—Pero ¿por qué nos esclavizaría? —preguntó Frodo estremeciéndose—. ¿Y para qué querría esos esclavos?
—Te diré la verdad —replicó Gandalf—; creo que hasta ahora, hasta ahora, grábalo en tu mente, el Poder Oscuro ha pasado por alto la existencia de los hobbits. Tendríais que estar agradecidos, pero vuestra seguridad es ya cosa del pasado. El Poder no os necesita: tiene sirvientes mucho más útiles, pero ya no olvidará a los hobbits. Le agradaría más verlos como esclavos miserables que felices y libres. ¡En todo esto hay maldad y venganza!
—¡Venganza! ¡Venganza de qué! Todavía no entiendo qué tiene que ver todo esto con Bilbo, conmigo y con nuestro anillo.
—Todo tiene que ver —dijo Gandalf—. Todavía no sabes en qué peligro te encuentras. Yo tampoco estaba seguro la última vez que vine, pero ha llegado la hora de hablar. Dame el anillo un momento.
Frodo lo sacó del bolsillo del pantalón, donde lo guardaba enganchado a una cadena que le colgaba del cinturón. Lo soltó y se lo alcanzó lentamente al mago. El anillo se hizo de pronto muy pesado, como si él mismo o Frodo no quisiesen que Gandalf lo tocara.
Gandalf lo sostuvo. Parecía de oro puro y sólido.
—¿Puedes ver alguna inscripción? —preguntó a Frodo.
—No —dijo Frodo—, no hay ninguna. Es completamente liso y no tiene rayas ni señales de uso.
—Bien, ¡entonces mira!
Ante la sorpresa y zozobra de Frodo el mago arrojó el anillo al fuego. Frodo gritó y buscó las tenazas, pero Gandalf lo retuvo.
—¡Espera! —le ordenó con voz autoritaria, echando a Frodo una rápida mirada, desde debajo de unas erizadas cejas.
No hubo en el anillo ningún cambio aparente. Un momento después Gandalf se levantó, cerró los postigos y corrió las cortinas. La habitación se oscureció, se hizo un silencio, y se oyó el ruido de las tijeras de Sam, ahora cerca de la ventana. El mago se quedó unos minutos mirando el fuego; luego se inclinó, sacó el anillo con las tenazas, poniéndolo sobre la chimenea, y en seguida lo tomó con los dedos. Frodo ahogó un grito.
—Está frío —dijo Gandalf—. ¡Tómalo!
Frodo lo recibió con mano temblorosa; parecía más pesado y macizo que nunca.
—¡Álzalo! —le ordenó Gandalf—, y míralo muy de cerca.
Frodo lo alzó y miró y vio líneas finas, más finas que los más finos rasgos de pluma, y que corrían a lo largo del anillo, en el interior y el exterior: líneas de fuego, como los caracteres de una fluida escritura. Brillaban con una penetrante intensidad, pero con una luz remota, que parecía venir de unas profundidades abismales.
—No puedo leer las letras ígneas —dijo Frodo con voz trémula.
—No —dijo Gandalf—, pero yo sí; son antiguos caracteres élficos. El idioma es el de Mordor, que no pronunciaré aquí. Esto es lo que dice en la lengua común, en una traducción bastante fiel.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas.
”Sólo dos versos de una estrofa muy conocida en la tradición élfica:
Tres anillos para los Reyes Elfos bajo el cielo.
Siete para los Señores Enanos en casas de piedra.
Nueve para los Hombres Mortales condenados a morir.
Uno para el Señor Oscuro, sobre el trono oscuro
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos,
un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas
en la Tierra de Mordor donde se extienden las Sombras.
Gandalf hizo una pausa, y luego dijo lentamente, con voz profunda: —Éste es el Dueño de los Anillos, el Anillo Único que los gobierna. Éste es el Anillo Único que el Señor Oscuro perdió en tiempos remotos, junto con parte de su poder. Lo desea terriblemente, pero es necesario que no lo consiga.
Frodo se sentó en silencio, inmóviclass="underline" el miedo parecía extender una mano enorme, como una vasta nube oscura que se levantaba en oriente y ya iba a devorarlo.
—¡Este anillo! —farfulló—. ¿Cómo rayos ha venido a mí?
—¡Ah! —dijo Gandalf—. Es una historia muy larga. Sólo los maestros de tradición la recuerdan, pues comienza en los Años Oscuros. Si tuviera que contártelo todo, nos quedaríamos aquí sentados hasta que acabe el invierno y empiece la primavera.
”Ayer te hablé de Sauron el Grande, el Señor Oscuro. Los rumores que has oído son ciertos. En efecto ha aparecido nuevamente, y luego de abandonar sus dominios en el Bosque Negro, ha vuelto a la antigua fortaleza en la Torre Oscura de Mordor. Hasta vosotros, los hobbits, habéis oído el nombre, como una sombra que merodea en las viejas historias. Siempre después de una derrota y una tregua, la Sombra toma una nueva forma y crece otra vez.
—Espero que no suceda en mi época —dijo Frodo.
—También yo lo espero —dijo Gandalf—, lo mismo que todos los que viven en este tiempo. Pero no depende de nosotros. Todo lo que podemos decidir es qué haremos con el tiempo que nos dieron. Y ya, Frodo, nuestro tiempo ha comenzado a oscurecerse. El Enemigo se fortalece rápidamente, y hace planes todavía no maduros, pero que están madurando. Tenemos mucho que hacer. Tendremos mucho que hacer aun cuando no mediara ese riesgo espantoso.
”Al Enemigo todavía le falta algo que le dé poder y conocimientos suficientes para vencer toda resistencia, derribar las últimas defensas, y cubrir todas las tierras con una segunda oscuridad: la posesión del Anillo Único.
”Los Señores Elfos le ocultaron los Tres Anillos, los más perfectos de todos, y él nunca los tocó o los mancilló. Los Reyes Enanos poseían siete, de los cuales pudo recuperar tres; los otros los devoraron los dragones. Les dio nueve a los Hombres Mortales, orgullosos y espléndidos: así los engañó. Hace tiempo fueron dominados por el Único y se volvieron Espectros del Anillo, sombras bajo la gran Sombra, los sirvientes más terribles. Hace tiempo. Pasaron años desde que los Nueve se fueron lejos, y sin embargo, ¿quién sabe? La Sombra crece otra vez, y ellos pueden volver, y volverán. Pero no hablaremos de esas cosas ni siquiera en una mañana de la Comarca.