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Abandonaron Airlee a poco del amanecer en un día y en un pequeño vehículo a quien Hilvar llamó un coche todo terreno, y que aparentemente funcionaba sobre los mismos principios que el que le había traído desde Diaspar. Flotaba en el aire a pocas pulgadas sobre la tierra recubierta de césped y aunque no había signo alguno de raíl conductor, Hilvar le dijo que aquellos coches, sólo podían viajar por rutas ya predeterminadas. Todos los centros de población se hallaban ligados entre sí en la misma forma; pero durante su estancia en Lys, Alvin no había visto ninguno en funcionamiento.

Hilvar había puesto un gran esfuerzo y cuidado en organizar la expedición, cuidándose de todos los detalles al igual que Alvin. Había planeado la ruta a seguir con su mismo interés, ya que la Historia Natural era su pasión favorita, y esperaba hallar nuevos tipos de insectos en regiones relativamente despobladas de Lys, a las que irían a visitar. Planearon viajar hacia el sur y hasta donde la máquina pudiese llegar, haciendo el resto del camino que les quedase a pie. Sin comprender las implicaciones de esto último, Alvin aceptó encantado.

Llevaban un compañero en la expedición: Krif, el más espectacular de los animales domésticos de Hilvar. Cuando Krif se hallaba en reposo, sus seis alas brillantes y coloreadas, aparecían plegadas sobre el cuerpo, que brillaba como un cetro recubierto de joyas deslumbrantes. Si algo le asustaba, se alzaba por el aire con unos destellos iridiscentes del batir casi invisible e inaudible de sus alas. Aunque el gran insecto solía acudir a cualquier llamada de su dueño, obedeciendo las más simples órdenes, era casi totalmente una criatura desprovista de mente inteligente, para las apreciaciones de Alvin. Sin embargo, tenía una definida «personalidad» en sí mismo, y por alguna razón parecía mostrarse receloso de la presencia de Alvin, cuyos esporádicos intentos de ganarse su confianza, habían terminado siempre en un completo fracaso.

Para Alvin, la jornada a través de Lys, había sido como un sueño al margen de la realidad. Silenciosa como un fantasma, la máquina se deslizaba a través de ondulantes llanuras, pasando a través de los bosques, sin desviarse jamás de su invisible sendero. Viajaría seguramente a una velocidad superior a la de diez veces la de un hombre a buen paso, raramente cualquier habitante de Lys solía caminar a mayor prisa.

Pasaron a través de muchas poblaciones, algunas mayores que Airlee; pero en general construidas con aspecto similar. Alvin se hallaba interesado en comprobar las sutiles diferencias en el vestir e incluso en la apariencia física que iban surgiendo a medida que pasaban de una a otra comunidad del país. La civilización de Lys, estaba compuesta por cientos de diferentes culturas, contribuyendo cada una con algún especial talento al bien común de la totalidad. El coche todo terreno, estaba bien provisto de los más famosos productos de Airlee, y entre ellos un tipo de pequeño y amarillo melocotón que era muy bien recibido y agradecido allí donde Hilvar obsequiaba con él. Con frecuencia, se detenía para saludar y hablar con sus amigos y para presentar a Alvin, que no cesaba nunca de sentirse impresionado por la sencilla cortesía que todos empleaban al dirigirse a él con palabras en cuanto se daban cuenta de quién era. Aquello tenía que resultar frecuentemente tedioso para ellos, ya que por lo que Alvin pudo juzgar, siempre se resistían a la tentación de comunicarse más cómodamente entre ellos utilizando la telepatía, lo cual le hubiera excluido de la conversación.

Hicieron su parada más larga en una pequeña población casi escondida por un mar de hierba, alta y dorada, que les sobresalía por encima de la cabeza, ondulando al suave viento, como si estuviese dotada de vida propia. Al moverse entre ella, se sentían continuamente acariciados por las constantes oleadas que parecían inclinarse a su paso.

