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—¿Hay Elfos en esos bosques? —preguntó.

—Que yo sepa, no —respondió Pippin.

Frodo callaba. También él miraba hacia el este a lo largo del camino, como si no lo hubiese visto nunca. De pronto dijo pausadamente y en voz alta, pero como si se hablara a sí mismo:

El Camino sigue y sigue

desde la puerta.

El Camino ha ido muy lejos,

y si es posible he de seguirlo

recorriéndolo con pie fatigado

hasta llegar a un camino más ancho

donde se encuentran senderos y cursos.

¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.

—Me recuerda un poema del viejo Bilbo —dijo Pippin—. ¿Es una de tus imitaciones? No me parece muy alentadora.

—No lo sé —dijo Frodo—. Me llegó como si estuviese inventándolo, pero debo de haberlo oído hace mucho tiempo. En realidad, me recuerda mucho a Bilbo en los últimos años, antes que partiera. Decía a menudo que sólo había un Camino y que era como un río caudaloso; nacía en el umbral de todas las puertas, y todos los senderos eran ríos tributarios. «Es muy peligroso, Frodo, cruzar la puerta» solía decirme. «Vas hacia el Camino y si no cuidas tus pasos no sabes hacia dónde te arrastrarán. ¿No entiendes que este camino atraviesa el Bosque Negro, y que si no prestas atención puede llevarte a la Montaña Solitaria?» Acostumbraba decirlo en el sendero que pasaba frente a la puerta principal de Bolsón Cerrado, especialmente después de haber hecho una larga caminata.

—Bien. El camino no me arrastrará a ningún lado, al menos durante una hora —dijo Pippin, descargando el fardo.

Los otros siguieron su ejemplo. Apoyaron los bultos contra el terraplén y extendieron las piernas sobre el camino. Descansaron, almorzaron bien, y luego descansaron de nuevo.

El sol declinaba; la luz de la tarde se alargaba sobre la tierra cuando los tres hobbits bajaron por la loma. No habían encontrado ni un alma en el camino; no parecía una vía muy frecuentada, pues no era apta para carros y había poco tránsito hacia Bosque Cerrado. Iban caminando lentamente desde hacía una hora o más, cuando Sam se detuvo un momento como si escuchara. Estaban ahora en una planicie, y el camino, después de mucho serpentear, se extendía en línea recta y cruzaba praderas verdes, salpicadas de árboles altos, como centinelas de los próximos bosques.

—Oigo un poney o un caballo que viene por el camino detrás de nosotros —dijo Sam.

Miraron hacia atrás, pero había una curva en el camino y no podían ver muy lejos.

—Me pregunto si no será Gandalf que viene a reunirse con nosotros —dijo Frodo. Al mismo tiempo sintió que no era así, y de pronto tuvo el deseo de esconderse, para que el jinete no lo viera—. No es que me importe mucho —dijo disculpándose—, pero preferiría que nadie me viese en el camino; estoy harto de que mis cosas se sepan y discutan. Y si es Gandalf —añadió, como si acabara de ocurrírsele—, le daremos una pequeña sorpresa como pago por su demora. ¡Escondámonos!

Los otros dos corrieron hacia la izquierda, metiéndose en un hoyo, no lejos del camino, y agazapándose. Frodo dudó un segundo; la curiosidad, o algún otro sentimiento, luchaba con el deseo de esconderse. El ruido de cascos se acercaba. Justo a tiempo se arrojó a un lugar de pastos altos, detrás de un árbol que sombreaba el camino. Luego alzó la cabeza y espió con precaución por encima de una de las grandes raíces.

En el codo del camino apareció un caballo negro, no un poney hobbit sino un caballo de gran tamaño, y sobre él un hombre corpulento, que parecía echado sobre la montura, envuelto en un gran manto negro y tocado con un capuchón, por lo que sólo se le veían las botas en los altos estribos. La cara era invisible en la sombra.

Cuando llegó al árbol, frente a Frodo, el caballo se detuvo. El jinete permaneció sentado, inmóvil, con la cabeza inclinada, como escuchando. Del interior del capuchón vino un sonido, como si alguien olfateara para atrapar un olor fugaz; la cabeza se volvió hacia uno y otro lado del camino.

Un repentino miedo de ser descubierto se apoderó de Frodo, y pensó en el Anillo. Apenas se atrevía a respirar, pero el deseo de sacar el Anillo del bolsillo se hizo tan fuerte que empezó a mover lentamente la mano. Sentía que sólo tenía que deslizárselo en el dedo para sentirse seguro; el consejo de Gandalf le parecía disparatado. Bilbo mismo había usado el Anillo. «Todavía estoy en la Comarca» pensó, al tiempo que tocaba la cadena del Anillo. En ese momento el jinete se enderezó y sacudió las riendas. El caballo echó a andar, lentamente primero y después con un rápido trote. Frodo se arrastró al borde del camino y siguió con la vista al jinete, hasta que desapareció a lo lejos. No podía asegurarlo, pero le pareció que súbitamente antes de perderse de vista, el caballo había doblado hacia los árboles de la derecha.

—Creo que se trata de algo muy curioso, en realidad inquietante —se dijo Frodo, mientras iba al encuentro de sus compañeros.

Pippin y Sam habían permanecido todo este tiempo tendidos sobre la hierba y no habían visto nada; Frodo les describió el jinete y su extraña conducta.

—No puedo decir por qué, pero sentí que me buscaba o me olfateaba, y tuve la certeza de que yo no quería que me descubriera. Nunca en la Comarca sentí algo parecido.

—¿Pero qué tiene que ver con nosotros uno de la Gente Grande? —preguntó Pippin—. ¿Y qué está haciendo en esta parte del mundo?

—Hay Hombres en los alrededores —dijo Frodo—. Me parece que tuvieron dificultades con la Gente Grande, allá abajo en la Cuaderna del Sur, pero nunca había oído de alguien como este jinete. Me pregunto de dónde viene.

—Perdón, señor —interrumpió Sam de improviso—. Yo sé de dónde viene. De Hobbiton. A menos que haya más de uno. Y sé adónde va.

—¿Qué quieres decir? —dijo Frodo severamente, mirándolo con asombro—. ¿Por qué no hablaste antes?

—Acabo de acordarme, señor. Ocurrió así: cuando ayer a la tarde volví a casa con la llave, mi padre me dijo: ¡Hola, Sam! Creí que habías partido con el señor Frodo esta mañana. Vino un personaje extraño preguntando por el señor Bolsón, de Bolsón Cerrado. Se acaba de ir. Lo envié a Gamoburgo. No me gustó el aspecto que tenía. Pareció desconcertado cuando le dije que el señor Bolsón había dejado el viejo hogar para siempre. Silbó entre dientes, sí. Me estremecí. Le pregunté al Tío qué clase de individuo era. No lo sé, me respondió. Pero no era un hobbit. Alto, moreno y se inclinó sobre mí; creo que era uno de la Gente Grande, esos que viven en lugares remotos. Hablaba de modo raro.

”No pude quedarme a escuchar más, señor, pues usted me esperaba; no le hice mucho caso. El Tío está algo ciego, y debe de haber sido casi de noche cuando el individuo subió a la colina y lo encontró disfrutando del aire fresco, como de costumbre. Espero que mi padre no le haya causado daño, señor, ni yo.