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Aquel oscuro lago se había engullido la fortaleza. Allá abajo se hallaban las ruinas de lo que una vez fueron poderosos e imponentes edificios, aniquilados por el tiempo. Así y todo, no toda la gigantesca y poderosa construcción estaba sumergida, ya que al extremo lejano del cráter, Alvin pudo descubrir enormes pilas de rocas y piedras mezcladas en caótica confusión y grandes bloques que en tiempos pretéritos tuvieron que haber formado parte de sus murallas. Las aguas lamían rumorosamente aquellas impresionantes ruinas, sin que aún hubiesen podido completar su victoria sobre tan fantásticas construcciones hechas por la mano del Hombre.

— Iremos alrededor del lago dispuso Hilvar, hablando en voz baja, como si la majestad de aquella desolación pusiera una nota de espanto en su espíritu —. Quizá podamos encontrar algo entre esas terribles ruinas.

Durante los primeros centenares de pies, las paredes del cráter eran tan profundas y suaves que apenas si les permitían mantenerse en pie; pero tras un buen rato de ir deslizándose medio agachados y sosteniéndose firmemente en el suelo, llegaron a donde la ladera se hacía menos brusca y pudieron caminar más fácilmente. Cerca del borde del lago, la suave superficie de ébano aparecía escondida por una fina capa de tierra sucia que sin duda debió llevar hasta allí el constante soplar de los vientos procedentes de Lys a través de las edades.

A un cuarto de milla de distancia, bloques titánicos de piedra, aparecían apilados uno sobre otro, como los juguetes rotos de algún niño hijo de un gigante. En una parte, toda una sección maciza de la muralla era aún reconocible, más allá, dos obeliscos grabados con misteriosos signos, marcaban, lo que una vez tuvo que haber sido una imponente entrada al recinto amurallado. Por todas partes crecían el musgo y plantas trepadoras y algunos raquíticos y maltrechos árboles. Incluso el viento parecía haberse alejado de aquel lugar de completa desolación.

Y de aquella forma, Hilvar y Alvin se fueron aproximando a las ruinas de Shalmirane. Contra aquellas murallas y contra las energías y el poder que habían albergado, unas fuerzas que hicieron saltar al mundo en pedazos reduciéndolo a polvo habían tronado y lanzado su fuego infernal y habían sido totalmente derrotadas. Alguna vez en el pasado, aquel cielo entonces en calma, habría ardido con fuegos sacados del corazón de los soles y las montañas de Lys tendrían que haberse conmovido hasta sus entrañas por la poderosa fuerza y la furia de sus amos.

Nadie pudo capturar a Shalmirane. Pero ahora, aquella fabulosa fortaleza, la inexpugnable fortaleza de la epopeya, había caído al fin… capturada y prisionera, abatida y destrozada por los pacientes tentáculos de la hiedra, por las incontables generaciones de gusanos e insectos trabajando ciegamente con su instinto y las agitadas aguas del lago.

Sobrecogidos por aquella imponente majestad, Alvin e Hilvar marcharon en silencio hacia aquella catástrofe colosal. Pasaron por el interior de la sombra de una muralla rota y entraron en un pasadizo en forma de cañón donde aquellas montañas de piedra se habían desgarrado de arriba abajo. Ante ellos, yacía el lago y enseguida estuvieron a su mismo borde, con el agua rumorosa lamiéndoles los pies. Diminutas olas, de unas cuantas pulgadas de altura, se rompían en cadena sin fin contra la estrecha orilla.

Hilvar fue el primero en hablar, y su voz sonó como tocada de incertidumbre, lo que hizo que Alvin le mirase en el acto en una súbita sorpresa.

— Hay algo aquí que no logro comprender dijo. No hay aire, por tanto… ¿qué es lo que causa ese rizar constante del agua? El agua debería hallarse perfectamente en calma.

