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Al principio, Alvin especuló con la idea de que el pueblo de Lys había debido olvidar o no había poseído nunca, el poder de las máquinas, que como cuestión descontada, se basaba toda la vida en Diaspar. Pero pronto encontró que aquél no era el caso. Las herramientas y el conocimiento estaban allí a disposición de sus gentes; pero sólo utilizadas en lo más esencial. El ejemplo más sorprendente de aquello, era lo concerniente al sistema de transporte, si es que podía ser dignificado con tal nombre. Para cortas distancias, la gente iba a pie, lo que parecía hacerles disfrutar. Si tenían prisa en cualquier momento, o tenían pequeñas cargas que transportar, utilizaban animales que obviamente habían sido criados y evolucionados para tal propósito. La especie más utilizada para la carga, era una bestia de seis patas, muy dócil, fuerte y pobre de inteligencia. Los animales para correr a gran velocidad, eran criados aparte, andando normalmente sobre sus cuatro patas y utilizando sus miembros fuertemente musculosos, cuando realmente debían correr a velocidad estimable. Podían recorrer la totalidad de Lys en pocas horas y los pasajeros iban subidos en un asiento giratorio, sujeto a la espalda del animal. Por nada del mundo habría Alvin utilizado tal sistema de carreras, aunque constituía un deporte popular entre la gente joven del país. Sus miembros finos y estilizados les hacían la aristocracia del mundo animal, y parecían sentirse muy bien avisados al respecto y conscientes de su valía. Disponían de cuantiosos vocabularios y Alvin les sorprendía a veces hablando y fanfarroneando entre ellos, respecto a pasadas y futuras victorias. Cuando pretendió mezclarse en conversación con ellos, mostrándose amistoso; ellos pretendieron que el joven no podía comprenderlos y de persistir, se apartaban con una especie de dignidad ofendida.

Aquellas dos especies de animales parecían bastar a las necesidades ordinarias, proporcionando a sus dueños un gran placer que ningún dispositivo mecánico hubiera podido proporcionarles. Pero cuando se requería una gran velocidad, en caso extremo, o grandes cargamentos para transporte, allí estaban también las máquinas, que se utilizaban sin la menor vacilación.

Aunque la vida animal en Lys, se presentó a los ojos de Alvin como un nuevo mundo de interés y sorpresas, lo que más le fascinó fue los dos extremos de la situación vital de sus habitantes. Los muy jóvenes y los muy ancianos… ambos igualmente extraños e igualmente sorprendentes. El habitante más viejo de Airlee, sólo había llegado al segundo siglo de su vida, y apenas si le quedaban ya unos pocos años por delante en el futuro. Cuando el propio Alvin hubiese cumplido aquellos doscientos años, su propio cuerpo, apenas si tendría la más leve apariencia de vejez; mientras que aquel anciano, que no tenía ninguna cadena de futuras existencias a que mirar en el futuro, casi habría agotado todas sus fuerzas físicas. Tenía los cabellos completamente blancos y su rostro era una maraña indescifrable de arrugas. Daba la impresión de emplear la mayor parte de su tiempo, sentado al sol, o paseando lentamente alrededor de la población cambiando saludos cordiales con cuantas personas hallaba al paso. Por cuanto pudo colegir Alvin, daba la impresión de hallarse contento de sí mismo, no pidiéndole nada más a la vida y sin preocuparse por su próximo fin.

En todo aquello radicaba una filosofía tan distinta en sus aspectos con la de Diaspar que se hallaba más allá de toda comprensión por parte de Alvin. ¿Por qué tendría nadie que aceptar la muerte definitiva, siendo algo innecesario, cuando se tenía la opción de vivir durante mil años y después, transcurridos milenios, saber que se despertaría nuevamente a otra vida nueva, a la que se había ayudado a conformar en todos sus aspectos? Aquél fue un misterio que Alvin estuvo determinado a resolver, tan pronto como tuviese la oportunidad de discutirlo francamente. Era muy difícil y duro para él creer que Lys hubiera elegido tal camino por su propia y libre voluntad, si sabía que existía la otra alternativa.