Al principio pareció resultar algo molesto, ya que Alvin tuvo la tonta suposición de que la hierba se inclinaba para mirarle de cerca; pero tras un rato, encontró que aquel suave movimiento continuo era como algo agradable.

Alvin comprendió pronto por qué habían hecho aquella parada. Entre la pequeña multitud que se había congregado alrededor del coche, aparecía una chica tímida y morena a quien Hilvar presentó como a Nyara. Era evidente que ambos se hallaban felices de volver a verse y Alvin sintió una cierta envidia de su felicidad en aquella breve reunión. A Hilvar se le notaba notoriamente confuso, teniendo que elegir entre sus deberes como guía y el deseo de no tener otra compañía que Nyara.

Alvin halló la solución, despegándose del grupo y dándose una vuelta, haciendo por su cuenta una pequeña exploración. No había mucho que ver en aquella pequeña población; pero procuró tomar el tiempo con calma en obsequio de Hilvar.

Cuando reemprendieron de nuevo el viaje, Alvin tenía muchas preguntas que plantear a Hilvar. No comprendía cómo el amor tenía sentido en una sociedad telepática como aquella, y tras un discreto intervalo, así se lo preguntó a su amigo. Hilvar intentó explicárselo incluso aunque Alvin sospechaba que había interrumpido en la mente de su amigo una tierna despedida telepática.

Según parecía, en Lys, todo amor comenzaba con un contacto mental y podían transcurrir meses o incluso años antes de que la pareja se encontrase. En aquella forma, le explicó Hilvar, no había lugar a falsas impresiones, ni decepciones por ninguna de las partes. Dos personas que tienen la mente abierta recíprocamente, no pueden tener oculto ningún secreto. Si alguno de ellos lo intentaba, la pareja lo sabría inmediatamente y comprobaría que algo se deseaba mantener escondido.

Sólo unas mentes maduras y bien equilibradas podían permitirse una tal honestidad; Sólo el amor basado en un absoluto desprendimiento carente de todo egoísmo, podía sobrevivir al paso del tiempo. Alvin comprendió fácilmente que un amor así, tenía que ser mucho más profundo y más rico que el que sentían las gentes que le eran conocidas en su propio mundo. En sí, de hecho, constituía una cosa perfecta y por primera vez se sorprendió de no haber imaginado nunca que tal sentimiento pudiese existir entre seres humanos.

Hilvar le fue dando seguridades de que así era en realidad y parecía quedar sumido en el encanto de una ensoñación de la que Alvin tenía que sacarle, presionándole el brazo para que fuese más explícito. Había ocasiones en que no se comunicaban, o dejaban de saber el uno del otro. Alvin decidió con tristeza que él jamás podría alcanzar aquella especie de natural comprensión que aquel pueblo afortunado tenía como base de sus vidas.

Cuando el coche emergió de aquella gran planicie verde, que terminaba abruptamente como si la frontera natural hubiese estado trazada por la línea de las altas hierbas, apareció una hilera de colinas bajas, densamente pobladas de bosques. Aquello era como un puesto fronterizo, le explicó Hilvar, del principal baluarte que resguardaba a Lys. Las grandes montañas se hallaban más allá en la distancia; pero para Alvin incluso aquellas pequeñas colinas constituyeron una visión impresionante.

El coche se detuvo en un estrecho y protegido valle que aún se hallaba acariciado por el sol poniente, todavía cálido y agradable. Hilvar miró a Alvin con una amplia y franca mirada totalmente ausente de malicia.

— Desde aquí comenzaremos a caminar — le dijo alegremente, comenzando a sacar todo el equipo del vehículo. No podemos seguir en el coche más adelante.

Alvin miró a las colinas que le rodeaban y después al confortable asiento en el que había viajado hasta allí.

— ¿No hay ningún camino que dé la vuelta? — preguntó Alvin aún sin muchas esperanzas.

— Por supuesto que lo hay — replicó Hilvar —. Pero no vamos a rodear las colinas. Subiremos en derecho hasta la cima que es mucho más interesante. Pondré el coche en automático, para que esté esperándonos del otro lado para cuando volvamos.