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Galadriel alzó la mano y del anillo que llevaba brotó una luz que la iluminó a ella sola, dejando todo el resto en la oscuridad. Se irguió ante Frodo, y pareció que tenía de pronto una altura inconmensurable y una belleza irresistible, adorable y tremenda. En seguida dejó caer la mano, y la luz se extinguió, y ella rió de nuevo, y he aquí que fue otra vez una delgada mujer elfa, vestida sencillamente de blanco, de voz dulce y triste.

—He pasado la prueba —dijo—. Me iré empequeñeciendo, y marcharé al Oeste, y continuaré siendo Galadriel.

Permanecieron un largo rato en silencio. Al fin la Dama habló otra vez.

—Volvamos —dijo—. Tienes que partir en la mañana, pues ya hemos elegido, y las mareas del destino están subiendo.

—Quisiera preguntaros algo antes de partir —dijo Frodo—, algo que ya quise preguntárselo a Gandalf en Rivendel. Se me ha permitido llevar el Anillo Único. ¿Por qué no puedo ver todos los otros y conocer los pensamientos de quienes los usan?

—No lo has intentado —dijo ella—. Desde que tienes el Anillo sólo te lo has puesto tres veces. ¡No lo intentes! Te destruiría. ¿No te dijo Gandalf que los Anillos dan poder de acuerdo con las condiciones de cada poseedor? Antes que puedas utilizar ese poder tendrás que ser mucho más fuerte, y entrenar tu voluntad en el dominio de los otros. Y aun así, como Portador del Anillo, y como alguien que se lo ha puesto en el dedo y ha visto lo que está oculto, tus ojos han llegado a ser más penetrantes. Has leído en mis pensamientos más claramente que muchos que se titulaban sabios. Viste el Ojo de aquel que tiene los Siete y los Nueve. ¿Y no reconociste el anillo que llevo en el dedo? ¿Viste tú mi anillo? —preguntó volviéndose hacia Sam.

—No, Señora —respondió Sam—. Para decir la verdad, me preguntaba de qué estaban hablando. Vi una estrella a través del dedo de usted. Pero si me permiten que hable francamente, creo que mi amo tiene razón. Yo desearía que tomara usted el Anillo. Pondría usted las cosas en su lugar. Impediría que molestasen a mi padre y que lo echaran a la calle. Haría pagar a algunos por los sucios trabajos en que han estado metidos.

—Sí —dijo ella—. Así sería al principio. Pero luego sobrevendrían otras cosas, lamentablemente. No hablemos más. ¡Vamos!

8

ADIÓS A LÓRIEN

Aquella noche la Compañía fue convocada de nuevo a la cámara de Celeborn, y allí el Señor y la Dama los recibieron con palabras amables. Al fin Celeborn habló de la partida.

—Ha llegado la hora —dijo— en que aquellos que desean continuar la Misión tendrán que mostrarse duros de corazón y dejar este país. Aquellos que no quieran ir más adelante pueden permanecer aquí, durante un tiempo. Pero se queden o se vayan, nadie estará seguro de tener paz. Pues hemos llegado al borde del precipicio del destino. Aquellos que así lo deseen podrán esperar aquí a la hora en que los caminos del mundo se abran de nuevo para todos, o a que sean convocados en última instancia en auxilio de Lórien. Podrán entonces volver a sus propias tierras, o marchar al largo descanso de quienes caen en la batalla.

Hubo un silencio.

—Todos han resuelto seguir adelante —dijo Galadriel mirándolos a los ojos.

—En cuanto a mí —dijo Boromir—, el camino de regreso está adelante y no atrás.

—Es cierto —dijo Celeborn—, ¿pero irá contigo toda la Compañía hasta Minas Tirith?

—No hemos decidido aún qué curso seguiremos —dijo Aragorn—. No sé qué pensaba hacer Gandalf más allá de Lothlórien. Creo en verdad que ni siquiera él tenía un propósito claro.

