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En el patio de quinto, se detuvo. En vez de cruzarlo, regresó hacia la Prevención. Era «miércoles, podía haber cartas. Varios cadetes obstruían la puerta. — Paso. El oficial de guardia me ha mandado llamar.

Nadie se movió.

— Haz cola — dijo uno.

— No vengo por cartas–afirmó Alberto-. El oficial me necesita.

— Friégate. Aquí todos hacen cola.

Esperó. Cuando salía un cadete, la cola se agitaba; todos pugnaban por pasar primero. Distraídamente, Alberto leía el orden del Día, colgado en la puerta: «Quinto año. Oficial de guardia: teniente Pedro Pitaluga. Suboficiaclass="underline" Joaquín Morte. Efectivo de año. Disponibles: 360. Internados en la enfermería: S.

Disposición especiaclass="underline" se suspende la consigna a los imaginarias del 13 de septiembre. Firmado, el capitán de año». Volvió a leer la última parte, dos, tres veces. Dijo una lisura en voz alta y, desde el fondo de la Prevención, la voz del suboficial Pezoa protestó:

— ¿Quién anda diciendo mierda por ahí?

Alberto corría hacia la cuadra. Su corazón desbordaba de impaciencia. Encontró a Arróspide en la puerta.

— Han suspendido la consigna — gritó Alberto–El capitán se ha vuelto loco.

— No — dijo Arróspide- ¿Acaso no sabes? Alguien ha pegado un chivatazo. Cava está en el calabozo.

— ¿Qué? — dijo Alberto- ¿Lo han denunciado? ¿Quién?

— Oh — dijo Arróspide–Eso se sabe siempre.

Alberto entró en la cuadra. Como en las grandes ocasiones, el recinto había cambiado de atmósfera. El ruido de los botines parecía insólito en la cuadra silenciosa. Muchos ojos lo seguían desde las literas. Fue hasta su cama. Buscó con la mirada: ni el Jaguar, ni el Rulos ni el Boa estaban presentes. En la litera de al lado, Vallano hojeaba unas copias.

— ¿Ya se sabe quién ha sido? — le preguntó Alberto.

— Se sabrá — dijo Vallano–Tiene que saberse antes que expulsen a Cava.

— ¿Dónde están los otros?

Vallano señaló el baño con un movimiento de cabeza.

— ¿Qué hacen?

— Están reunidos. No sé que hacen.

Alberto se levantó y fue hasta la litera del Esclavo. Estaba vacía. Empujó uno de los batientes del baño;

sentía a su espalda los ojos de toda la sección. Estaban en un rincón, acurrucados, el Jaguar al centro. Lo miraban.

— ¿Qué quieres? — dijo el Jaguar.

— Orinar–respondió Alberto-. Supongo que puedo.

— No — dijo el Jaguar-. Fuera.

Alberto volvió a la cuadra y se dirigió hacia la cama del Esclavo.

— ¿Dónde está?

— ¿Quién? — dijo Vallano, sin apartar los ojos de las copias.

— El Esclavo.

— Ha salido.

— ¿Qué cosa?

— Salió después de clases.

— ¿A la calle? ¿Estás seguro?

— ¿A dónde va a ser? Su madre está enferma, creo.

«Soplón y mentiroso, ya sabía que con esa cara, para qué iba a ir, puede ser que su madre se esté muriendo, si ahorita entro al baño y digo Jaguar el soplón es el Esclavo, inútil que se levanten, ha salido a la calle, hizo creer a todo el mundo que su madre está enferma, no se desesperen que las horas pasan rápido, déjenme entrar al Círculo que yo también quiero vengar al serrano Cava.» Pero el rostro de Cava se ha desvanecido en una nebulosa que arrastra también al Círculo y a los otros cadetes de la cuadra, y diluye su indignación y el desprecio que hace un momento lo colmaba, pero a su vez la nebulosa devora la propia nebulosa y en su espíritu surge ese rostro mustio que simula una sonrisa. Alberto va hasta su litera, se tiende. Busca en los bolsillos, sólo encuentra unas hebras de tabaco. Maldice. Vallano aparta los ojos de las copias y lo mira, un segundo. Alberto deja caer el brazo sobre su rostro. Siente su corazón lleno de urgencia, sus nervios crispados bajo la piel. Oscuramente piensa que alguien puede descubrir, de algún modo, que el infierno se ha instalado en su cuerpo y, para disimular, bosteza ruidosamente.

