Выбрать главу

—Así es —dijo el viejo—. Tengo el honor, y la carta que traigo es de él. —Tendió un sobre pequeño y algo sucio.

—Ynosotros somos el señor del padre Inire.

Hizo una reverencia de campesino. —Lo sé, Autarca.

—Pues te ordenamos que te sientes y descanses. Tenemos preguntas que hacerte, y no queremos mantener de pie a un hombre de tu edad. Cuando éramos el chico de quien dices que todos hablan, tú nos llevaste a las estanterías del maestro Ultan. ¿Porqué?

—No porque supiera algo que los demás no sabían. Tampoco porque me lo ordenara mi amo, si es eso lo que pensáis. ¿No vais a leer la carta?

—Dentro de un momento. Después de que me respondas sinceramente, en pocas palabras.

El viejo dejó caer la cabeza y se tiró de los pelos de la barba. Vi cómo la seca piel de la cara se le alzaba en minúsculos conos cóncavos, como queriendo seguir a los pelos blancos.

—Autarca, creéis que ya entonces yo sospechaba algo. Quizás algunos lo imaginaran. Quizá mi amo; no lo sé. —Los reumáticos, bajo las cejas, se movieron para mirarme y volvieron a caer.— Erais joven y parecíais un chico con futuro; por eso quise que vierais.

—¿Que viera qué?

—Yo soy viejo. Era viejo entonces y soy viejo ahora. Vos habéis crecido. Lo veo en vuestra cara. Yo soy apenas más viejo, porque para mí un tiempo así no importa. No podría compararse con las horas que me he pasado subiendo y bajando mi escalera. Quería que vierais cuánto había habido antes de vos. Que aun antes de que fuerais concebido habían vivido y muerto miles y miles, algunos mejores que vos. Quiero decir, Autarca, mejores que como erais vos entonces. Pensaréis que cualquier criado de la vieja Ciudadela nace sabiendo todo eso, pero he descubierto que no lo saben. Por más que estén siempre alrededor, no lo ven. Pero a los más inteligentes, bajar a los recintos del maestro Ultan, les abre los —Eres el abogado de los muertos.

El viejo asintió. —Sí. La gente habla de ser bueno con éste y el otro, pero de hacerles bien a ellos nunca oí hablar a nadie. Tomamos todo lo que tenían, lo cual es correcto. Y la mayoría de las veces escupimos en sus opiniones, lo cual también es correcto, supongo. Pero de vez en cuando deberíamos recordar cuántas cosas hemos heredado. Pienso que mientras esté aquí he de defenderlos con mi palabra. Yahora, Autarca, si no os importa, dejaré la carta en esta curiosa mesa…

—Rudesind… —¿Sí, Autarca? —¿Vas a limpiar tus pinturas?

Volvió a asentir. —Es una de las razones de que quiera irme, Autarca. Estuve en la Casa Absoluta hasta que mi amo… —hizo una pausa y pareció tragar saliva, como hacen los hombres cuando creen haber hablado de más—… se marchó al norte. Tengo que limpiar un Fechin, y estoy atrasado.

—Rudesind, ya sabemos las respuestas a lo que tú crees que vamos a preguntar. Sabemos que tu amo es lo que la gente llama un cacógeno, y por el motivo que sea, uno de los pocos que ha elegido compartir enteramente lo suyo con la humanidad, quedándose en Urth como ser humano. Lo mismo es la Cumana, aunque esto quizá no lo sabías. Incluso sabemos que tu amo estuvo con nosotros en las junglas del norte, donde intentó rescatar a mi predecesor hasta que fue tarde. Sólo queremos decir que si estando tú en la escalera, vuelve a pasar por delante un joven con una misión, debes enviarlo al maestro Ulian. Es nuestra orden.

Cuando se hubo ido abrí el sobre. La hoja que había dentro no era grande pero estaba cubierta de hilos minúsculos, como si alguien hubiera apretado contra la superficie un montón de nidos de araña.

¡Su servidor Inire saluda al novio de Urth, Señor de Nessus y la Casa Absoluta, Jefe de la Raza, Oro del Pueblo, Mensajero del Alba, Helios, Hiperion, Surya, Savitar y Autarca!

Me apresuro, y llegaré a vos en dos días.

