Subió al estrado y se dirigió al podio.
– Debéis esperar -le dijo Forester-. Todavía no os he cedido el uso de la palabra.
– Sí lo habéis hecho -replicó Ellershaw-. ¿O pensáis que vuestra opinión es demasiado importante para consentir que las normas del procedimiento pongan fin a vuestra perorata?
– Pudiera ser -se burló Forester-, pero en cualquier caso no va a ser seguida por la de un loco de quien sabe todo el mundo que tiene el cerebro dañado por culpa de una escandalosa dolencia.
De la garganta de los reunidos salió un grito ahogado y observé tantos gestos de asentimiento y secreteos en voz baja que comprendí que los rumores a propósito del mal francés habían encontrado amplio eco. Pero fue entonces cuando tuve un barrunto del espíritu malicioso de Ellershaw.
– ¿Sabido por todo el mundo decís? Pues es curioso que yo no lo sepa, ni me lo haya dicho ningún médico de cuantos se han tomado la molestia de examinarme en vez de comportarse como bellacos y difundir mentiras. Casualmente, veo en esta misma sala un cirujano que me ha visitado. ¡Vos, señor! -dijo señalando a Elias-. Tened la bondad de decirles a los presentes si pensáis que tengo alguna dolencia que pudiera llevarme a alguna enfermedad del cerebro.
Elias se mostraba reacio a ponerse en pie, pero Ellershaw siguió insistiendo y los rumores de la multitud comenzaban a resultar amenazadores.
– Más vale que respondas -le dije.
Elias se puso en pie y carraspeó para aclararse la garganta.
– He examinado al caballero -anunció- y no he encontrado en él ningún síntoma de la enfermedad mencionada ni de ninguna otra que pueda derivar en locura.
Nuevos murmullos recorrieron la multitud, y Ellershaw solo pudo imponer orden golpeando el podio con un grueso volumen in cuarto a modo de maza.
– Ya lo veis -exclamó-: meros rumores aceptados sin ninguna base. Y ahora, volviendo al tema que nos ocupa, quisiera referirme a ese calicó producido a máquina del que ha hablado Forester. -Se volvió para mirar al aludido-. Como mínimo, deberéis permitirnos que examinemos esta tela. Aseguráis que es tan bueno como una tela india, pero solo tenemos vuestra palabra de que no es uno de esos tejidos ásperos y gruesos que rechazará el público. Ha habido anteriormente muchos ejemplos de nuevas máquinas de las que se predijo que serían nuestra ruina, pero hasta hoy ninguna de ellas valía una higa.
Forester intentaba cerrar el paso a Ellershaw, pero este avanzó y se apoderó con sus manazas del rollo de tela que sostenía el otro. Examinó el tejido, pasó los dedos por encima de él, lo sostuvo en alto a la luz, lo olfateó incluso. Luego hizo una pausa y pareció sumirse en una pensativa reflexión.
– Hasta vos, señor, que os habéis interpuesto en mi camino, debéis reconocer que está perfectamente logrado. -La voz de Forester vibraba casi con una nota triunfal-. ¿Sois capaz de encontrarle algún defecto?
– No, señor…, no puedo -respondió Ellershaw.
Supe, con todo, que allí no acababa la cosa, porque no había ninguna concesión en su tono de voz. Si acaso, Ellershaw disimulaba una sonrisa y, cuando habló, lo hizo con voz suficientemente alta para ser oído en toda la sala. No eran palabras intercambiadas entre dos personas, sino declamadas en un escenario.
– No puedo encontrar ningún defecto en él -dijo- ¡porque es tejido indio, zoquete! Nos habéis hecho perder el tiempo con esta payasada.
Los ánimos se habían encendido de nuevo en la sala, pero Forester intentaba detener el caos.
– Si tan parecido es al original que hasta a un hombre como Ellershaw le cuesta encontrar la diferencia, ¿no es suficiente prueba de la calidad del tejido?
Ahora fue Ellershaw quien prorrumpió en una fuerte y sonora carcajada.
– Os han engañado, señor. Alguien se ha burlado de vos. Os digo que se trata de auténtico tejido indio, y si fuerais un auténtico hombre de Craven House, y hubierais servido algún tiempo en la India, como yo, lo habríais notado enseguida. -Desenrolló como medio metro de tela y la sostuvo ante los presentes-. Caballeros…, sin necesidad de tocarla siquiera, ¿no podéis ver que Forester está en un error?
