Determinado a no entregarse sin lucha, Alvin hizo su último esfuerzo.
— Pronto se hará de noche — protestó. No podremos llegar allá antes de que el sol se haya puesto.
— Exactamente — dijo Hilvar, disponiendo el equipaje y los utensilios con increíble velocidad y destreza —. Pasaremos la noche en la cima y terminaremos la jornada por la mañana.
Y por una vez, Alvin comprendió que estaba derrotado.
Los paquetes que tuvieron que echarse a la espalda tenían un aspecto formidable; pero con el enorme bulto no pesaban prácticamente nada. Todo estaba empacado en recipientes con polarizadores de gravedad que neutralizaban el peso, dejando sólo a la inercia luchar con ellos.
Mientras que Alvin marchaba en línea recta, no parecía darse cuenta de que llevaba peso alguno. El acostumbrarse a manejar aquellos paquetes requería cierta destreza y práctica ya que si intentaba hacer un súbito cambio de dirección, la carga parecía desarrollar súbitamente una obstinada sensación de que se hallaba presente con su peso ordinario, obligándole a seguir un curso casi rectilíneo hasta vencer el moméntum físico.
Cuando Hilvar se hubo atado a la espalda sus paquetes y pareció hallarse satisfecho de que todo estaba en orden, comenzaron a caminar sin prisa falda arriba por el valle. Alvin miró hacia atrás hasta que el coche se perdió de vista, y trató de imaginar cuántas horas pasarían todavía antes de que pudiera relajarse en su confortable asiento.
Sin embargo, resultaba agradable ir subiendo con aquel sol suave batiéndole en las espaldas, y apreciando nuevas vistas escondidas hasta entonces para él. Existía un paso en parte cerrado que desaparecía de vez en cuando; pero que Hilvar parecía capaz de seguir aun cuando Alvin ni se daba cuenta de su existencia. Preguntó a Hilvar quién había hecho aquel paso y su compañero le informó que estaba formado por el constante paso de muchos pequeños animales habitantes de las colinas, algunos solitarios, y otros viviendo en comunidades primitivas que recordaban como un eco muchas características de la civilización humana. Unos pocos habían descubierto o se les había enseñado el uso de las herramientas y el fuego. Nunca se le ocurrió a Alvin que tales criaturas pudieran ser amistosas, y tanto él como Hilvar lo dieron por descontado, ya que desde hacía miles de años nada había desafiado la supremacía del Hombre.
Estuvieron ascendiendo durante media hora, cuando Alvin notó un leve murmullo reverberante en el aire que les rodeaba. No pudo detectar su procedencia, ya que parecía no provenir de ninguna dirección en particular. Aquel murmullo era algo persistente y crecía en intensidad a medida que el paisaje iba extendiéndose frente a ellos. Estuvo a punto de preguntar a Hilvar de qué se trataba; pero creyó más prudente conservar su aliento para propósitos más esenciales.
Alvin se hallaba en perfecta salud, jamás había estado ni una sola hora enfermo en su vida. Pero el bienestar físico, a pesar de ser importante y necesario, no era suficiente para la tarea con que entonces se había enfrentado. Tenía un cuerpo fuerte y sano, pero carecía de destreza. Los pasos fáciles y seguros de Hilvar, y la escalada que estaba realizando sin esfuerzo aparente, llenaron de envidia a Alvin, que determinó no rendirse mientras pudiese echar un paso delante del otro. Sabía perfectamente que Hilvar estaba probándole, y no se resintió del hecho en sí. Era un juego de buena naturaleza y Alvin así lo captó aunque la fatiga ya le invadía todos los miembros de su cuerpo.
