su lugar.
Alvin suprimió aquel espectáculo que no le satisfacía y se quedó mirando fijamente al rectángulo vacío en sus tres cuartas partes y que había intentado rellenar con una bella exhibición, En un súbito impulso, dobló el tamaño del diseño proyectado y lo elevó hacia el centro de la estructura visualizadora. No, aquello no resultaba tampoco y resultaba erróneo de alguna manera. Lo peor de todo, además, es que el cambio de escala había revelado los defectos de su construcción, evidenciando la falta de certidumbre de aquellas líneas dignas de confianza a primera vista. Tendría que recomenzar de nuevo.
Que se borre la totalidad de la proyección — ordenó a la máquina.
Se desvaneció el azul del mar, las montañas se disolvieron en la neblina, y todo quedó borrado hasta quedar en blanco la blanca pared sobre la que se proyectaban las imágenes. Era como si nada de todo aquello hubiera existido, como si se hubieran perdido en el limbo que había engullido todos los mares de la Tierra y todas sus montañas, edades pasadas en el tiempo, antes del nacimiento de Alvin.
La luz volvió de nuevo inundando el luminoso rectángulo sobre el que Alvin había proyectado sus sueños, combinándose con sus alrededores, hasta confundirse en una sola cosa con las demás paredes de su habitación. Pero ¿eran realmente paredes? Para cualquiera que nunca hubiera visto semejante lugar con anterioridad, aquella era ciertamente una habitación muy peculiar. Era algo sin características especiales y totalmente desprovista de toda ornamentación, dando así la impresión de que Alvin permaneciese en el centro de una esfera hueca. Ninguna línea divisoria visible servía de separación a las paredes del techo o del suelo.
No existía nada en donde los ojos pudieran enfocarse, el espacio que constituía el entorno de Alvin podía tener diez pies o diez millas de amplitud, por cuanto el sentido de la visión hubiera podido comprobar. Habría resultado difícil resistir a la tentación de comenzar a caminar en cualquier dirección en la distancia con las manos extendidas para descubrir los límites físicos de tan extraordinario lugar.
Con todo, tales habitaciones habían sido «hogares» de la mayor parte de la raza humana, durante la mayor parte de su historia. Alvin sólo tenía que estructurar el pensamiento apropiado, y las paredes se convertían en ventanas abiertas a cualquier lugar de la ciudad que quisiera elegir. Otro deseo cualquiera y las máquinas que nunca hubo visto llenarían la cámara con las imágenes proyectadas de cualquier artículo o mobiliario que pudiese necesitar. Tanto si eran cosa «real» o no, era un problema que apenas si había molestado a unos cuantos hombres en los pasados mil millones de años. En realidad, no era menos real que otro cualquier tipo de materia sólida o figurada, y cuando ya no se tenía necesidad de ella, se le hacía volver al mundo fantasmal de los bancos de memoria de la ciudad. Como todas las demás cosas en Diaspar, jamás se desgastaba y jamás cambiaría, a menos que sus estructuras O modelos fuesen cancelados o cambiados por un acto deliberado de voluntad.
Alvin había reconstruido en parte su habitación, cuando un timbrazo persistente, con el suave y metálico sonido de una campanilla de cristal, llegó a sus oídos. Mentalmente ordenó la señal de admisión y la pared sobre la cual estaba conformando sus inmediatas experiencias, se disolvió al instante. Como esperaba, aparecieron sus padres, con Jeresac a unos pasos tras ellos. La presencia de su tutor significaba que aquélla no era una reunión familiar corriente; pero esto era cosa que ya conocía.
La ilusión fue perfecta y nada de ella se perdió cuando habló Eriston. En realidad, como Alvin sabía muy bien, Eriston, Etania y Jeresac se hallaban a millas de distancia, ya que los constructores de la ciudad habían dominado tan completamente el espacio como subyugado el tiempo. Alvin ni siquiera sabía con certidumbre dónde vivían sus padres, entre la multitud de altas espiras y laberintos de Diaspar, ya que se habían movido hasta hallarse físicamente en su presencia.
Alvin — comenzó Eriston —, hace veinte años que tu madre y yo te conocimos. Tú sabes lo que esto significa. Nuestro tutelaje ha terminado y ya eres libre para hacer lo que estimes más oportuno.
En la voz de Eriston se advertía una traza, aunque leve, de tristeza. Pero había un alivio considerablemente mayor, como si Eriston estuviese contento de que aquel estado de cosas que había existido por algún tiempo, tuviese entonces una legal terminación y reconocimiento. Alvin ya disponía de su libertad.