La sala enmudeció unos momentos mientras estudiaban todos el tejido. ¿Qué era lo que se suponía que tenían que ver? Yo no tenía la menor idea. Pero entonces se escuchó una voz:
– ¡Hombre…! Pues que esto ha sido teñido en la India. Conozco ese dibujo.
– Sí, sí -exclamó otro-. No hay ningún tintorero en esta isla capaz de copiar eso. ¡Es tela india!
La concurrencia enloqueció ahora. Todos podían verlo, o incluso los que no, fingían verlo igualmente. Se hacían señas y reían. Prorrumpían en risotadas.
Esta vez, sin embargo, Ellershaw fue capaz de instaurar en la sala en poco tiempo un relativo silencio. De alguna forma, la enormidad de lo que acababa de suceder posibilitó el retorno a una actitud disciplinada. Aunque Forester seguía en el estrado, se le notaba trastornado y confuso. Con el rostro rojo como la grana y los miembros temblando, supuse que nada desearía más ahora que escapar de aquella humillación, pero tal vez huir de ella sería todavía más humillante que aguantarla.
¿Cómo había podido ocurrir semejante cosa? Recordé entonces a Aadil, el espía indio que fingía servir a Forester. Era evidente que él había ayudado a orquestar esta caída. Forester andaba tras la máquina que tanto daño podía causar al comercio de la India. El espía indio le había devuelto el golpe saboteando los planes de Forester, fingiendo adquirir en el mercado nacional aquellos productos textiles y procurándole, en su lugar, simples tejidos indios, sabiendo que alguna vez debería llegar este momento de que se descubriera el engaño.
– Amigos, amigos míos -dijo Ellershaw-, volvamos al orden. Este asunto no es cómico, sino más bien aleccionador. El señor Forester está en lo cierto al decir que hemos oído rumores de esas nuevas máquinas y obra bien en mostrarse vigilante. ¿Se le puede culpar porque unos granujas sin escrúpulos no hayan dudado en aprovecharse de su ignorancia y engañarlo? El señor Forester nos ha recordado que tenemos que permanecer en guardia, y eso es algo que debemos agradecerle.
Me sorprendió ver con qué rapidez controlaba Ellershaw aquel caos. La sala estalló en vítores y aplausos y Forester, ante mi gran asombro, fue capaz de retirarse con algo parecido al honor. Supuse que lo obligarían a dimitir de la junta, pero por lo menos pudo salir de la sala con una ilusión de dignidad.
Una vez se hubo marchado Forester, Ellershaw volvió de nuevo al podio.
– Sé que no me toca hablar ahora, pero, puesto que estoy ya aquí, ¿podría pronunciar unas pocas palabras?
El hombre que había presentado antes a Forester asintió vigorosamente. Ellershaw era un héroe ahora. Si hubiera pedido permiso para prender fuego a la sala, seguro que se lo hubiesen concedido también.
– Caballeros… He sido sincero cuando dije que debíamos mantenernos alerta contra esas nuevas máquinas, pero quizá también haya sido culpable de elogiarme a mi mismo. Porque, ved…, y he estado siempre alerta. Los rumores a propósito de una máquina así son demasiado ciertos, por desgracia. Existen planes para construir ese artilugio, no una máquina capaz de producir telas idénticas a las indias, pero sí un paso en esa dirección. Y pienso que era muy conveniente para los intereses de la Compañía suprimir esa máquina, para que no condujera al futuro perfeccionamiento de otras que pudieran, un día, comprometer nuestros mercados. Por este motivo he ido muy lejos en mi intento de obtener la única copia existente de los planos de esta máquina. -Metió la mano en el bolsillo de su casaca y sacó de él un pequeño volumen in octavo. Incluso desde la distancia en que me encontraba, supe que no podía haber ninguna duda: era el volumen que yo había entregado esa misma mañana a Devout Hale.
– Ahora bien -siguió el orador-, sé que ha habido cierta insatisfacción últimamente por el desempeño de mi cargo aquí. Ha habido voces que dicen que hubiera podido hacer más para desbaratar los intereses laneros e impedir la inminente legislación, que ciertamente supondrá un desafío para nosotros en los próximos años. No creo que eso sea cierto. Jamás he dejado de trabajar para que sea revocada esa legislación, pero eso es todo lo que podemos hacer, y los intereses de la lana tienen una relación duradera y profunda con el Parlamento, que se remonta a tiempos inmemoriales. No tengo ninguna duda de que recuperaremos el terreno que ahora hemos perdido, pero, en definitiva, lo que tenemos que hacer es expandir los mercados que tenemos abiertos y proteger tenazmente nuestros derechos y privilegios. Con haber paralizado esta máquina, creo haber demostrado mi valía.