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Conocedor como era de todo esto, decidí dar un paso atrevido, aunque no por completo nuevo en mí: empujé la puerta, apartando a Elias hacia atrás. No con mucha fuerza, naturalmente, sino tan solo con la intención de reprocharle su negativa.

Para mi gran sorpresa, Elias estaba completamente vestido y ni siquiera se había quitado su chaleco. Debí de haberlo empujado con más fuerza de lo que pretendía, porque retrocedió unos pasos y cayó sobre sus posaderas.

– ¿Has perdido el juicio? -exclamó-. ¡Sal inmediatamente de aquí!

– Siento haberte dado un empellón tan fuerte -le dije, mientras trataba de contener la risa. Pensé que aquello iba a requerir, para ablandarlo, algo más que la habitual jarra de cerveza y la chuleta en la taberna. Miré, pero no había nada que ver. Impertérrito, me volví hacia el dormitorio, pero las circunstancias hicieron que no tuviera que dar ningún paso en esa dirección: la mujer no estaba allí dentro, sino más bien cómodamente sentada en una de las sillas del interior, con sus delicados dedos asiendo el pie de una copa.

Aquellos dedos temblaban tan levemente como sus labios. Pude ver, incluso en la penumbra reinante, que se esforzaba por parecer serena a pesar de la escena que acababa de presenciar, pero algo la turbaba, no sabría decir si era la vergüenza o la ira.

– Os invitaría a sentaros -dijo-, pero no estoy en disposición de actuar aquí como vuestra anfitriona.

Yo ni siquiera podía articular palabra: solo mirar como un idiota, porque quien se hallaba sentada en aquella silla era Celia Glade.

25

Me quedé paralizado.

Celia Glade levantó la mirada de sus hermosos ojos y me sonrió con una tristeza tan evidente que mi corazón redobló su ritmo.

– Me encontráis en una situación desventajosa, señor Weaver -dijo.

Di la vuelta sobre mis talones y salí de la habitación todo lo rápidamente que pude. A Elias, que estaba levantándose de su poca favorecedora postura, me limité a decirle que esperaría abajo.

Este asunto acababa de manera tan desgraciada para tantos, que no debería mostrar ninguna simpatía hacia quienes solo se habían visto moderadamente perjudicados, pero jamás he podido perdonarme la rudeza con la que traté a la señora Henry cuando fui a sentarme melancólicamente en la sala de abajo, apretando con tal fuerza mi copa de vino que temí romperla… mientras ella se esforzaba todo el rato en conversar conmigo.

No vi a Celia abandonar la casa, supongo que porque Elias la hizo salir por la puerta trasera, pero al cuarto de hora de nuestro encuentro, bajó él por la escalera y me dijo que estaba listo para marchar. Fuimos a La Cadena Herrumbrosa, y pedimos unas jarras. Tras esto nos sentamos y permanecimos callados un rato.

– Lamento muchísimo que esto te resulte embarazoso, Weaver -empezó-, pero jamás me diste a entender de ninguna manera que preferirías…

Yo di un puñetazo sobre la mesa, tan sonoro que hizo que casi todos los clientes del establecimiento se volvieran a mirarme. Pero me importaba muy poco. Mi único propósito era conseguir que Elias dejara de parlotear antes de que no me quedara más remedio que darle una buena paliza.

– Sabías lo que yo sentía -le dije-. Esto es vergonzoso.

– ¿Por qué? -preguntó-. Era tuya si tú hubieras querido. Pero no quisiste tomarla.

– ¡Por todos los demonios, Elias! No puedo creer que seas tan necio. ¿Crees sinceramente que te ha ido detrás por tus encantos?

– No hay ninguna necesidad de que me insultes, ya sabes.

– Sin duda. -A pesar de mi enfado, no estaba dispuesto a permitir que aquello acabara con nuestra amistad-. Pero, por notable que sea tu atractivo, tienes que darte cuenta de que lo único que pretendía ella era averiguar lo que sabías… nada más.

– ¡Por supuesto! Y yo necesitaba averiguar lo que sabía ella. Era una especie de batalla, supongo, para ver quién renunciaba a sus triunfos y quién los conservaba. De hecho, ella no averiguó nada de mí y yo no recibí nada de ella.

