– Debo deciros -afirmó Aadil- que fue por este caballero y por Absalom Pepper por quienes vine precisamente a vuestra isla. Tenéis que perdonarme, señor -añadió, dirigiéndose a Teaser-, por decir lo que sé, pues me consta que apreciabais mucho al señor Pepper, pero debo hablar mal de él.
– He llegado tristemente a la conclusión de que Owl no era la persona que yo creía -dijo Teaser, cabizbaja-. Decid lo que debáis. Vuestro silencio no aliviará mi desengaño.
Aadil asintió y prosiguió su relato:
– Aún no hace dos años, cierto funcionario de pequeña categoría que trabajaba para su majestad imperial, el emperador Muhammad Shah Nasir ad Din, cuyo reinado y los de sus hijos quiera Dios que dure eternamente, recibió una intrigante carta del señor Pepper, una carta que consideró merecedora de ser mostrada a sus superiores, y estos a los suyos, hasta que llegó así a los ojos de los altos consejeros del Gran Mogol. En ella, el señor Pepper anunciaba que había inventado una notable máquina, capaz de posibilitar a los europeos corrientes la producción de calicós similares a los indios a partir de algodones cosechados en las colonias de Norteamérica. Había inventado, en suma, una máquina que podría perjudicar a una de las principales industrias de mi país, procurándole un auténtico rival.
– Entonces, Forester no se equivocaba -dijo Elias.
– No se equivocaba en creer que podía hacerse, aunque erraba en muchas otras cosas. No hará falta decir que el Gran Mogol se interesó mucho por este proyecto, pero creyó que sería más prudente observar estas cosas desde lejos. Como sabéis, es muy cierto que la Compañía de las Indias Orientales es una empresa comercial privada, pero está muy próxima al gobierno británico, casi como si formara parte de él. Implicarnos demasiado directamente en este asunto pudiera acercarnos peligrosamente a la guerra, con un importante socio comercial, además. Por eso el Gran Mogol decidió enviar aquí agentes y, en cuanto al señor Pepper, dar la callada por respuesta.
– Por eso, al no tener noticias del Gran Mogol, Pepper decidió poner en práctica personalmente el proyecto -asintió Elias.
– Eso fue exactamente lo que sucedió, señor. Cuando se puso en contacto con nosotros, solo tenía los planos de su máquina. Esperaba que le pagáramos generosamente por enterrar el invento pero, cuando vio que no aceptábamos, se puso a construir un modelo operativo.
– Y para eso necesitaba capital -dije yo-. Por lo cual comenzó a desplegar sus encantos y contraer una serie de matrimonios, cada uno con una dote que le permitiría destinar el dinero a la construcción de su máquina.
– Eso fue parte de lo que hizo, sí -admitió Aadil-. Pepper era un hombre inteligente, pero sin formación escolar. Siempre se había abierto camino en la vida utilizando sus encantos y agradable apariencia, y uno no se desprende de esos hábitos con facilidad, así que se le ocurrió que, si quería obtener la ayuda de hombres metidos en el mundo de las finanzas, podría convencerlos recurriendo a las artes con que estaba familiarizado, es decir, valiéndose de su pasión por otros hombres.
– Fue así como dio conmigo -dijo Teaser rompiendo su silencio-.Yo había trabajado mucho tiempo en el Exchange Alley, promoviendo inversiones e invirtiendo yo mismo. Owl, a quien llamáis Pepper, me hizo creer que se había enamorado de mi y yo no podía negarle nada. Le di más de trescientas libras.
– ¿Y construyó con ellas su máquina? -preguntó Elias.
– Tal vez habría podido construirla si hubiese recurrido antes a nuestro amigo -dijo Aadil-, pero, como suele ocurrir con muchos proyectos descabellados, a Pepper comenzó a costarle demasiado esfuerzo mantenerlo. Tenía once personas a su cargo, y no se atrevía a abandonar a sus esposas para evitar que fueran a buscarlo, descubrieran su engaño y lo hicieran colgar por sus delitos. Por eso, en los últimos tiempos, todo el dinero que podía allegar se gastaba en mantener en pie su mentira. Era, sin embargo, demasiado inteligente y ambicioso para conformarse con este purgatorio financiero. El caso es que, a través de su trato con un inversor, descubrió que existían mejores medios de conseguir dinero que el matrimonio o las relaciones amorosas. Fue así como Pepper se puso a buscar nuevos inversores. Y de esta forma conoció a alguien con quien creo que vos tenéis trato.
