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Pero una vez más no doblé. Seguí al niño-hombre por un corredor angosto de suelo de barro, y de vez en cuando atravesado por puertas y ventanas ominosas. El Severian que yo perseguía llevaba zapatos mal ajustados con tacones gastados y suelas raídas; al volverme y alumbrar con la lámpara hacia atrás, observé que el Severian que lo perseguía llevaba botas excelentes, pero caminaba con pasos de longitud desigual y uno de los pies arrastraba la punta. Pensé: un Severian tiene buenas botas, el otro buenas piernas. Y me reí solo, preguntándome quién iría allí años después, y si imaginaría que los dos rastros eran de los mismos pies.

No puedo decir con qué fin se construyeron una vez esos túneles. Varias veces vi escaleras que habían descendido aún más, pero siempre desembocaban en oscuras aguas en calma. Encontré un esqueleto, los huesos desparramados por los apresurados pies de Severian, pero era sólo un esqueleto y no me dijo nada. En ciertos lugares las paredes tenían inscripciones, escritas en naranja desteñido o negro robusto; pero eran caracteres que yo no sabía leer, ininteligibles como los rasguños de las ratas en la biblioteca del maestro Ultan. Unas pocas de las habitaciones que miré tenían paredes en donde habían palpitado más de mil relojes de varias clases, y aunque ahora estaban todos muertos, las campanas calladas y las manecillas corroídas en horas que no volverían nunca, los consideré signos propicios para alguien que buscaba el Ypor fin lo encontré. La pequeña mancha de sol estaba justo donde yo recordaba. Sin duda fue una locura, pero apagué la lámpara y por un momento me quedé a oscuras, mirándola. Todo era silencio, y el brillante cuadrado desparejo parecía al menos tan misterioso como antes.

Yo había temido que me fuera difícil deslizarme por la angosta grieta, pero si el Severian presente era algo más grande de huesos, también era más flaco, de modo que una vez metidos los hombros, el resto los siguió con facilidad.

La nieve que recordaba había desaparecido, pero había un temblor frío en el aire anunciando que pronto iba a volver. Unas hojas muertas, que sin duda una corriente ascendente había llevado y acosado muy arriba, descansaban ahora entre las rosas moribundas. Los cuadrantes torcidos seguían proyectando unas sombras enloquecidas, inútiles como los relojes muertos que estaban detrás aunque no tan quietos. Los animales grabados los contemplaban, inmóviles, sin pestañear.

Crucé hasta la puerta y llamé. Apareció la temerosa anciana que nos había servido, y entrando en la mohosa sala en donde en otro tiempo me había calentado, le dije que fuera a buscar a Valeria. Se alejó deprisa, pero, antes de que desapareciera, algo había despertado en las paredes roídas por el tiempo y unas voces desencarnadas, de mil lenguas, pedían que Valeria se presentara a un personaje de título antiguo que, comprendí sobresaltado, debía ser yo mismo.

Aquí se detendrá mi pluma, lector, aunque no yo. Te he transportado de puerta en puerta: de la cerrada puerta de la necrópolis de Nessus, con su mortaja de bruma, a esa puerta barrada de nubes que llamamos cielo, la puerta que, espero, me llevará más allá de las estrellas cercanas.

Mi pluma se detiene; yo no. Lector, ya no caminarás conmigo. Es tiempo de que los dos retomemos nuestras vidas.

A este relato, yo, Severian el Cojo, Autarca, pongo mi rúbrica en el que será llamado último año del sol viejo.

Apéndice — Las armas del Autarca y las naves de los hieródulos

No hay nada tan oscuro en el manuscrito de El libro del Sol Nuevo como el tratamiento de las armas y la organización militar.

La confusión relativa al equipo de los aliados y adversarios de Severian parece derivar de dos fuentes; la primera es la marcada tendencia del autor a dar nombre propio a cada variante de diseño o utilidad. Al traducir estos nombres, he procurado tener en mente tanto el sentido radical de las palabras como la función de las armas mismas. Así cimitarra, fascina y muchas más. En un punto he puesto en manos de Agia el athame, la espada del hechicero.