Hace poco más de un día que sé lo que ha ocurrido. Buena parte de la información provino de la mujer de nombre Agia, quien al menos en su propio relato ayudó a liberarte. También me dijo algo de vuestros tratos con ella, pues como sabéis tengo medios de extraer información.

Os habré puesto al corriente de que el exultante Vodalus está muerto por obra de ella. Su amante, la chatelaine Thea, intentó primero dominar a los mirmidones que lo acompañaban cuando murió; pero como en modo alguno era idónea para esa tarea y menos aún para tener en vara a los del sur, he urdido poner a esta Agia en el lugar que le corresponde. Dada vuestra piedad anterior por ella, con6o en contar con vuestra aprobación. Ciertamente es deseable mantener en actividad un movimiento que nos fue tan útil en el pasado, y mientras los espejos del llamado Hethor no se rompan, ella será un comandante plausible.

Acaso la nave que convoqué en auxilio de mi señor, el Autarca de su momento, os parezca inadecuada —como por cierto me parece a mí—, pero era la mejor que pude obtener, y yo tenía gran urgencia. Yo mismo me he visto obligado a viajar de otro modo al sur, y con mucha más lentitud; ojalá llegue pronto el día en que mis primos se dispongan a alinearse no simplemente con la humanidad sino con nosotros; mas de momento perseveran en considerar a Urth algo menos significativa que muchos de los mundos colonizados, y a nosotros a la par de los ascios, y por tantojunto con los xantodermos y muchos otros.

A lo mejor ya habréis recibido nuevas más recientes y precisas que las mías. En caso de que no sea así: la guerra marcha bien y mal.

La maniobra enemiga no penetró mucho, y el embate septentrional, particularmente, sufrió tales bajas que en rigor puede decirse que ha sido destruido. Sé que la muerte de tantos miserables esclavos de Erebus no os alegrará, pero al menos nuestros ejércitos tienen un respiro.

Es algo que necesitan desesperadamente. Entre los paralianos hay una sedición que debe ser erradicada; pues los tarentinos, vuestros antrustiones y las legiones ciudadanas, los tres grupos que soportaron el peso de la lucha, han sufrido casi tanto como el enemigo. Hay entre ellos cohortes que no podrían reunir un centenar de soldados aptos.

No necesito deciros que deberíamos conseguir más armas pequeñas, y en especial artillería, si fuera posible persuadir a mis primos de desprenderse de ellas a un precio a nuestro alcance. Entretanto, hay que reclutar nuevas tropas, y con tiempo, para que en la primavera los reclutas ya estén entrenados. Lo que hoy hace falta son unidades ligeras capaces de entrar en escaramuzas sin dispersarse; pero si el año próximo los ascios irrumpen, necesitaremos piqueneros y pilani a centenares y miles, y quizá convenga llamar a armas ahora mismo al menos a una parte.

Cualquier nueva que tengáis de las incursiones de Abaia será más fresca que las mías; desde que dejé nuestras líneas yo no he tenido ninguna. Hormisdas se ha ido al sur, creo, pero tal vez Olaguer pueda informaros.

Con prisa y reverencia,

INIRE.

XXXVI — Oro falso y quemazón

No queda mucho por contar. Como sabía que en pocos días iba a tener que irme de la ciudad, lo que esperaba hacer aquí tenía que hacerlo rápido. El gremio no tenía amigos de confianza aparte del maestro Palaemon, y para lo que yo planeaba él no me serviría. Mandé llamar a Roche, sabiendo que si lo tenía delante no iba a engaitarme mucho tiempo. (Esperaba ver un hombre mayor que yo, pero el aspirante pelirrojo que acudió a mi orden era poco más que un muchacho; cuando se fue, estuve un rato estudiándome la cara en el espejo, algo que no había hecho antes.) Me contó que él y algunos otros que habían sido amigos míos más o menos íntimos, habían objetado mi ejecución cuando la mayoría del gremio se inclinaba por matarme, y le creí. También admitió con toda soltura que él había propuesto que me mutilaran y expulsaran, pues pensaba que era la única manera de salvarme la vida. Creo que esperaba que de algún modo lo castigase: tenía las mejillas y la frente, por lo general rubicundas, tan blancas que las pecas resaltaban como manchas de pintura. La voz era firme, sin embargo, y no dijo nada que pareciera destinado a excusarse echándole la culpa a otro.