– ¿Y no la perdiste de vista ni un minuto mientras estaba en tus habitaciones?

– Salvo un instante porque, como comprenderás, un hombre no va a utilizar el vaso de noche delante de una dama…

– ¿Y tienes aún sobre la mesa tus notas acerca de nuestra actual investigación?

– Mi letra es muy difícil de descifrar para quienes no están acostumbrados a ella -se apresuró a replicar, pero pude notar cierto titubeo en su voz: tenía sus dudas.

Yo no las tenía.

– Cuando estaba al otro lado de tu puerta mencioné unos nombres: Absalom Pepper y Teaser.

– Pues deberías haber sido más prudente.

No dije nada porque, en aquel aspecto, tenía toda la razón. Me quedé mirando al frente, mientras Elias se mordía intermitentemente los labios y daba sorbos a su cerveza.

– ¿Sabes? -me dijo-. En ningún momento pretendí hacerte una mala jugada. Tal vez deberías haberme manifestado tus sentimientos por ella de una forma más clara. Quizá no les presté toda la consideración que merecían, pero estaba demasiado ocupado en intentar llevarme a la cama a una hermosa y complaciente mujer. Puede que te parezca una mala excusa, pero es la verdad. Y es posible también que ella no tuviera ninguna intención de dejar que la llevara a la cama. Nunca lo sabremos. Lo único cierto es que aceptó simplemente mi invitación a subir a mis habitaciones. No ha habido ninguna intimidad entre ella y yo…

– ¡Basta ya! -estallé-.Ya no importa. Sabe demasiadas cosas y nosotros tenemos poquísimo tiempo. Eso significa que hemos de darnos prisa.

– Darnos prisa… ¿en qué?

– Es hora de que encontremos al señor Teaser. Tenía que financiar el proyecto de Pepper, así que forzosamente deberá saber de qué se trataba. Y esa es la clave de todo el asunto. Solo espero que lo encontremos antes que consiga hacerlo ella.

Aunque ninguno de los dos estábamos de humor para confraternizar, hice todo lo posible para dejar atrás nuestras dificultades, y lo mismo hizo Elias.

– ¿Conoces esa zona? -le pregunté.

– No muy bien, pero lo suficiente para saber que es de lo más desagradable y que preferiría poder dejar de ir allí. Aun así, supongo que tenemos que hacerlo.

Nos habíamos encaminado a Holborn, y estábamos ahora a apenas un par de manzanas del lugar donde me había dicho la señora Pepper que tal vez encontraría a Teaser. Fue entonces cuando vimos salir unas sombras oscuras de un callejón que había delante de nosotros. Me puse tenso de inmediato y llevé la mano a mi daga. Elias dio un paso atrás, intentando emplearme como escudo. Habría como seis o siete hombres delante de nosotros, y debería haberme sentido alarmado por la desigualdad en el número, de no ser porque enseguida me di cuenta de que ellos se comportaban sin la seguridad en sí mismos de los hombres dados a la violencia. Su postura me pareció insegura y falta de práctica, casi como si tuvieran miedo de que pudiéramos hacerles algún daño,

– ¿Qué tenemos aquí? -gritó uno de ellos.

– Por lo visto, se trata de un par de maricones -respondió otro-. No temáis, pecadores, porque una noche en chirona tendrá sobre vosotros el más beneficioso de los efectos, y tal vez, si dedicáis suficiente tiempo a buscar el perdón del Señor, aún os dé tiempo de salvar vuestra alma.

Yo tenía mis dudas a propósito de las cualidades salvíficas del calabozo porque cuando un sodomita era enviado a pasar la noche en una pestilente prisión, lo único que podía esperar era ser víctima de interminables horas de abusos. En esos lugares, la tradición inveterada exige que los criminales más empedernidos fuercen a los sodomitas a consumir grandes cantidades de excrementos humanos.

– ¡Quietos ahí! -dije-.Vuestras mercedes no tienen nada contra mí ni yo lo tengo contra vuestras mercedes. Marchaos de aquí.