—Quizá no —dijo Celeborn—, sin embargo cuando dejéis esta tierra habréis de tener en cuenta el Río Grande. Como algunos de vosotros lo sabéis bien, ningún viajero con equipaje puede cruzarlo entre Lórien y Gondor, excepto en bote. ¿Y acaso no han sido destruidos los puentes de Osgiliath, y no están todos los embarcaderos en manos del Enemigo?

”¿Por qué lado viajaréis? El camino de Minas Tirith corre por este lado, al oeste; pero el camino directo de la Misión va por el este del río, la orilla más oscura. ¿Qué orilla seguiréis?

—Si mi consejo vale de algo, yo elegiría la orilla occidental, el camino a Minas Tirith —respondió Boromir—. Pero no soy el jefe de la Compañía.

Los otros no dijeron nada, y Aragorn parecía indeciso y preocupado.

—Ya veo que todavía no sabéis qué hacer —dijo Celeborn—. No me corresponde elegir por vosotros, pero os ayudaré en lo que pueda. Hay entre vosotros algunos capaces de manejar una embarcación: Legolas, cuya gente conoce el rápido Río del Bosque; y Boromir de Gondor, y Aragorn el viajero.

—¡Y un hobbit! —gritó Merry—. No todos nosotros pensamos que los botes son caballos salvajes. Mi gente vive a orillas del Brandivino.

—Muy bien —dijo Celeborn—. Entonces proveeré de embarcaciones a la Compañía. Serán pequeñas y livianas, pues si vais lejos por el agua habrá sitios donde tendréis que transportarlas. Llegaréis a los rápidos de Sarn Gebir, y quizás al fin a los grandes saltos del Rauros donde el Río cae atronando desde Nen Hithoel; y hay otros peligros. Las embarcaciones harán que vuestro viaje sea menos trabajoso por un tiempo. Sin embargo, no os aconsejarán: al fin tendréis que dejarlas, a ellas y al Río, y marchar hacia el oeste... o el este.

Aragorn agradeció a Celeborn repetidas veces. La noticia de los botes lo tranquilizó, pues durante unos días no sería necesario decidir el curso. Los otros parecían también más esperanzados. Cualesquiera que fuesen los peligros que los esperaban allá adelante, parecía mejor ir a encontrarlos navegando el ancho Anduin aguas abajo que caminar trabajosamente con las espaldas dobladas. Sólo Sam titubeaba: él por lo menos seguía pensando que los botes eran tan malos como los caballos salvajes, y quizá aún peores, y no todos los peligros a los que había sobrevivido le habían probado lo contrario.

—Todo estará preparado para vosotros y os esperará en el puerto antes del mediodía —dijo Celeborn—. Os enviaré a mi gente en la mañana para que os ayude en los preparativos del viaje. Ahora os desearemos a todos buenas noches y un sueño tranquilo.

—¡Buenas noches, amigos míos! —dijo Galadriel—. ¡Dormid en paz! No os preocupéis demasiado esta noche pensando en el camino. Pues los caminos que seguiréis todos vosotros ya se extienden quizá a vuestros pies, aunque no los veáis aún. ¡Buenas noches!

La Compañía se despidió y regresó al pabellón. Legolas fue con ellos, pues ésta era la última noche que pasarían en Lothlórien, y a pesar de las palabras de Galadriel deseaban estar todos juntos y discutir los pormenores del viaje.

Durante largo tiempo hablaron de lo que harían, y cómo llevarían a cabo la misión que concernía al Anillo; pero no llegaron a ninguna decisión. Era obvio que la mayoría deseaba ir primero a Minas Tirith, y escapar así al menos por un tiempo al terror del Enemigo. Estaban dispuestos a seguir a un guía hasta la otra orilla, y aun entrar en las sombras de Mordor, pero Frodo callaba, y Aragorn vacilaba todavía.