»“En la casa del armígero había entre nosotros cierto joven que desapareció la víspera del último día —dijo el pretendiente—, y creo que ese joven eres tú. De alguna manera has sabido de mi búsqueda, y impedírmela. Pues bien, apártate de mi camino o muere donde estás.”
»Y con eso sacó la espada y espoleó el destriero el río. Por un tiempo lucharon como luchan los hombres de mi país, con la espada en la mano derecha y el largo cuchillo en la izquierda, pues el pretendiente era fuerte y valeroso y el jinete de marrón, rápido y ducho en filos. Pero al fin éste cayó, y su sangre manchó el agua.
»“Te dejo tu montura —dijo el pretendiente—, por si te alcanza la fuerza para subirte de nuevo a la silla. Pues soy un hombre compasivo.” —Y se alejó.”Después de cabalgar unos días, el pretendiente que se había encaminado hacia las montañas llegó a un puente de los que construyen los montañeses, una cosa angosta de soga y bambú, tendida sobre el abismo como una telaraña. Sólo a los locos se les ocurre cabalgar sobre semejantes artilugios, de modo que se apeó y llevó su montura por las bridas.
»Cuando empezaba a cruzar le pareció que el puente estaba vacío, pero no había hecho un cuarto del camino cuando en el centro apareció una figura. Por la forma se parecía mucho a un hombre, pero era toda marrón salvo por un destello blanco, y parecía tener plegadas unas alas marrones. Cuando estuvo aún más cerca, el segundo pretendiente vio que llevaba un anillo de oro en el tobillo de una bota, y que las alas marrones no parecían ahora más que una capa de ese color.
»Entonces trazó en el aire un signo para protegerse de los espíritus que han olvidado al creador, y gritó: “¿Quién eres?!Di cómo te llamas!”.
»“Ya me ves —respondió la figura—. Acierta quién soy y tu deseo será mi deseo.”
»“Eres el espíritu de la alondra que soltó la hija del armígero —dijo el segundo pretendiente—. Puedes cambiar de forma, pero el anillo te delata.”
»A eso, la figura de marrón desenvainó la espada, y presentó la empuñadura al segundo pretendiente. “Has acertado dijo—. ¿Qué quieres que haga?”
»“Regresa conmigo a la casa del armígero —dijo el pretendiente—, para que pueda mostrarte a su hija y así obtenerla.”
»“Si eso deseas, regresaré contigo de buena gana —dijo la figura de marrón—. Pero te prevengo que si ella me ve, no verá en mí lo que ves tú.”
»“No importa, ven conmigo” —respondió el pretendiente, pues no sabía qué otra cosa decir.
»En los puentes que construyen los montañeses, un hombre puede dar media vuelta sin gran dificultad, pero para una bestia cuadrúpeda esto es casi imposible. Por lo tanto tuvieron que seguir hasta el otro lado para que el segundo pretendiente pudiera dirigir otra vez su montura hacia la casa del armfgero. “Qué tedioso es esto —pensó mientras recorría la gran catenaria del puente—, y sin embargo qué difícil y peligroso. ¿No podré sacarle algún provecho?” Al fin llamó a la figura de marrón. “Tengo que cruzar este puente y luego volver a cruzarlo. ¿Pero hace falta que tú también lo hagas? ¿Por qué no vuelas al otro lado y me esperas allí?”
»Al oír eso la figura de marrón rió, con un prodigioso gorjeo. “¿No has visto que tengo un ala vendada? Revoloteé demasiado cerca de uno de tus rivales y me hirió con la hoja.”
»“¿O sea que no puedes volar?” —preguntó el segundo pretendiente.
»“En verdad que no. Cuando te acercaste a este puente estaba descansando en el pasaje marrón, y al oír tus pasos me faltó fuerza para alzar vuelo.”
»“Ya”, dijo el segundo pretendiente, y nada más. Pero por dentro pensó: “Si cortara el puente, la alondra se vería obligada a cobrar de nuevo forma de pájaro; pero no podría volar lejos, y la mataría seguramente. Entonces podría llevarla y la hija del armígero la reconocería.”