Encontró parte de la respuesta que buscaba entre los chiquillos, aquellas pequeñas criaturas que le resultaban tan extrañas como cualquiera de los animales de Lys. Empleó mucho tiempo entre ellos observando sus juegos y eventualmente siendo aceptado por ellos como un amigo. A veces le parecía que no eran humanos en absoluto, ya que sus motivaciones, su lógica y su lenguaje eran algo tan extraño e irreal. Miraba entonces a los adultos, preguntándose cómo podrían haber evolucionado desde el estado de aquellas pequeñas y extraordinarias criaturas, que parecían emplear la mayor parte de su tiempo en un mundo privado, sólo para ellos mismos.

Y con todo, incluso cuando resultaba chasqueado de su presencia misteriosa, levantaban y despertaban en su corazón un sentimiento jamás conocido antes. Cuando aunque no fuese con frecuencia, pero que a veces ocurría —, estallaban en lágrimas, en frustración o desamparo, sus pequeñas decepciones le parecían más trágicas que la gran retirada que el Hombre había llevado a cabo, tras la pérdida de su Imperio Galáctico. Aquello resultaba demasiado grandioso y remoto; pero las lágrimas de un niño eran algo capaz de encoger el corazón de cualquiera.

Alvin había hallado el amor en Diaspar; pero además, estaba aprendiendo algo igualmente precioso y sin lo cual el amor en sí mismo no hubiera llegado a alcanzar sus grandes cimas y hubiera permanecido incompleto. Estaba aprendiendo lo que significaba la ternura.

* * *

Si Alvin estaba estudiando a Lys, Lys le estudiaba a él, y no se sintió insatisfecho con lo que había encontrado en aquel extraño y misterioso país. Había permanecido va durante tres días en Airlee, cuando Seranis le sugirió que podría ir más allá y ver más del país. Era una proposición como para ser aceptada inmediatamente… a condición de no subirse en alguna de aquellas bestias para cabalgar.

— Puedo asegurarte — le dijo Seranis, con un raro destello de humor —, que nadie aquí soñaría con arriesgar uno de sus preciosos animales. Pero puesto que éste es un caso excepcional, dispondré un transporte en el cual te sientas como en Diaspar. Hilvar actuará como tu guía, sin que ello impida, por supuesto, que puedas ir a donde gustes.

Alvin especuló sobre si aquello era estrictamente cierto. Imaginó que podría haber alguna objeción si intentaba volver a la pequeña colina desde cuya ladera emergió por primera vez a la vista de Lys. Sin embargo, aquello no le preocupó, desde el momento en que no tenía prisa alguna para volver a Diaspar, a cuyo problema dedicaba ahora poca atención, tras sus conversaciones con Seranis. La vida allí le resultaba tan interesante y tan nueva que en realidad se hallaba realmente contento con vivir en el presente.

Agradeció mucho el gesto de Seranis de ofrecerle a su propio hijo como guía, aunque sin duda, a Hilvar se le habrían dado cuidadosas instrucciones para que bajo ningún concepto pudiera sufrir ningún daño. Le había llevado algún tiempo en acostumbrarse a la presencia de Hilvar, por una razón que no hubiera podido explicarle sin herir sus sentimientos. La perfección física era tan universal en Diaspar, que la belleza personal había llegado a perder todo su valor; los hombres allí no le daban más importancia que al aire que respiraban. Aquél no era el caso en Lys, y el más halagador adjetivo que hubiera podido dedicar a Hilvar era la de ser «vulgar». Para las concepciones de Alvin, era francamente feo y por un cierto tiempo le había evitado deliberadamente. Si Hilvar se había dado cuenta, no parecía demostrarlo en absoluto; pero no transcurrió mucho tiempo antes de que su amistosa compañía y buena naturaleza congénita, rompiese la barrera existente entre ellos. Ya llegó el momento en que Alvin se acostumbró a la amplia sonrisa de Hilvar, a su fuerza y a su caballerosidad que apenas si pudo creer que antes le hubiera encontrado repelente, y no habría cambiado su presente opinión ya, por nada del mundo.