La segunda fuente de dificultades es, al parecer, que se habla en el libro de tres grados de tecnología muy diferentes. El más bajo podría denominarse nivel de herrería. Las armas son en este caso espadas, cuchillos, hachas y picas, como las que habría podido forjar cualquier diestro artesano del, digamos, siglo quince. Se tiene la impresión de que el ciudadano medio puede obtenerlas fácilmente y representan la capacidad tecnológica del conjunto de la sociedad.

El segundo grado podría denominarse nivel de Urth. A este grupo pertenecen indudablemente las armas largas de caballería que he elegido llamar alabardas, conti y así, como también las «lanzas llameantes» con que los hastarii amenazan a Severian en la puerta de la antecámara y otras armas usadas por la infantería. La medida en que eran accesibles no se desprende con claridad del texto, que en un pasaje dice que en Nessus se ofrecen a la venta «flechas» y «keteneslargos». Parece seguro que a los irregulares de Guasacht se los provee de conti antes del combate, y que luego éstos se recogen y almacenan en algún lugar (posiblemente la tienda del jefe). Tal vez debiera señalarse que de este modo se repartían y almacenaban las armas en los barcos de los siglos dieciocho y diecinueve, aunque en tierra podían comprarse libremente puñales y armas de fuego. Los arbalestos usados por los asesinos de Agia fuera de la mina son sin duda lo que he llamado armas de Urth, pero es probable que esos hombres fueran desertores.

Las armas de Urth, por lo tanto, parecen representar la tecnología más alta que pueda encontrarse en el planeta, y acaso en el sistema solar. Es difícil decir si eran tan eficientes como las nuestras. Da la impresión de que la armadura no era del todo ineficaz para contrarrestarlas, aunque precisamente lo mismo puede decirse de nuestros rifles, carabinas y fusiles subautomáticos.

Al tercer grado lo llamaría nivel estelar. La pistola que Vodalus le da a Thea y la que Severian le da a Ouen son incuestionablemente armas estelares, pero de muchas otras mencionadas en el manuscrito no podemos estar tan seguros. Estelar quizá sea también parte de la artillería usada en la guerra de las montañas, e incluso toda. Los fusiles y jezeles de que disponen las tropas especiales de ambos bandos pueden o no pertenecer a este grado, aunque yo me inclino a pensar que sí.

Parece bastante claro que las armas estelares no podían producirse en Urth y debían obtenerse de los hieródulos a un costo muy elevado. Es interesante la pregunta —a la cual no puedo dar respuesta cierta— sobre el intercambio de bienes. Según nuestros patrones, la Urth del sol viejo parece carecer de materias primas; cuando Severian habla de minería, se estaría refiriendo a lo que nosotros llamaríamos saqueo arqueológico, y entre los atractivos de los nuevos continentes preparados para surgir, se dice, con la llegada del Sol Nuevo, están «el oro, la plata, el hierroy el cobre…» (La cursiva es mía.) Algunas otras posibilidades podrían ser ropa para esclavos —sin duda hay cierta esclavitud en la sociedad de Severian—, carne, y otros alimentos y productos del trabajo intensivo como las joyas manufacturadas.

Nos gustaría saber más sobre casi todo lo que este manuscrito menciona; pero sobre todo, sin duda, nos gustaría saber más sobre las naves que vuelan entre las estrellas, comandadas por hieródulos pero a veces tripuladas por seres humanos. Dos de las figuras más enigmáticas del manuscrito, Jonas y Hethor, parecen haber sido en un tiempo tripulantes de estas naves. Pero aquí el traductor tropieza con una grave dificultad: la incompetencia de Severian, incapaz de distinguir claramente entre las embarcaciones espaciales y las marítimas.