— Alvin dijo Hilvar de repente, con un tono de urgencia en la voz —. Tenemos visitantes.
Alvin dio la vuelta sobre sus talones inmediatamente y se encontró de pronto mirando fijamente a un triángulo con unos ojos sin párpados. Aquella era, cuando menos la primera impresión, después, tras aquellos ojos fijos, vio la silueta de una pequeña pero compleja máquina. Aparecía suspendida del aire a pocos pies sobre el suelo y su aspecto era el de una especie de robot que jamás hubiera visto en toda su vida anterior.
Una vez se hubo disipado la sorpresa inicial, se sintió completamente dueño de la situación. Toda su vida había estado acostumbrado a dar órdenes a las máquinas robóticas y el hecho de que aquélla no le fuese familiar, no tenía importancia. En realidad apenas si había podido ver un pequeño porcentaje de todos los robots que proveían sus necesidades diarias allá en Diaspar.
— ¿Puedes hablar? — preguntó. Silencio.
— ¿Hay alguien que te controle?
El silencio continuó por parte de la máquina.
— Vete. Ven aquí. Levántate. Cae.
Ninguno de aquellos pensamientos convencionales en forma de órdenes mentales produjeron ningún efecto. La máquina continuaba despectivamente inactiva. Aquello sugirió a Alvin dos posibilidades. O era demasiado inteligente para comprenderle… o siendo ciertamente inteligente, disponía de su propio poder de elección y volición para sus actos. En cualquier caso, estaba siendo tratado como a un igual. Incluso aunque pudiera subestimarlo, no podría sentir ningún resentimiento, ya que la arrogancia no era un vicio que sufrieran nunca los robots.
Hilvar no pudo evitar la risa ante el desconcierto sufrido por Alvin, tan evidente. Estaba a punto de sugerirle que debería abandonar aquel empeño de comunicarse con la extraña máquina, cuando las palabras murieron en sus labios. La calma de Shalmirane fue sacudida repentinamente por un espantoso e inequívoco ruido… el gorgoteante chasquido de un cuerpo enorme que emergiese del agua del lago.
Fue la segunda vez, desde que salió de Diaspar, en que Alvin deseó con todas sus fuerzas haberse encontrado plácidamente en su hogar. Entonces recordó que aquella no era la forma apropiada para ir en busca de aventuras y comenzó entonces a aproximarse lentamente al lago.
La criatura que estaba emergiendo de las oscuras; aguas, parecía la parodia de un monstruo, hecha de materia viva, y del robot que seguía manteniéndoles como objeto de silencioso escrutinio. No podía ser una coincidencia la misma disposición equilateral de los ojos, incluso el dispositivo de sus tentáculos y de sus cortos y pequeños miembros juntos, habían sido en ella rudamente reproducidos, de una forma tosca y primitiva. Más allá de aquel parecido cesaba toda coincidencia. El robot carecía — lo que obviamente no necesitaba— de las delicadas orlas de palpos casi suaves como hechas de plumas, que batían el agua con rítmica firmeza, de las múltiples patas macizas con que la bestia se aproximaba a la orilla ni de los orificios de ventilación, si tal cosa podía llamarse a aquello, y con los cuales parecía respirar profundamente el aire sutil del entorno.
La mayor parte de aquella monstruosa criatura, permanecía dentro del agua, sólo los primeros diez pies de su envergadura, asomaban en lo que resultaba claramente para ella un extraño elemento. El cuerpo de la bestia debería tener unos cincuenta pies de largo y cualquiera, incluso sin tener nociones de biología, hubiera podido comprobar que en ella radicaba algo fuera de lo normal. Tenía como un aspecto de improvisación y falta de diseño, como si sus componentes hubiesen sido fabricados sin mucho cuidado y arrojados en masa, para utilizarla cuando Surgiese la necesidad.
A despecho de su tamaño y de sus dudas iniciales, ni Alvin ni Hilvar sintieron la menor nerviosidad una vez que hubieron mirado bien al habitante del fondo del lago. En aquella extraña criatura radicaba también una especie de torpeza, que hacía casi imposible el mirarla como a una seria amenaza, incluso suponiendo como parecía lógico, que pudiera ser peligrosa. La raza humana se había sobrepuesto desde hacía siglos al terror infantil de lo puramente extraterrestre en apariencia. Aquel era un temor que había dejado de sobrevivir tras el primer contacto con razas amistosas de otros mundos.