Antes de que Alvin pudiera pensar algo y responder, Hilvar se amagó, volvió la cabeza de lado y hundió la oreja derecha en el agua. Alvin trató de imaginar qué sería lo que esperaba descubrir su amigo en aquella ridícula postura; después comprobó que estaba escuchando algo. Con cierta repugnancia — ya que aquellas aguas oscuras no invitaban a hacerlo siguió el ejemplo de Hilvar.

El primer contacto frío sólo le sorprendió por un instante y cuando pasó, pudo distinguir claramente, leve pero con claridad, un firme y rítmico palpitar. Era como si estuviese escuchando desde las profundidades del lago, el latido pulsátil de un gran corazón.

Se sacudieron el agua de los cabellos y se quedaron mirándose el uno al otro con la mayor perplejidad. Ninguno de los dos quería decir lo que estaba sintiendo: que el lago estaba vivo.

— Creo que sería lo mejor — dijo entonces Hilvar— si buscamos entre esas ruinas y nos alejamos del lago.

— ¿Crees que habrá algo en esas profundidades? — preguntó Alvin señalando hacia las enigmáticas rizaduras de la superficie, que continuaban rompiéndose suavemente; constantemente contra sus pies —. ¿Supones que podría ser algo peligroso?

— Nada que posea una mente puede ser peligroso — replicó Hilvar. (¿Sería aquello verdad? — pensó Alvin —. ¿Qué había ocurrido con los invasores?) No puedo detectar pensamientos de ninguna clase aquí aunque no creo que estemos solos. Es algo muy extraño.

Y entonces caminaron despacio de vuelta a las ruinas de la fortaleza, llevando cada uno en la mente, aquel sonido firme y misterioso del rítmico palpitar de las profundidades del lago. Le pareció a Alvin que un misterio se superponía a otro y que todos los esfuerzos que realizase, nunca le conducirían al descubrimiento de la verdad que anhelaba conocer.

No parecía que aquellas ruinas pudiesen enseñarles alguna cosa. Sin embargo, continuaron buscando cuidadosamente entre la pila de cascotes, y enormes trozos de roca. Allí, tal vez, estuviera la tumba de las enterradas máquinas… la maquinaria que tuvo que haber ayudado — a construir todo aquello en tiempos remotísimos. Estarían inútiles por entonces, pensó Alvin, y lo serían desde luego si los Invasores volvían de nuevo. ¿Por qué no habían vuelto más? Pero aquel era todavía otro misterio: ya que tenía bastantes enigmas con qué enfrentarse, no era preciso enfrascarse en la meditación de otro más.

A pocas yardas de distancia del lago, encontraron un pequeño claro del terreno entre los cascotes y las ruinas. Daba el aspecto de haber estado recubierto de matorrales; pero entonces se les apareció ennegrecido y chamuscado por un tremendo calor, de tal forma, que fueron sorteando el terreno con cuidado entre las cenizas al aproximarse, manchándose las piernas con tiznes de carbón. En el centro de aquel claro, aparecía erguido un trípode de metal, firmemente anclado en el suelo, soportando un anillo circular, inclinado sobre su eje de tal forma que apuntaba hacia un lugar a medio camino del cielo. A primera vista, aquel anillo no parecía contener nada; pero al mirar Alvin con más cuidado observó que estaba ocupado en su totalidad con un leve resplandor que hacía daño a la vista con alguna radiación extraña seguramente procedente del límite del espectro visible de la luz. Era el resplandor de alguna gran energía, sin duda alguna, y tampoco dudó que aquel aparato misterioso fuese el autor de la explosión que les había llamado como un señuelo hacia Shalmirane.

No se aventuraron más cerca, sino que prefirieron mirar fijamente la extraña máquina desde una distancia que consideraron segura. Se hallaban ya sobre la pista segura, pensó Alvin; ahora todo lo que quedaba por hacer era descubrir quién — qué cosa— había dispuesto aquel aparato allí, y cuáles podían ser sus propósitos y finalidad. Aquel anillo inclinado… era cosa clara que apuntaba hacia el Espacio. ¿Habría sido el resplandor que observaron alguna especie de señal? Aquella era una idea que suponía una serie de implicaciones como para perder el aliento.