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El único oficial verdadero en la Comarca era en esa época el Alcalde de Cavada Grande (o de la Comarca), y que era elegido cada siete años en la Feria Libre de las Quebradas Blancas, en Lithe, es decir, en el solsticio de verano. Como alcalde, su casi única obligación consistía en presidir los banquetes en las fiestas de la Comarca, que se celebraban con frecuencia. Pero a la alcaldía se agregaban los oficios de Jefe de Correos y Primer Oficial, de modo que el alcalde ordenaba tanto los servicios de mensajeros como los policiales. Éstos eran los únicos servicios de la Comarca, y los mensajeros los más numerosos y los más atareados. Los Hobbits no eran todos instruidos, de ningún modo; pero los que lo eran escribían constantemente a todos los amigos y algunos parientes que vivían más allá de una tarde de marcha.

Oficiales era el nombre que los Hobbits daban a sus policías o al equivalente más cercano. Por supuesto, no llevaban uniforme (cosas así eran completamente desconocidas), sino una simple pluma en el sombrero, y en la práctica eran guardias campestres, más que policías, y se ocupaban más de los animales extraviados que de las gentes. En toda la Comarca sólo había doce: tres en cada Cuaderna, para trabajos internos. Un cuerpo bastante mayor, que variaba de acuerdo con la necesidad, estaba dedicado a «batir las fronteras» e impedir que la Gente del Exterior de cualquier clase, grandes o pequeños, molestaran demasiado.

En la época en que empieza esta historia, los Fronteros, como se los llamaba, se habían multiplicado mucho. Había numerosos informes y quejas acerca de personas y criaturas extrañas que merodeaban fuera o dentro de los lindes: primer signo de que todo no estaba completamente en orden, como lo había estado siempre, excepto en cuentos y leyendas de otro tiempo. Muy pocos prestaron atención a tales indicios, y ni siquiera Bilbo tenía aún noción de lo que esto presagiaba. Habían pasado sesenta años desde que emprendiera el memorable viaje, y era viejo hasta para los Hobbits, quienes con frecuencia alcanzaban los cien años, pero era evidente que todavía conservaba mucho de la considerable fortuna que había traído de vuelta. Cuánto, o cuán poco, no lo había revelado a nadie, ni siquiera a Frodo, su sobrino favorito. Y todavía guardaba en secreto el anillo que había encontrado.

4

Del descubrimiento del anillo

Como se cuenta en El Hobbit, un día llegó a la puerta de Bilbo el gran Mago, Gandalf el Gris, y con él trece enanos: nada menos que Thorin Escudo-de-Roble, descendiente de reyes, y doce compañeros de exilio. Bilbo salió con ellos, del todo perplejo, en una mañana de abril del año 1341 del Cómputo de la Comarca, a la búsqueda del gran tesoro: el tesoro oculto de los Reyes Enanos de la Montaña, debajo de Erebor en Valle, lejos al este. La búsqueda fue fructífera, y dieron muerte al Dragón que custodiaba el tesoro. Sin embargo, aunque antes del triunfo final se libró la Batalla de los Cinco Ejércitos, en la que murió Thorin, y se realizaron muchas proezas, el asunto habría incumbido apenas a la historia posterior o sólo hubiera merecido algo más que un comentario en los largos anales de la Tercera Edad, de no haber mediado una causa fortuita: el grupo fue asaltado por orcos en un alto paso de las Montañas Nubladas, en el camino hacia las Tierras Ásperas, y sucedió que Bilbo se perdió un tiempo en las profundas y negras minas subterráneas de los orcos, bajo la montaña, y allí, tanteando en vano en la oscuridad, posó la mano sobre un anillo, caído en el piso de un túnel. Se lo guardó en el bolsillo. En ese momento el hallazgo pareció casual.