»Cuando llegaron al otro lado, palmeó el cuello de su montura y le hizo dar media vuelta, pensando que iba a morir, pero que el mejor de estos animales valía muy poco comparado con la propiedad de grandes rebaños. “Síguenos”, le dijo a la figura de marrón, y condujo la montura de nuevo hasta el puente, de modo que él iba primero sobre el abismo ventoso y gemebundo, y el destriero marchaba detrás de él, y por último la figura de marrón. “Cuando el puente se derrumbe la bestia retrocederá —pensaba—, y el espíritu de la alondra tendrá que retomar su forma de pájaro o perecer.” Estos planes provenían de las creencias de mi tierra, ¿sabéis?, donde los que aprecian a los aparecidos os dirán que, como los pensamientos, una vez hechos prisioneros ya no cambian de forma.
»Curva abajo por el largo puente avanzaron los tres, y subieron hasta el lado de donde venía el segundo pretendiente, y en cuanto éste hizo pie en la roca sacó la espada, que había afilado con empeño. Dos pasamanos de cuerda tenía el puente, y dos cables de cáñamo para aguantar la pasarela. Tenía que haber cortado primero esos cables, pero perdió un momento en los pasamanos, y la figura de marrón saltó desde atrás a la silla del destriero, picó espuelas y lo arrolló. Así el pretendiente murió bajo los cascos de su propia montura.
»Después de cabalgar también unos días, el pretendiente más joven, que había ido hacia el oeste, llegó a la orilla del mar. Allí en la playa, junto a las olas inquietas, se encontró con una figura de capote marrón, sombrero marrón, pañuelo marrón tapándole boca y nariz, y un anillo de oro en el tobillo de la bota marrón.
»“Aquí me ves —dijo la persona de marrón—. Acierta quién soy y tu deseo será mi deseo.”
»“Eres un ángel —replicó el pretendiente más joven—, enviado para guiarme hasta la alondra que busco.”
»A eso el ángel marrón desenvainó una espada, y presentó la empuñadura al pretendiente más joven diciendo: “Has acertado. ¿Qué quieres que haga?”
»Jamás intentaré contrariar la voluntad del señor de los Angeles —respondió el pretendiente más joven—. Puesto que te envían para guiarme hasta la alondra, mi único deseo es que lo hagas.”
»“Y lo haré —dijo el ángel—. ¿Pero quieres ir por el camino más corto o por el mejor?”
»Al oír eso el pretendiente más joven pensó: “Aquí hay alguna trampa. Aun los poderes del empíreo censuran la impaciencia de los hombres, cosa que por ser inmortales pueden permitirse fácilmente. Seguro que el camino más corto pasa por horrores y cavernas subterráneas, o cosas parecidas.” Por lo tanto le contestó al ángeclass="underline" “Por el mejor. ¿No sería ir por otro una deshonra para aquella que desposaré?”
»“Algunos dicen una cosa y otros otra —replicó el ángel—. Ahora déjame montar a tu grupa. No lejos de aquí hay un puerto de mercancías, y allí acabo de vender dos destrieros tan buenos como los tuyos o mejores. Venderemos también el tuyo, y el anillo de oro que llevo en la bota.”
»En el puerto hicieron lo que el ángel había indicado, y con el dinero compraron un barco, no grande pero rápido y robusto, y para trabajarlo contrataron tres marinos expertos.
»Al tercer día de haber zarpado, el pretendiente más joven tuvo uno de esos sueños que los jóvenes tienen de noche. Al despertarse tocó la almohada que tenía junto a la cabeza y la encontró tibia, y cuando se echó a dormir de nuevo aspiró un perfume delicado: el olor, podría haberse dicho, de las hierbas en flor que las mujeres de mi tierra secan en primavera para trenzárselas en el pelo.
»Llegaron a una isla a donde no iba hombre alguno, y el pretendiente más joven desembarcó en busca de la alondra. No la encontró, pero al morir el día se despojó de sus ropas para refrescarse en el mar espumoso. Allí, cuando ya brillaban las estrellas, se le unió otro joven. Juntos nadaron, y juntos se echaron en la playa a contarse historias.
»Un día, mientras oteaban sobre la proa del barco en busca de algún otro navío (pues a veces comerciaban y a veces también combatían), se alzó una gran ráfaga de viento que arrastró el sombrero del ángel al mar devorador, y el pañuelo marrón que le cubría la cara no tardó en unírsele.