—Desde su punto de vista tiene razón. Pero olvida que yo no puedo ver desde su punto de vista. Ésta es mi casa. Es por sus ventanas que usted ha mirado. Mi casa hunde sus raíces en otros tiempos. Si no, aquí me volvería loco. El caso es que leo estos viejos siglos como si fueran libros. Oigo las voces de los que murieron hace mucho, entre ellas la suya. Usted piensa que el tiempo es un solo hilo. Es un tejido, un tapiz que se extiende por siempre en todas direcciones. Yo sigo un hilo hacia atrás. Usted trazará un color hacia adelante, qué color yo no puedo saberlo. Acaso el blanco lo lleve hasta mí, el verde a su hombre verde.
No sabiendo qué decir, sólo pude balbucear que yo había concebido el tiempo como un río.
—Sí… Usted vino de Nessus, ¿no es cierto? Y esa ciudad está construida en torno a un río. Pero una vez fue una ciudad junto al mar, y más le valdría pensar en el tiempo como un mar. Las olas fluyen y refluyen, y por debajo de ellas hay corrientes.
—Me gustaría ir abajo —dije—. Regresar a mi tiempo. —Lo comprendo —dijo el maestro Ash.
—No estoy seguro. Su tiempo, si lo he oído bien, es el del piso más alto de la casa, y allí tiene una cama y otras cosas necesarias. Pero, según lo que me ha dicho, cuando sus tareas no lo abruman duerme aquí. Sin embargo dice que esto está más cerca de mi tiempo que del suyo.
Se puso en pie. —Quería decir que yo también huyo del hielo. ¿Vamos? Necesitará alimento antes de emprender el largo viaje de regreso a Mannea.
—Lo necesitaremos los dos —dije.
Se volvió a mirarme desde el borde de la escalera. —Ya le dije que no podría ir. Usted mismo ha descubierto lo bien escondida que está la casa. Para todo el que no sigue el sendero correctamente, hasta el piso más bajo está en el futuro.
Con una llave le apresé los dos brazos a la espalda y usé la mano libre para tocarlo y buscar un arma. No llevaba ninguna, y aunque parecía un hombre fuerte, no lo era tanto como yo había temido.
—Piensa llevarme hasta Mannea. ¿Correcto?
Sí, maestro, y tendremos muchos menos problemas si viene voluntariamente. Dígame dónde encontrar una cuerda; no quiero tener que usar el cinturón de su túnica.
—No hay ninguna —me contestó.
Como había planeado en el primer momento, le até las manos con el cinturón.
—Si me da su palabra de portarse bien —dije— lo soltaré cuando estemos a cierta distancia.
—Le di la bienvenida a mi casa. ¿Qué daño le he hecho?
—No poco, pero no importa. Usted me gusta, maestro, y lo respeto. Espero que no esgrima contra mí esto que hago, más de lo que yo esgrimo contra lo que usted me hizo. Pero las Peregrinas me enviaron a buscarlo y pienso que soy cierta clase de hombre, si entiende lo que quiero decir. Bien, no baje demasiado rápido. Si se cae no podrá parar.
Lo llevé hasta la sala en donde me había recibido y tomé un poco de pan duro y un paquete de frutos secos.
—Aunque considero que ya no lo soy —continué—, fui educado como… —en mis labios estaba decir torturador, pero comprendí (por primera vez, creo) que el término no era del todo correcto para las actividades del gremio, y en vez de él utilicé el oficial—:… como Buscador de la Verdad y la Penitencia. Hacemos lo que nos dicen que hagamos.
—Tengo tareas que cumplir. En el nivel superior, donde usted durmió.
—Me temo que quedarán incumplidas.
En silencio, cruzó la puerta hacia la cima rocosa. Luego dijo: —Iré con usted, si puedo. He deseado muchas veces salir por esta puerta y no detenerme.
Le dije que si juraba por su honor lo desataría en seguida.
Sacudió la cabeza. —Podría usted creer que lo iraiciono.
No entendí qué quería decir.
—Tal vez esté por ahí la mujer que he llamado Vina. Pero el mundo de ustedes es de ustedes. Allí yo sólo puedo existir si la probabilidad de que exista es alta.
—Yo existí en su casa, ¿no? —dije.
—Sí, pero porque su probabilidad era completa. Usted es parte del pasado del cual mi casa y yo hemos venido. La cuestión es si yo soy el futuro hacia el que usted se dirige.
Me acordé del hombre verde de Saltus, que era bastante sólido.