Hilvar se compadeció de Alvin cuando habían hecho ya los dos tercios de la ascensión a la colina y descansaron durante un rato, sobre una gran losa de cara a occidente, dejando que el suave resplandor del sol poniente mitigara la fatiga de sus cuerpos. El murmullo sentido antes por Alvin era ahora un trueno, y aunque Alvin preguntó la causa a Hilvar, éste se negó a contestar con una evasiva. Aquello sería como echar a perder la sorpresa, si Alvin sabía de antemano qué era lo que le esperaba al culminar la cima. Al poco siguieron corriendo contra el sol; pero afortunadamente el último tramo era de suave pendiente y llegaron con relativa facilidad. Los árboles que habían recubierto la parte más baja de la colina, habían ido disminuyendo, como si se sintiesen demasiado cansados de luchar con la gravedad, y en los últimos cientos de yardas, el suelo aparecía alfombrado de una hierba corta y suave, por donde resultaba agradable caminar. Al tener a la vista la cúspide, Hilvar tomó alientos y en un esfuerzo final llegó corriendo ladera arriba. Alvin decidió ignorar aquella especie de desafío, ya que ciertamente, no tenía elección. Hizo un supremo esfuerzo y para cuando llegó a la cima lo hizo en un estado de agotamiento dejándose caer al lado de Hilvar, totalmente exhausto. Hasta que no se rehizo de la fatiga pasada, no pudo captar la amplia vista y el extenso panorama que se esparcía a sus pies viendo el origen de aquel trueno sin fin que por entonces, parecía llenar el aire circundante. El terreno que tenía ante él, caía a plomo casi, desde la cima de la colina, tan profundamente, que parecía un acantilado en vertical. Allá abajo y en la distancia, lejos de la falda del acantilado, una gran masa de agua que se curvaba en el espacio, caía, aplastándose contra las rocas a un millar de pies de profundidad. Aquella cascada, en el fondo, se perdía en una fina lluvia de neblinosas partículas de agua, mientras que desde la profundidad se elevaba aquel trueno sordo, permanente e incesante cuyo eco reverberaba desde las colinas del entorno.
La mayor parte de la catarata se hallaba entonces en la sombra pero la luz del sol, filtrándose aún por entre las montañas, iluminaba el terreno de abajo añadiéndole un toque final de magia a la escena, va que en el fondo y con una evanescente belleza por encima de la base de la cascada, se hallaba el último arco iris que quedaba sobre la faz de la Tierra.
Hilvar hizo un gesto con la mano que parecía abrazar la totalidad del horizonte.
— Desde aquí —dijo en voz alta para dominar el sordo rugir de la cascada— puedes ver toda la extensión de Lys.
Alvin miró en su entorno y lo pudo comprender muy bien. Hacia el norte y milla tras milla de bosques, rotos aquí y allá por algunos claros, existían campos de verdor y la serpenteante silueta de un centenar de pequeños ríos. Escondida en alguna parte, estaba la población de Airlee, resultando muy difícil localizarla. Alvin imaginó haber podido captar la visión del lago por que pasó en su entrada a Lys; pero decidió que sus ojos le estaban gastando una broma. Mucho más al norte todavía, los árboles y los claros del terreno se perdían en una alfombra moteada de verdor, salpicada de tanto en tanto por una fila de colinas. Y más allá de todo aquello, al límite de la visión, las enormes montañas que enmarcaban el territorio de Lys protegiéndole del desierto, como un banco de nubes distantes.
Al este y oeste, la vista era ligeramente distinta; pero hacia el sur, las montañas parecían hallarse sólo a unas cuantas millas de distancia. Alvin pudo distinguirlas claramente y comprobó que eran muy superiores a la cima en que se encontraba en aquel momento con Hilvar. Estaban separadas de aquel lugar, por un territorio mucho más selvático que la tierra que hasta entonces habían atravesado. En un cierto e indefinible sentido, parecía desierto vacío, como si el Hombre no hubiera vivido allí desde muchos, muchos años…
Hilvar respondió la muda pregunta de Alvin.
— Una vez, esta parte de Lys estaba habitada — le dijo —. No sé por qué fue abandonada, y es posible que en cualquier ocasión, un día lleguemos hasta allí de nuevo. Por ahora sólo viven animales.
Ciertamente, allí no se advertía signo alguno de vida humana, ninguno de los grandes claros del terreno ni en las márgenes de los ríos se advertía la menor presencia del Hombre. Sólo en un lugar alejado, se notaba la traza de que hubiese vivido allí alguna vez, ya que a algunas millas de distancia aparecían las blancas y solitarias ruinas que sobresalían de entre los matorrales como las garras rotas de un animal muerto. Por todo lo demás, la jungla se había apoderado del resto del terreno.