Tratando de encontrar la salida, Bilbo siguió descendiendo a las profundidades de la montaña, hasta que no pudo continuar. En el fondo de la galería había un lago helado, lejos de toda luz, y en una isla rocosa, en medio de las aguas, vivía Gollum. Era una pequeña y aborrecible criatura; impulsaba un botecito con un pie ancho y plano, acechando con ojos pálidos y luminosos; metía los dedos largos en el agua, sacaba un pescado ciego, y se lo devoraba crudo. Se alimentaba de cualquier cosa viviente, aun orcos, si podía apresarlos y estrangularlos sin lucha. Era dueño de un tesoro secreto que había llegado a él en pasadas edades, cuando todavía vivía a la luz: un anillo de oro que hacía invisible a quien lo usaba. Era lo único que amaba, su «tesoro» y hablaba con él aunque no lo llevaba consigo. Lo mantenía oculto y a salvo en un agujero de la isla, excepto cuando cazaba o espiaba a los orcos de las minas.

Quizá habría atacado a Bilbo inmediatamente, si cuando se encontraron hubiese llevado el anillo; pero no fue así, y el hobbit tenía en la mano una daga de los Elfos, que le servía de espada. Para ganar tiempo, Gollum desafió a Bilbo al Juego de los Enigmas, diciéndole que propondría un enigma, y si Bilbo no podía resolverlo, lo mataría y se lo comería. Pero si Bilbo lo derrotaba, haría lo que él quisiera, y le mostraría la salida a través de los túneles.

Perdido sin esperanza en las tinieblas, y no pudiendo avanzar ni retroceder, Bilbo aceptó el desafío. Se plantearon mutuamente distintos acertijos. Por fin Bilbo ganó, quizá más por buena suerte que por inteligencia, pues mientras pensaba en algún otro acertijo, encontró en el bolsillo el anillo que había recogido y olvidado y exclamó: ¿Qué tengo en el bolsillo?Gollum no pudo responder, aunque consiguió que Bilbo aceptara tres respuestas.

Las autoridades, es cierto, difieren acerca de si esta última era una simple pregunta o un verdadero enigma, de acuerdo con las reglas estrictas del juego; pero todos están de acuerdo en que después de aceptar y tratar de adivinar la respuesta, la promesa ataba a Gollum. Bilbo lo obligó a mantener su palabra, pues se le ocurrió la idea de que ese ser escurridizo podía ser falso, aunque tales promesas eran sagradas, y aun las criaturas más malignas siempre habían temido romperlas. Pero después de pasar tantos años solo en la oscuridad, el corazón de Gollum era negro, y abrigaba la traición. Se escabulló y retornó a su isla no muy lejana, en las aguas oscuras, de la que Bilbo nada sabía. Allí, pensaba, estaba el anillo. Se sentía ahora hambriento y enojado; pero una vez que tuviese el «tesoro» con él, ya no temería ningún ataque.

Pero el anillo no estaba en la isla; lo había perdido o había desaparecido. El grito penetrante de Gollum estremeció a Bilbo, quien todavía no entendía lo que había pasado. Gollum había encontrado por fin la respuesta al enigma, pero demasiado tarde. ¿Qué tiene en el bolsillo?, gritó. Los ojos le brillaban como una llamarada verde cuando volvió rápidamente sobre sus pasos, decidido a asesinar al hobbit y recobrar el «tesoro». Justo a tiempo, Bilbo vio el peligro y huyó ciegamente por el pasaje, alejándose del agua; y una vez más la buena suerte lo salvó. Porque mientras corría metió la mano en el bolsillo, y el anillo se le deslizó suavemente en el dedo; de modo que Gollum pasó a su lado sin verlo cuando iba a vigilar la puerta de salida para que el «ladrón» no escapase. Bilbo siguió cautelosamente a Gollum, que corría maldiciendo y hablando consigo mismo sobre su «tesoro». Por esta charla Bilbo entendió al fin, y la esperanza acudió a él en las sombras; había encontrado el maravilloso anillo y con él la probabilidad de escapar de los orcos y de Gollum.