Piensa: «soy un estúpido».»Esta noche vendrá a despertarme y yo ya sabía que pondría esa cara, lo estoy viendo como si hubiera venido, como si ya me hubiera dicho desgraciado, así que la invitaste al cine y le escribes y ella te escribe y no me habías dicho nada y dejabas que yo te hablara de ella todo el tiempo, así que por eso dejabas que, no querías que, me decías que, pero ni tendrá tiempo de abrir la boca, ni de

despertarme porque antes que me toque, o llegue a mi cama, saltaré sobre él y lo tiraré al suelo y le daré sin piedad y gritaré levántense que aquí tengo cogido de¡ pescuezo al soplón de mierda que denunció a Cava.» Pero esas sensaciones se enroscan a otras y es desagradable que la cuadra continúe en silencio. Si abre los ojos, puede ver por una estrecha rendija entre la manga de su camisa y su cuerpo, un fragmento de las ventanas de la cuadra, el techo, el cielo casi negro, el resplandor de las luces de la pista.

«Y ya puede estar allá, puede estar bajando del ómnibus, caminando por esas calles de Lince, puede estar con ella, puede estarse declarando con su cara asquerosa, ojalá que no vuelva nunca, mamita, y te quedes abandonada en tu casa de Alcanfores y yo también te abandonaré y me iré de viaje, a Estados Unidos, y nadie volverá a tener noticias de mí, pero antes juro que le aplastaré la cara de gusano y lo pisotearé y diré a todo el mundo miren como ha quedado este soplón, huelan, toquen, palpen e iré a Lince y le diré eres una pobre típita de cuatro reales y estás bien para ese soplón que acabo de machucar.» Está rígido sobre la angosta litera crujiente, los ojos fijos en el colchón de la cama de arriba, que parece próximo a desbordar los alambres tejidos en rombo que lo sostienen y precipitarse sobre él y aplastarlo.

— ¿Qué hora es? — le pregunta a Vallano.

— Las siete.

Se levanta y sale. Arróspide sigue en la puerta, con las manos en los bolsillos; mira con curiosidad a dos cadetes que discuten a gritos en el centro del patio.

— Arróspide.

'¿Qué hay?

— Voy a salir.

— ¿Y a mí?

— Voy a tirar contra.

— Allá tú–dice Arróspide–Habla con los imaginarias, — No en la noche–responde Alberto–Quiero salir ahora. Mientras desfilan al comedor.

Esta vez, Arróspide lo mira con interés.

— Tengo que salir — dice Alberto–Es muy importante.

— ¿Tienes un plancito, o una fiesta?

— ¿Pasarás el parte sin mí?

— No sé — dice Arróspide–Si te descubren, me friego yo también.

— Sólo hay una formación–insiste Alberto-. Sólo tienes que poner en el parte «efectivo completo».

— Eso y nada más — dice Arróspide–Pero si hay otra formación no te paso como presente.

— Gracias.

— Mejor sales por el estadio — dice Arróspide–Anda a esconderte por ahí de una vez, ya no demora el pito.

— Sí — dice Alberto–Ya sé.

Regresó a la cuadra. Abrió su ropero. Tenía dos soles, bastaba para el autobús.

— ¿Quiénes son los imaginarias de los dos primeros turnos? — preguntó a Vallano.

— Baena y Rulos.

Habló con Baena y éste aceptó pasarlo como presente. Luego fue hasta el baño. Los tres seguían acurrucados; al verlo, el Jaguar se incorporó.

— ¿No me has entendido?

— Tengo que hablar dos palabras con el Rulos.

— Anda a hablar con tu madre. Fuera de aquí.

— Voy a tirar contra en este momento. Quiero que el Rulos me pase presente.

— ¿En este momento? — dijo el Jaguar.

— Sí.

— Está bien — dijo el Jaguar- ¿Sabes lo de Cava? ¿Quién ha sido?