– Cobb -dije yo, sintiendo que ahora sí comenzaban a aclararse las cosas. Pero, por desgracia para mí, no podía estar más equivocado: no había entendido nada.
– No me refiero al señor Cobb -dijo, dubitativo, Aadil-, aunque pronto llegaremos a él y su papel en todo este asunto. No…, el hombre que lo ayudó a financiar su plan fue un comerciante de vuestra propia raza y al que vos conocéis: el señor Moses Franco.
Se hizo un largo silencio en la habitación. Tal vez no duró mucho y fueran solo unos pocos segundos, pero a mí se me hicieron interminables. Teaser mostraba la expresión desconcertada del hombre que no está en el secreto, y Aadil parecía esperar mi reacción, pero Elias tenía la mirada baja, estudiando las toscas tablas del suelo. Sabía lo que sabía yo: que tenía en mi propio campo una terrible equivocación y que un hombre al que creía mi incondicional aliado pudiera ser algo muy diferente.
Pero… ¿lo era? Un centenar de pensamientos cruzaron a la vez por mi mente. Yo jamás le había hablado de Pepper al señor Franco, nunca había mencionado su nombre. Y él, por su parte, no me había ocultado que había tenido negocios que tenían que ver con la Compañía de las Indias Orientales. Es más: me había dicho que esos negocios habían sido poco amistosos y que la Compañía siempre había visto con malos ojos sus intervenciones. «¿Y por qué iba a ser de otro modo -me pregunté-, si sabían que el señor Franco había estado prestando apoyo a un invento que podría cerrar la mejor parte de su comercio?» Me preocupaba que el señor Franco no me hubiese hablado nunca de este proyecto, pero quizá no lo había considerado relevante en mi investigación. O, tal vez, lo que me parecía más probable, no deseara decir nada de él y proteger su secreto, por lo menos mientras pudiera mantenerlo sin que resultara en detrimento suyo o mío.
Estaba abismado en estos pensamientos cuando de pronto me vi sacudido por ruido de cristales rotos y una explosión de luz y calor. No de calor, sino de fuego: llamas.
¿Qué había sucedido? Me encontré reaccionando antes de saberlo, porque la habitación ardía. Yo estaba de pie y tiraba de Elias para alejarlo de las llamas mientras algún lejano rincón de mi conciencia me decía lo que había visto: un barril, prendido y cargado evidentemente con aceite mineral o algún otro líquido inflamable había sido arrojado contra nosotros a través de la ventana. Elias se dirigía ahora a la ventana abierta para escapar, pero yo lo retuve.
– No -le grité-. El que haya querido quemarnos estará seguramente ahí afuera, esperando que salgamos. Tenemos que salir con el resto de los cuentes y perdernos entre la multitud.
– De acuerdo -dijo Aadil, tirando a su vez del brazo de Teaser.
Abrí la puerta de nuestro reservado y empecé a escapar, pero controlé mi paso. Enseguida me di cuenta de que la nuestra no era la única habitación que había sido asaltada de aquel modo. Por un instante albergué incluso la complaciente idea de que el ataque no había sido contra nosotros, sino que habíamos sido solo las desafortunadas víctimas de las circunstancias, unos desgraciados circunstantes que no tenían nada que ver con el conflicto, pero sabía que esa esperanza mía era insensata. Teníamos contra nosotros poderosas fuerzas y no cabía negar que habían pretendido quemarnos vivos.
Elias, que jamás presumía de valiente y que incluso cultivaba su cobardía de la misma forma que otros hombres cultivan virtudes, había salido por la puerta antes que yo, pero en el instante en que crucé el umbral irrumpió en nuestra estancia otro barril, que fue a estrellarse contra la pared en la única parte que aún no estaba ardiendo. Las llamas se propagaron en un instante, aislando mi vista y acceso a Teaser y a Aadil.