—¿Entonces estallará como una burbuja? —pregunté—. ¿O se perderá como el humo?
—No lo sé —dijo—. No sé qué me pasará. Ni adónde iré cuando suceda. Quizá deje de existir en todos los tiempos. Por eso no he partido hasta ahora.
Lo tomé de un brazo, pensando —supongo— que así podía impedir que escapase, y echamos a andar. Seguí la ruta que me había trazado Mannea, y la Ultima Casa quedó atrás tan sólida como cualquiera. Yo tenía la mente ocupada con todo lo que él me había dicho y mostrado, así que por espacio de unos veinte o treinta zancadas no lo miré. Por fin la observación sobre el tapiz me hizo pensar en Valeria. La sala donde habíamos comido pasteles estaba cubierta de tapices, y lo que el maestro Ash había dicho sobre los hilos de la trama me sugería el laberinto de túneles que yo había recorrido antes de encontrarme con ella. Empecé a contárselo, pero había desaparecido. Mi mano aferró un puñado de aire. Por un momento me pareció que la última Casa flotaba como un barco sobre un océano de hielo. Luego se fundió en la cumbre oscura donde se había alzado; el hielo no era más que aquello con lo que yo una vez lo había confundido: un banco de nubes.
XVIII — El pedido de Foila
Durante otras cien zancadas o más el maestro Ash no desapareció del todo. Yo sentía que estaba allí, a mi lado y medio paso atrás, y a veces incluso lo veía cuando no intentaba mirarlo directamente. Cómo era posible que en un sentido estuviese presente y en otro ausente, no lo sé. Enjambres de partículas, como un billón, como billones de soles nos lanzan a los ojos una lluvia de fotones sin masa ni carga: esto me había enseñado el maestro Palaemon, que era casi ciego. Por el impacto de esos fotones creemos ver a un hombre. A veces el hombre que creemos ver puede ser tan ilusorio como el maestro Ash, o aún más.
También sentía conmigo su sabiduría. Había sido una sabiduría melancólica pero real. Me encontré deseando que hubiera podido acompañarme, aunque eso habría significado, me di cuenta, que la llegada del hielo era cierta.
—Estoy solo, maestro Ash —dije, sin atreverme a mirar atrás—. Hasta ahora no había comprendido lo solo que yo estaba. También usted estaba solo, me parece. ¿Quién era la mujer que llamó Vine?
Puede que únicamente haya imaginado la voz: —La primera mujer.
—¿Mesquiana? Sí, la conozco, y era muy hermosa. Mi Mesquiana era Dorcas, y siento que me falta, pero también los demás. Cuando Thecla se volvió parte de mí pensé que ya nunca volvería a estar solo. Pero se ha fundido tanto conmigo que somos una sola persona, y puedo sentir la falta de otros. De Dorcas, de Pía la muchacha isleña, de Drotte y de Roche. Si estuviera aquí Eata, podría abrazarlo.
»Más que a nadie me gustaría ver a Valeria. jolenta era la mujer más bella que conocí, pero la cara de Valeria tenía algo que me partía el corazón. Yo era apenas un niño, supongo, aunque pensaba que no. Salí a gatas de la oscuridad y me encontré en un lugar que llamaban Atrio del Tiempo. Por todos lados se alzaban torres, las torres de la familia de Valeria. En el centro había un obelisco cubierto de cuadrantes de sol, y aunque recuerdo su sombra en la nieve, allí el sol no habría podido brillar durante más de dos o tres guardias por día; la mayor parte del tiempo lo tapaban las torres. El entendimiento de usted, maestro Ash, es más hondo que el mío: ¿puede decirme por qué lo habrán construido así?
Un viento que jugaba entre las rocas atrapó mi capa y me la hinchó en los hombros. La aseguré de nuevo y me subí la capucha.
—Yo iba siguiendo un perro. Lo llamaba Triskele e incluso me decía a mí mismo que era mío, aunque no me permitían tener perros. Lo encontré un día de invierno. Habíamos estado en la lavandería —lavando las sábanas de los clientes— y el tubo de desagúe se taponaba con harapos y gasas. Yo estaba esquivando el trabajo y Drotte me dijo que saliera y lo desatascara con una vara del tendedero. Soplaba un viento terriblemente frío. Supongo que era el hielo que ya se acercaba, maestro, aunque entonces yo no lo supiera; los inviernos eran cada vez peores. Y, por supuesto, cuando desatasqué el tubo, un chorro de agua mugrienta me mojó las manos.