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Frodo sintió que cabeceaba. justo delante de él, Pippin cayó de rodillas. Frodo se detuvo.

—Es inútil —oyó que Merry decía—. Imposible dar otro paso sin antes descansar un poco. Necesitamos una siesta. Está fresco bajo los sauces. ¡Hay menos moscas!

El tono de estas palabras no le gustó a Frodo.

—¡Adelante! —gritó—. No podemos dormir todavía. Primero tenemos que salir del bosque.

Pero los otros estaban ya demasiado adormilados para preocuparse. Junto a ellos Sam bostezaba y parpadeaba con aire estúpido.

De pronto Frodo mismo se sintió dominado por la modorra. La cabeza se le bamboleaba. Apenas se oía un sonido en el aire. Las moscas habían dejado de zumbar. Sólo un leve susurro apenas audible, como si alguien cantara entre dientes una canción, parecía revolotear allá arriba, en las ramas. Frodo alzó pesadamente los ojos y vio un sauce enorme, viejo y blanquecino, que se inclinaba sobre él. El árbol parecía inmenso; las largas ramas apuntaban como brazos tendidos, con muchas manos de dedos largos, y el tronco nudoso y retorcido se abría en anchas hendiduras que crujían débilmente con el movimiento de las ramas. Las hojas que se estremecían bajo el cielo brillante deslumbraron a Frodo; se tambaleó y cayó allí sobre las hierbas.

Merry y Pippin se arrastraron hacia delante y se tendieron apoyándose de espaldas contra el tronco del sauce. Detrás de ellos las grandes hendiduras se abrieron para recibirlos, y el árbol se balanceó y crujió. Miraron hacia arriba y vieron las hojas grises y amarillas que se movían apenas contra la luz, y cantaban. Cerraron los ojos y les pareció que casi oían palabras, palabras frescas que hablaban del agua y del sueño. Se abandonaron a aquel sortilegio y cayeron en un sueño profundo al pie del enorme sauce gris.

Frodo luchó un rato contra el sueño que lo aplastaba; al fin se incorporó de nuevo trabajosamente. Tenía unas ganas irresistibles de agua fresca.

—Espérame, Sam —balbuceó—. Tengo que mojarme los pies un instante.

Medio dormido fue hacia el lado del árbol que daba al río, donde unas grandes raíces nudosas entraban en el agua, como dragones retorcidos que se estiraban para beber. Montó a horcajadas sobre una de las ramas, hundió los pies en el agua parda y fresca, y se durmió en seguida, recostado contra el árbol.

Sam se sentó y se rascó la cabeza, bostezando como una caverna. Estaba preocupado. La tarde declinaba, y esta somnolencia repentina le parecía inquietante. «Hay otra cosa aquí además del sol y el aire cálido —se susurró a sí mismo—. Este árbol enorme no me gusta nada. No le tengo confianza. ¡Escucha cómo canta invitando al sueño! ¡No me convencerá!»

Se puso penosamente de pie y fue tambaleándose a ver qué ocurría con los poneys. Dos de ellos se habían alejado por el sendero; acababa de atraparlos y de traerlos junto a los otros cuando oyó dos ruidos: uno fuerte, el otro leve pero claro. Uno era el chapoteo de algo pesado que había caído al agua; el otro parecía el sonido de una cerradura en una puerta, que se cierra despacio.

Sam se precipitó hacia la orilla. Frodo estaba en el agua, cerca del borde, bajo una enorme raíz que parecía mantenerlo sumergido, pero no se resistía. Sam lo tomó por la chaqueta, y tironeó sacándolo de debajo de la raíz; luego lo arrastró como pudo hasta la orilla. Frodo se despertó casi inmediatamente, tosiendo y farfullando.

—¿Sabes tú, Sam —dijo al fin—, que ese árbol maldito me arrojóal agua? Lo sentí. ¡La raíz me envolvió el cuerpo y me hizo perder el equilibrio!

—Estaba usad soñando sin duda, señor —dijo Sam—. No debiera haberse sentado en un lugar semejante, si tenía ganas de dormir.

—¿Y los demás? —inquirió Frodo—. Me pregunto qué clase de sueños tendrán...

Fueron al otro lado del árbol, y Sam entendió entonces por qué había creído oír el sonido de una cerradura. Pippin había desaparecido. La abertura junto a la cual se había acostado se había cerrado del todo y no se veía ni siquiera una grieta. Merry estaba atrapado; otra de las hendiduras del árbol se le había cerrado alrededor del cuerpo; tenía las piernas fuera, pero el resto estaba dentro de la abertura negra y los bordes lo apretaban como tenazas.

Frodo y Sam comenzaron por golpear el tronco en el lugar donde había estado Pippin. Luego lucharon frenéticamente tratando de separar las mandíbulas de la grieta que sujetaba al pobre Merry. Todo fue inútil.

—¡Qué cosa espantosa! —gritó Frodo, muy asustado—. ¿Por qué habremos venido a este bosque horrible? ¡Ojalá estuviéramos todos de vuelta en Cricava!

Pateó el árbol con todas sus fuerzas, sin prestar atención al dolor que sentía en el pie. Un estremecimiento apenas perceptible subió por el tronco hacia las ramas; las hojas se sacudieron y murmuraron, pero ahora con el sonido de una risa lejana y débil.

—¿No hemos traído un hacha en nuestro equipaje, señor Frodo? —preguntó Sam.

—Traje un hacha pequeña para cortar leña —dijo Frodo—. No nos serviría de mucho.

—¡Un momento! —gritó Sam, pues la mención de la leña le había dado una idea—. ¡Podríamos recurrir al fuego!

—Podríamos —dijo Frodo, titubeando—. Podríamos asar vivo a Pippin dentro del tronco.

—Podríamos también, para empezar, hacer daño al árbol o asustarlo —dijo Sam fieramente—. Si no los suelta lo echaré abajo, aunque sea a mordiscos.

Corrió hacia los poneys y pronto volvió con dos yesqueros y un hacha.

Juntaron rápidamente hierbas y hojas secas, y trozos de corteza; luego apilaron ramas rotas y astillas. Amontonaron todo contra el tronco en el lado opuesto al de los prisioneros. Tan pronto como Sam consiguió encender la yesca, las hierbas secas comenzaron a arder y una columna de fuego y humo se alzó en el aire. Las ramitas crujieron. Unas lengüitas de fuego lamieron la corteza seca y estriada del árbol, chamuscándola. Un estremecimiento recorrió todo el sauce. Las hojas parecían sisear allá arriba con un sonido de dolor y rabia. Merry gritó, y desde dentro del árbol llegó un aullido apagado de Pippin.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —gritó Merry—. ¡Me partirá en dos, si así no lo hacen! ¡Él lo dice!

—¿Quién? ¿Qué? —exclamó Frodo, corriendo al otro lado del árbol.

—¡Apáguenlo! ¡Apáguenlo! —suplicó Merry.

Las ramas del sauce comenzaron a balancearse con violencia. Se oyó un rumor como de viento que se alzaba y se extendía a las ramas de los otros árboles de alrededor, como si hubiesen arrojado una piedra a la quietud somnolienta del valle del río, desencadenando unas ondas coléricas que invadían todo el bosque. Sam pateó la pequeña hoguera y apagó las brasas. Pero Frodo, sin tener una idea clara de por qué lo hacía, o qué esperaba, corrió a lo largo del sendero gritando: ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro!Tenía la impresión de que apenas alcanzaba a oír el sonido agudo de su propia voz, como si el viento del sauce se la llevara en seguida ahogándola en un clamor de hojas. Se sintió desesperado, perdido, y al borde mismo de la locura.