— Déjame tratar con esa bestia — advirtió Hilvar —. Estoy acostumbrado a tratar con los animales.
— Pero eso no es un animal — murmuró Alvin como respuesta —. Estoy seguro de que es una criatura inteligente y que posee un robot.
— Lo más probable es que el robot sea dueño de la bestia. En cualquier caso, su mentalidad tiene que ser muy extraña. Ni siquiera puedo detectar la sensación de cualquier pensamiento. ¡Eh! ¡Hola! ¿Qué está ocurriendo…?
El monstruo no se había movido de su posición de medio cuerpo fuera del agua, lo que parecía costarle un considerable esfuerzo. Pero una membrana semitransparente había comenzado a formarse en el centro del triángulo formado por sus ojos, membrana que latía y se estremecía, comenzando a los pocos instantes a emitir unos sonidos. Tales sonidos eran de muy baja frecuencia, como sordos zumbidos que no creaban palabras inteligibles, aunque resultaba evidente que la criatura estaba tratando de decirles algo.
Resulta doloroso observar aquella desesperada lucha en busca de un medio de comunicación. Durante varios minutos, la criatura aquella luchó en vano; después, completamente de improviso, pareció darse cuenta de lo que había sido un error. La membrana pulsátil se contrajo de tamaño y los sonidos que volvió a emitir se elevaron en varias octavas de frecuencia auditiva hasta llegar a la escala del lenguaje normal. Comenzaron a oírse palabras reconocibles, aunque todavía se hallaban entremezcladas con una jerga incomprensible. Parecía que el monstruo estuviese recordando un vocabulario que hubiese conocido hacía mucho tiempo; pero que no había tenido ocasión de utilizar en muchísimos años.
Hilvar intentó prestarle la ayuda que pudiese.
— Ahora podemos comprenderte — le dijo hablando despacio y claramente —. ¿Podemos ayudarte en algo? Vimos la luz que hiciste. Esa luz nos trajo aquí desde Lys.
Al oír la palabra «Lys» la criatura pareció hundirse como si hubiera sufrido una amarga decepción.
— Lys… — repitió el monstruo, sin poder expresar muy bien la «5» final, por lo que la palabra sonó como a «Lyd» — . Siempre de Lys… Nadie viene de otra parte. Nosotros llamamos a los Grandes, pero no nos oyen…
— ¿Quiénes son los Grandes? — preguntó Alvin, adelantándose hacia el monstruo vivamente.
Aquellos delicados palpos del monstruo hicieron un gesto en dirección al cielo, brevemente.
— Los Grandes — dijo entonces —. Proceden de los planetas del día eterno. Ellos vendrán. El Maestro lo prometió.
Aquello no pareció aclarar mucho las cosas. Antes de que Alvin pudiera continuar su examen minucioso, Hilvar intervino de nuevo. Su sistema de preguntas fue, tan paciente, con una entonación tan llena de simpatía y con todo, tan penetrante, que Alvin creyó como más prudente no intervenir por su parte a despecho de su intensa curiosidad. No le gustaba admitir que Hilvar fuese superior a él en inteligencia; pero no había duda que su destreza en el manejo de los animales se extendía incluso hasta aquella fantástica criatura. Y lo que era más, parecía responderle adecuadamente a Hilvar. Su discurso se hizo más claro conforme avanzaba la conversación y lo que al principio parecía incoherente y rudo, se fue haciendo más fluido, proporcionando respuestas más elaboradas, suministrando una importante y completa información de su propia existencia.
Alvin perdió toda noción del tiempo conforme Hilvar fue penetrando en los detalles de la increíble historia que le relató el monstruo del lago. Resultaba imposible descubrir la verdad completa, había un lugar sin fin para la conjetura y el debate. Conforme la criatura aquella iba respondiendo a las preguntas de Hilvar cada vez con mejor buena voluntad, su apariencia comenzó a sufrir un cambio notable. Se desplomó poco a poco en el lago y las enormes patas que le habían estado soportando hasta entonces parecieron disolverse con el resto de su cuerpo. A renglón seguido otro cambio aún más extraordinario comenzó a darse ante la asombrada vista de los dos exploradores: los tres enormes ojos se cerraron, se fueron encogiendo hasta no ser más que unos simples puntos de referencia y finalmente desaparecieron por completo. Era como si aquella criatura hubiese visto lo que deseaba ver por el momento y por tanto prescindiera del uso de sus ojos en triángulo.