—Me parece —respondió Frodo lentamente— que es una buena suposición, hasta cierto punto. Hay en efecto alguna relación con las viejas aventuras de Bilbo y es cierto que los Jinetes andan detrás de él, o quizá debiera decir que andan buscándolo, o que andan buscándome. Temo además que no sea cosa de broma, y que yo no esté seguro, ni aquí ni en ningún otro sitio.
Miró alrededor las ventanas y las paredes, como si temiese que desaparecieran de pronto. Los otros lo observaron en silencio, cambiando entre ellos miradas significativas.
—Ahora saldrá la verdad a la luz —murmuró Pippin a Merry, y Merry asintió.
—¡Bien! —dijo Frodo al fin, enderezándose en la silla, como si hubiese tomado una decisión—. No puedo mantenerlo en secreto por más tiempo. Tengo que deciros algo, a todos vosotros. Pero no sé cómo empezar.
—Creo que yo podría ayudarte contándote una parte de la historia —dijo Merry con calma.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Frodo, echándole una mirada inquieta.
—Sólo esto, mi viejo y querido Frodo: te sientes desdichado porque no sabes decir adiós. Querías dejar la Comarca, por supuesto; pero el peligro te alcanzó más pronto de lo que esperabas, y ahora has decidido partir inmediatamente. Y no tienes ganas. Lo sentimos mucho por ti.
Frodo abrió la boca y la volvió a cerrar. La expresión de sorpresa era tan cómica que los otros se echaron a reír.
—¡Querido viejo Frodo! —dijo Pippin—. ¿Realmente pensaste que nos habías echado tierra a los ojos? ¡No tomaste las precauciones necesarias, ni fuiste bastante inteligente! Todo este año, desde el mes de abril, estuviste planeando la partida, y despidiéndote de los sitios queridos. Te hemos oído murmurar constantemente: «No sé si volveré a ver el valle otra vez» y cosas parecidas. ¡Y pretender que se te había acabado el dinero y venderles tu querido Bolsón Cerrado a los Sacovilla-Bolsón! Y esos conciliábulos con Gandalf.
—¡Cielos! —dijo Frodo—. Y yo que creía haber ido tan cuidadoso y astuto. No sé qué diría Gandalf. Entonces, ¿toda la Comarca discute mi partida?
—¡Oh, no! —dijo Merry—. ¡No te preocupes! El secreto no se mantendrá mucho tiempo, claro está, pero por ahora sólo lo conocemos nosotros, creo, los conspiradores. Al fin y al cabo no olvides que te conocemos bien y pasamos largas jornadas contigo. No nos cuesta mucho imaginar lo que piensas. Yo conocía a Bilbo también. A decir verdad, te he estado observando de cerca desde la partida de Bilbo. Pensé que lo seguirías, tarde o temprano, aunque esperaba que lo harías antes, y en los últimos tiempos estuvimos muy preocupados. Nos aterrorizaba la idea de que nos dejaras de pronto y partieras bruscamente, solo, lo mismo que Bilbo. Desde esta primavera mantuvimos siempre los ojos bien abiertos, y elaboramos nuestros propios planes ¡No te escaparás con tanta facilidad!
—Pero es necesario que parta —dijo Frodo—. Nada puede hacerse, mis queridos amigos. Es una desdicha para todos nosotros, pero es inútil que tratéis de retenerme. Ya que habéis adivinado tantas cosas, ¡por favor, ayudadme y no me pongáis obstáculos!
—¡No entiendes! —dijo Pippin—. Tienes que partir, y por lo tanto nosotros también. Merry y yo iremos contigo. Sam es un sujeto excelente. Saltaría a la boca de un dragón para salvarte si no tropezara con sus propios pies, pero necesitarás más de un compañero en tu peligrosa aventura.
—¡Mis queridos y bienamados hobbits! —dijo Frodo, profundamente conmovido—. No podría permitirlo. Lo decidí también hace tiempo. Habláis de peligro, pero no entendéis. No se trata de la búsqueda de un tesoro, ni de un viaje de ida y vuelta. Iré de peligro mortal en peligro mortal.
