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Gandalf recordaba otra primavera, unos ochenta años atrás, cuando Bilbo había partido de Bolsón Cerrado sin llevarse ni siquiera un pañuelo. El mago tenía el cabello más blanco ahora, y la barba y las cejas quizá más largas, y la cara más marcada por las preocupaciones y la experiencia, pero los ojos le brillaban como siempre y fumaba haciendo anillos de humo con el vigor y el placer de antaño.

Fumaba ahora en silencio, y Frodo estaba allí sentado y muy quieto, ensimismado. Aun a la luz de la mañana sentía la sombra oscura de las noticias que Gandalf había traído. Al fin quebró el silencio.

—Gandalf, anoche empezaste a contarme cosas extrañas sobre mi anillo —dijo—, y en seguida callaste diciendo que tales asuntos era mejor ventilarlos a la luz del día. ¿No piensas que sería mejor terminar la conversación ahora? Me has dicho que el anillo es peligroso; mucho más peligroso de lo que creo. ¿En qué sentido?

—En muchos sentidos —respondió el mago—. Es mucho más poderoso de lo que me atreví a pensar en un comienzo, tan poderoso que al final puede llegar a dominar a cualquier mortal que lo posea. El anillo lo poseería a él.

”En tiempos remotos fueron fabricados en Eregion muchos anillos de Elfos, anillos mágicos como vosotros los llamáis; eran, por supuesto, de varias clases, algunos más poderosos y otros menos. Los menos poderosos fueron sólo ensayos, anteriores al perfeccionamiento de este arte: bagatelas para los herreros de los Elfos, aunque a mi entender peligrosos para los mortales. Pero los realmente peligrosos eran los Grandes Anillos, los Anillos de Poder.

”Un mortal que conserve uno de los Grandes Anillos no muere, pero no crece ni adquiere más vida. Simplemente continúa hasta que al fin cada minuto es un agobio. Y si lo emplea a menudo para volverse invisible, se desvanecerá, se transformará al fin en un ser perpetuamente invisible que se paseará en el crepúsculo bajo la mirada del Poder Oscuro, que rige los Anillos. Sí, tarde o temprano (tarde, si es fuerte y honesto, pero ni la fortaleza ni los buenos propósitos duran siempre), tarde o temprano el Poder Oscuro lo devorará.

—¡Qué aterrador! —dijo Frodo.

Hubo otro largo silencio. Sam Gamyi cortaba el césped en el jardín, y el sonido subía hasta el estudio.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —preguntó Frodo por último—. ¿Cuánto sabía Bilbo?

—Bilbo no sabía más de lo que te dijo; estoy seguro —respondió Gandalf—. Ciertamente, nunca te habría dejado algo si hubiera pensado que podía hacerte daño, aunque yo le prometiera cuidarte. Pensaba que el anillo era muy hermoso, y útil en caso de necesidad, y que si había allí algo raro o que andaba mal era él mismo. Dijo que el anillo le ocupaba cada vez más la mente, cosa que lo inquietaba; pero no sospechaba que el anillo fuera el único culpable, aunque había descubierto que necesitaba que lo vigilaran, pues no siempre parecía tener el mismo tamaño y el mismo peso; se encogía o crecía de manera curiosa, y de pronto podía deslizarse fuera del dedo.

—Sí, me lo recomendó en su última carta —dijo Frodo—; por eso no lo saco de la cadena.

—Muy prudente —dijo Gandalf—. Pero en cuanto a su larga vida, Bilbo nunca la relacionó con el anillo; se atribuyó todo el mérito, y estaba muy orgulloso, aunque cada vez más inquieto y molesto. Delgado y estirado, decía. Señal de que el anillo lo estaba dominando.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? —le preguntó Frodo de nuevo.

—¿Saber? He sabido muchas cosas que sólo saben los sabios, Frodo. Pero si te refieres a lo que sé de este anillo en particular, bueno, todavía no sé, podría decir. Me falta una última prueba. Pero ya no pongo en duda mis sospechas.

