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”Por supuesto, muchas veces pensé en irme, pero lo imaginaba como una especie de vacaciones, como una serie de aventuras semejantes a las de Bilbo, o mejores, con un final feliz. Esto, en cambio, significa exiliarse, escapar de un peligro a otro, y ellos siempre detrás, mordiéndome los talones. Supongo que he de partir sólo si decido irme y salvar la Comarca, pero me siento pequeño, y desarraigado... y desesperado. El Enemigo es tan fuerte y terrible...

No se lo dijo a Gandalf, pero mientras hablaba se le había encendido en el corazón el deseo de seguir a Bilbo, y de encontrarlo tal vez. Era tan fuerte que se sobrepuso al temor; podría casi haber salido corriendo camino abajo, sin sombrero, como lo había hecho Bilbo tiempo atrás, en una mañana muy similar.

—Mi querido Frodo —exclamó Gandalf—, los hobbits son criaturas realmente sorprendentes, como ya he dicho. Puedes aprender todo lo que se refiere a sus costumbres y modos en un mes, y después de cien años aún te sorprenderán. Además no esperaba obtener esa respuesta, ni siquiera de ti; pero Bilbo no se equivocó al elegir al heredero, aunque no pensó demasiado en la importancia que tendría esa elección. Temo que estés en lo cierto. El Anillo no podrá permanecer mucho tiempo oculto en la Comarca; y para tu propio bien, tanto como para el de los demás, convendría que te fueras y dejaras de llamarte Bolsón. Ese nombre no te daría ninguna seguridad fuera de la Comarca ni en las Tierras Salvajes. Te daré un seudónimo para tu viaje: serás el señor Sotomonte.

”No creo que necesites partir solo. No si conoces a alguien de confianza que quisiera acompañarte y a quien pudieras exponer a peligros desconocidos. Pero si buscas compañía, ten cuidado en cómo eliges. Y ten aún más cuidado con lo que dices, hasta a tus amigos más íntimos. El Enemigo tiene muchos espías y muchas maneras de enterarse.

De pronto Gandalf se detuvo, como si escuchara.

Frodo notó que había mucho silencio, dentro y fuera. Gandalf se deslizó hacia un costado de la ventana; en seguida, como una flecha, saltó al antepecho y con un rápido movimiento extendió el largo brazo afuera y abajo. Se oyó un graznido y la mano de Gandalf reapareció sosteniendo por una oreja la ensortijada cabeza de Sam Gamyi.

—Bien, bien, ¡bendita sea mi barba! —exclamó Gandalf—. ¿No se trata de Sam Gamyi? ¿Qué hacías por aquí?

—El cielo bendiga al señor Gandalf —respondió Sam—. ¡Nada! Recortaba el césped bajo la ventana, ¿no ve usted?

Tomó las tijeras y las mostró como una prueba.

—No, no veo —dijo Gandalf ásperamente—. Hace rato que no oigo tus tijeras. ¿Cuánto tiempo estuviste fisgoneando?

—¿Fisgoneando, señor? Perdón, no lo entiendo. No entiendo de qué me habla. No hay nada de eso en Bolsón Cerrado.

Los ojos de Gandalf relampaguearon y las cejas se le erizaron como cerdas.

—No seas tonto. ¿Qué has oído y por qué has escuchado?

—¡Señor Frodo! —gritó Sam, temblando—. No le permita que me haga daño, señor. No le permita que me transforme en un monstruo. Mi viejo padre me rechazaría. ¡No quise hacer nada malo! ¡Lo juro, señor!

—No te hará daño —respondió Frodo sofocando la risa, aunque asombrado y algo confundido—. Él sabe tan bien como yo que no tenías malas intenciones. Pero levántate y contesta en seguida.

—Bien, señor —dijo Sam, tembloroso—. Oí un montón de cosas incomprensibles sobre un enemigo, anillos, el señor Bilbo, señor, dragones, una montaña de fuego y... Elfos, señor. Escuche porque no pude evitarlo, usted me entiende; pero ¡el señor me perdone!, adoro esas historias y creo en ellas, contra todo lo que Ted diga. ¡Elfos, señor! Me encantaría verlos. ¿Podría llevarme con usted a ver a los Elfos, señor, cuando usted vaya?

De repente Gandalf se puso a reír.

—Entra —gritó, y sacando los brazos afuera levantó al asombrado Sam junto con la azada, las tijeras de podar y demás, y lo metió por la ventana, depositándolo en el suelo—. Que te lleve a ver a los Elfos, ¿eh? —dijo Gandalf, observando de cerca a Sam, mientras una sonrisa le bailaba en la cara—. ¿Entonces oíste que el señor Frodo se va?

—Lo oí, señor, y por eso me atraganté, y usted parece que me oyó. Traté de evitarlo, señor, pero no pude. ¡Estaba tan trastornado!

—No hay nada que hacer, Sam —respondió Frodo tristemente. Entendía de pronto que el dolor de abandonar la Comarca sería mucho mayor que el de despedirse de las comodidades de Bolsón Cerrado—. Tendré que irme, pero si tú me aprecias de verdad —y aquí observó a Sam fijamente—, guardarás absoluto secreto. ¿Entiendes? Si así no lo haces, o si repites una sola palabra de lo que aquí has oído, espero que Gandalf te transforme en un sapo y luego llene de culebras el jardín.

Sam se arrodilló temblando.

—Levántate, Sam —le ordenó Gandalf—. He estado pensando en algo mejor. Algo que te cierre la boca y te castigue por haber escuchado: irás con el señor Frodo.

—¿Yo, señor? —gritó Sam, saltando de alegría, como un perro al que invitan a un paseo—. ¿Yo veré a los Elfos y todo? ¡Hurra! —gritó, y de pronto se echó a llorar.

3

TRES ES COMPAÑÍA

—Tienes que irte en silencio, y pronto —dijo Gandalf.

Habían pasado dos o tres semanas y Frodo no daba señales de estar listo.

—Lo sé, pero es difícil hacer las dos cosas —objetó—. Si desapareciese como Bilbo, la noticia se difundiría en seguida por toda la Comarca.

—No conviene que desaparezcas, por supuesto —dijo Gandalf—. He dicho pronto, no ahora. Si se te ocurre algún modo de dejar la Comarca sin despertar sospechas, creo que vale la pena esperar. Pero no lo postergues demasiado.

—¿Qué tal en el otoño o después de nuestro cumpleaños? —preguntó Frodo—. Creo que podré arreglar algo para entonces.

A decir verdad, se resistía a la idea de partir, ahora que se había decidido. Bolsón Cerrado le parecía una residencia agradable, mucho más que en el pasado reciente, y quería saborear al máximo ese último verano en la Comarca. Sabía que cuando llegara el otoño una parte de su corazón aceptaría mejor la idea de un viaje, como le sucedía siempre en esa estación. Íntimamente ya había decidido partir en su quincuagésimo cumpleaños; el centesimovigesimoctavo de Bilbo. Le parecía un día apropiado para partir y seguir a Bilbo. Seguir a Bilbo era el objetivo principal y lo único que hacía soportable la idea de la partida. Pensaba lo menos posible en el Anillo y en el fin al que éste podría llevarlo. Pero no le dijo a Gandalf todo lo que pensaba. Lo que el mago adivinaba era siempre difícil de saber.