—Por supuesto que entendemos —afirmó Merry—. Por eso hemos decidido venir. Sabemos que el Anillo no es cosa de broma, pero haremos lo que podamos para ayudarte contra el Enemigo.
—¡El Anillo! —exclamó Frodo, completamente atónito ahora.
—Sí, el Anillo —dijo Merry—. Mi viejo y querido hobbit, no has tenido en cuenta la curiosidad de los amigos. He sabido de la existencia del Anillo durante muchos años; en verdad desde antes de la partida de Bilbo; pero como él guardaba el secreto, me callé lo que sabía, hasta que armamos nuestra conspiración. No conocía a Bilbo tan bien como a ti; yo era demasiado joven y Bilbo más cuidadoso, aunque no lo suficiente. Si quieres saber cómo lo descubrí, voy a decírtelo ahora.
—¡Continúa! —dijo Frodo débilmente.
—Los culpables fueron los Sacovilla-Bolsón, como podría esperarse. Un día, un año antes de la fiesta, yo andaba paseando por el camino cuando vi a Bilbo adelante. Casi en seguida, a lo lejos, aparecieron los Sacovilla-Bolsón, que venían hacia nosotros. Bilbo aminoró el paso, y de pronto, ¡eh, presto!, desapareció. Me quedé tan estupefacto que casi no recordé que yo también podía esconderme, de un modo más ordinario. Me metí entre los setos del camino y anduve por el campo. Eché una mirada al camino, luego que pasaron los Sacovilla-Bolsón, y observaba el lugar donde había estado Bilbo, cuando él reapareció de pronto.
”Luego de ese incidente, mantuve los ojos bien abiertos. En pocas palabras, confieso que espié. Pero admitirás que había motivos para sentirme intrigado. Y yo no tenía todavía veinte años. Pienso que soy el único en la Comarca, excepto tú, Frodo, que ha visto el libro secreto del viejo Bilbo.
—¡Has leído el libro! —exclamó Frodo—. ¡Cielos! ¿No hay nada seguro?
—Yo diría que no demasiado —replicó Merry—. Pero sólo le eché una rápida ojeada, y aun esto me costó bastante. Bilbo nunca abandonaba el libro. Me pregunto qué se hizo de él. Me gustaría echarle otro vistazo. ¿Lo tienes tú, Frodo?
—No, no estaba en Bolsón Cerrado. Bilbo se lo llevó, seguramente.
—Bueno, como iba diciendo —continuó Merry—, mantuve en secreto lo que yo sabía, hasta esta primavera, cuando las cosas se agravaron. Armamos entonces nuestra conspiración, y como además éramos serios y el asunto no nos parecía cosa de risa, no fuimos demasiado escrupulosos. No eres una nuez fácil de pelar, y Gandalf menos. Pero si quieres conocer a nuestro investigador principal, puedo presentártelo ahora mismo.
—¿Dónde está? —preguntó Frodo, mirando alrededor, como si esperase que una figura enmascarada y siniestra saliera de un armario.
—Adelántate, Sam —ordenó Merry. Sam se levantó, rojo hasta las orejas—. ¡He aquí a nuestro informante! Nos dijo muchas cosas, te lo aseguro, antes que lo atraparan. Después se consideró a sí mismo como juramentado, y nuestra fuente se agotó.
—¡Sam! —exclamó Frodo, sintiendo que su asombro llegaba al máximo e incapaz de decidir si se sentía enojado, divertido, aliviado o simplemente aturdido.
—¡Sí, señor! —dijo Sam—. ¡Le pido perdón, señor! Pero no quise hacer daño, ni a usted ni al señor Gandalf. Él es persona de buen sentido, recuérdelo, pues cuando usted le habló de partir solo, él le respondió: ¡No! Lleva a alguien en quien puedas confiar.
—Pero parece que no puedo confiar en nadie —dijo Frodo.