”¿Cuándo empecé a sospechar? —musitó Gandalf, recordando—. Espera... fue el año en que el Concilio Blanco expulsó al Poder Oscuro del Bosque Negro, poco antes de la Batalla de los Cinco Ejércitos, cuando Bilbo encontró el anillo. El corazón se me ensombreció entonces, aunque sin saber todavía cuáles eran mis verdaderos temores. Me preguntaba a menudo cómo Gollum había obtenido un Gran Anillo, de un modo tan simple... Esto fue claro desde el principio. Después oí la extraña historia de Bilbo acerca de cómo lo había «ganado», y no pude creerlo. Cuando al fin le saqué la verdad, entendí en seguida que había estado defendiendo sus derechos al anillo. Algo parecido a la explicación de Gollum: «un regalo de cumpleaños». Las mentiras eran demasiado semejantes, a mi juicio, y al fin entendí: el anillo tenía un poder nocivo que actuaba inmediatamente sobre su dueño. Fue para mí el primer aviso de que las cosas no andaban bien. A menudo le dije a Bilbo que era mejor no usar esos anillos. Pero se ofendió, y no tardó en enojarse. No había muchas otras cosas que yo pudiera intentar. Yo no podía quitárselo sin causarle un daño mayor, y tampoco tenía derecho a hacerlo, de todos modos. Sólo me restaba esperar y observar. Quizá tendría que haber consultado a Saruman el Blanco, pero algo siempre me detenía.

—¿Quién es ése? —preguntó Frodo—. Nunca lo oí nombrar.

—Quizá no —respondió Gandalf—. Los hobbits no le interesan, ni le interesaron. Aunque es un grande entre los Sabios, el jefe de mi orden, el principal del Concilio. Tiene profundos conocimientos y un orgullo que ha crecido a la par, y se toma a mal cualquier intrusión. Ha estudiado mucho la ciencia de los Anillos de los Elfos, y ha buscado largo tiempo los secretos perdidos de la fabricación de los Anillos; pero cuando se debatió el asunto en el Concilio lo que accedió a revelarnos casi borró del todo mis temores. Mis dudas se echaron a dormir, pero con un sueño intranquilo. Continué observando y esperando.

”Todo parecía desarrollarse normalmente con Bilbo; los años pasaron; sí, pasaron, y parecía que no lo tocaban. Bilbo no mostraba signos de vejez; la sombra cayó sobre mí nuevamente, pero me dije: «Al fin y al cabo desciende por línea materna de una familia de longevos; hay tiempo aún. ¡Espera!»

”Y esperé hasta la noche en que Bilbo dejó esta casa. Bilbo dijo e hizo cosas entonces que me llenaron de un temor que ni las palabras de Saruman hubiesen podido calmar. Supe así que algo oscuro y mortal estaba operando, y me he pasado la mayoría de estos años tratando de descubrir la verdad.

—No hubo ningún daño permanente, ¿no? —inquirió Frodo con ansiedad—. Se pondrá bien con el tiempo, ¿no es así? Quiero decir: ¿podrá descansar en paz?

—Se sintió mejor inmediatamente —contestó Gandalf—. Pero sólo hay un Poder en este mundo que lo sabe todo acerca de los Anillos y sus efectos, y no hay poder conocido que lo sepa todo acerca de los hobbits. Entre los Sabios soy el único que estudia la ciencia hobbit: una oscura rama del conocimiento, pero colmada de raras sorpresas. Hay hobbits blandos como mantequilla, y otros resistentes como viejas raíces de árbol. Creo sinceramente que algunos podrían resistir a los Anillos mucho más de lo que la mayoría de los Sabios supone. No te preocupes por Bilbo.

”Por supuesto, tuvo el anillo muchos años y lo usó; la influencia tardará entonces algún tiempo en desaparecer, antes que pueda verlo de nuevo sin que le haga daño, por ejemplo. Hubiera podido seguir viviendo así largos años, y muy feliz; la influencia se detuvo cuando se libró del anillo; y él mismo decidió dejarlo, no lo olvides. No, ya no me inquieto por el querido Bilbo, que resolvió terminar con el anillo. Eres tú quien me hace sentir responsable. Desde la partida de Bilbo me he interesado profundamente en ti y en todos estos encantadores, absurdos y desvalidos hobbits. Si el Poder Oscuro se apoderase de la Comarca, sería un doloroso golpe para el mundo; si vuestros amables, alegres, estúpidos Bolger, Corneta, Boffin, Ciñatiesa y los demás, sin mencionar a los ridículos Bolsón, fuesen esclavizados...