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Sonrió y se guardó el cuaderno en el bolsillo.

– Entonces, os lo agradezco, señor. Y lo emplearé para bien.

Ya en el carruaje, Elias soltó una carcajada.

– Realmente ese hombre está loco.

– Todos están locos. Todos nosotros estamos locos, cada uno a nuestra manera. Excusamos la locura en nosotros, y quizá también en los que amamos, pero nos encanta condenarla en otros.

– Estás muy filosófico, Weaver.

– Hoy me ha dado por esa vena.

– Entonces…, aquí hay algo que meditar -me dijo-. Es muy extraño que cuando trata con esas compañías, el hombre que, como tú ahora, actúa movido por un espíritu de desprecio y venganza, tenga eso como lo más moral. Supongo que se debe al poder envolvente de la codicia.

Sin duda Elias suponía correctamente. Yo ese día había asestado un golpe a la codicia -no renunciaría a la satisfacción de negarlo-, pero sabía que era como asestar un golpe contra una tormenta. Si un hombre tuviera un instrumento lo suficientemente delicado, tal vez fuera capaz de medir el efecto de su golpe, pero la tormenta seguiría arreciando de acuerdo con su inclinación y causaría su daño en el mundo aunque nadie supiera que alguien había empleado su voluntad, quizá toda su voluntad, en el intento de disminuir su fuerza.

DAVID LISS

David Liss es licenciado en literatura inglesa por la Universidad de Columbia y doctor por la Universidad Estatal de Georgia. Ganador del prestigioso premio Edgar, es autor de El mercader de café, La conjura y El asesino ético, publicadas por Grijalbo con excelente acogida de público. Benjamín Weaver, el infatigable investigador, vuelve a ser, como en sus obras anteriores Una conspiración de papel y La conjura, el protagonista de La compañía de la seda.

Liss vive actualmente en San Antonio, Texas.

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