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– ¿Qué tiene eso que ver con esto?

– Mencionaron las palabras «Conexión Alejandría».

– ¿Cuánto sabes?

– Uno de mis contactos me contó esto hace una hora. Ni siquiera le he presentado un informe completo a Stephanie.

– ¿De qué sirve todo esto? -inquirió Pam.

Malone le dijo a Durant:

– Necesito saber más.

– Te he hecho una pregunta -insistió Pam, alzando la voz.

La urbanidad de Malone terminó.

– Te dije que me dejaras ocuparme de esto.

– No tienes intención de darles nada, ¿eh? -Sus ojos centelleaban, y ella parecía lista para abalanzarse sobre él.

– Mi intención es recuperar a Gary.

– ¿Estás dispuesto a arriesgar su vida? ¿Sólo para proteger un maldito archivo?

Un grupo de visitantes, cámara en mano, entró en la estancia. Malone comprobó que Pam era lo bastante sensata como para callarse y agradeció la interrupción. Tendría que librarse de ella en cuanto salieran de Kronborg, aunque ello implicara encerrarla en una habitación de la mansión de Thorvaldsen.

Los visitantes se fueron, y él se encaró con Durant y le dijo:

– Cuéntame más de…

Un estallido lo sobresaltó y, acto seguido, la cámara instalada en un rincón del techo explotó en una lluvia de chispas. Después se oyeron dos estallidos más, y Durant se tambaleó hacia atrás mientras de unos agujeros en su camisa verde oliva brotaban rosetones de sangre.

Un tercer disparo y Durant se desplomó en el suelo.

Malone se volvió: a unos seis metros un hombre empuñaba una Glock. Malone se metió el brazo derecho bajo la chaqueta para dar con su arma.

– No es necesario -dijo tranquilamente el hombre, y tiró su pistola.

Malone la cogió, la asió por la culata, apoyó el dedo en el gatillo, apuntó y disparó.

Sólo obtuvo un clic por respuesta.

Su dedo presionó el gatillo de nuevo.

Más clic.

El hombre sonrió.

– No pensarías que iba a dártela cargada.

A continuación el tirador huyó de la sala.

10

Washington, DC

4:40

Stephanie consideró la pregunta de Brent Green -«¿por qué no te fías de mí?»- y decidió ser franca con su jefe.

– Esta administración me quiere fuera. No sé por qué sigo aquí, así que en este momento no me fío de nadie.

Green meneó la cabeza ante tanto recelo.

– A esos archivos accedió alguien que tenía la contraseña -añadió-. Claro que examinaron una docena o más, pero los dos sabemos por cuál iban. Sólo unos pocos tenemos conocimiento de la Conexión Alejandría. Yo ni siquiera conozco los detalles, sólo que nos tomamos muchas molestias por algo que parecía carecer de sentido. Muchas preguntas y ninguna respuesta. Vamos, Brent, tú y yo nunca hemos sido compañeros de mierda, así que ¿por qué iba a fiarme de ti ahora?

– Dejemos clara una cosa -contestó Green-. Yo no soy tu enemigo. Si lo fuera, no estaríamos manteniendo esta conversación.

– Tuve amigos en esto que me dijeron lo mismo muchas veces y no significaba nada.

– Así son los traidores.

Ella decidió probarlo un poco más.

– ¿No crees que deberíamos meter a más gente en esto?

– El FBI ya está dentro.

– Brent, estamos dando palos de ciego. Hemos de saber lo que sabe George Haddad.

– En tal caso es hora de que tratemos con Larry Daley, de la Casa Blanca. Cualquier camino que tomemos nos llevará directamente a él, así que es mejor que le consultemos sin más.

Ella se mostró conforme, y Green echó mano del teléfono,

Malone oyó gritar al que acababa de cargarse a Lee Durant que un hombre con una pistola había disparado a alguien. Y él aún sostenía la Glock.

– ¿Ha muerto? -musitó Pam.

Una pregunta estúpida. Pero estar con el arma homicida en la mano era todavía más estúpido.

– Vamos.

– No podemos dejarlo aquí.

– Está muerto.

La histeria invadió los ojos de ella, y Malone recordó la primera vez que vio morir a alguien, así que fue indulgente.

– No deberías haberlo visto, pero tenemos que irnos.

Un revelador taconeo en el embaldosado resonó más allá de la habitación. Seguridad, supuso él. Cogió a Pam de la mano y tiró de ella hacia el extremo opuesto de la cámara.

Atravesaron más habitaciones a la carrera, cada una igual que la siguiente, con algunos muebles de época, iluminadas por la tenue luz matinal. Malone vio más cámaras y supo que tendría que evitarlas. Se metió la Glock en el bolsillo de la chaqueta y sacó su Beretta.

Entraron en una estancia llamada la Cámara de la reina.

Oyó voces a sus espaldas: habrían encontrado el cuerpo. Más gritos y pisadas que se dirigían hacia ellos.

La Cámara de la Reina era un generoso espacio del que salían tres puertas: una daba a una escalera que subía, la segunda a una que bajaba y la última a otra habitación. No se veía ninguna cámara de seguridad. Escrutó el decorado intentando decidir qué hacer. Un gran armario destacaba contra la pared exterior.

Decidió jugársela: corrió hacia el armario y agarró los tiradores de hierro de las dos puertas. El interior era amplio y estaba vacío. Había bastante espacio para ellos dos. Le hizo una señal a Pam y, por una vez, ella fue sin decir nada.

– Entra -le susurró.

Antes de entrar Malone abrió las dos puertas que daban a las escaleras. Después se metió dentro y se encerró con la esperanza de que sus perseguidores pensaran que habían bajado, subido o vuelto al castillo.

Stephanie oyó a Brent Green informar a Larry Daley de lo sucedido. No pudo evitar preguntarse si el imbécil arrogante que había al otro extremo del teléfono ya sabría cada detalle y más.

– Estoy al tanto de la Conexión Alejandría -afirmó Daley por el altavoz.

– ¿Te importaría hablarnos de ella? -pidió Green.

– Ojalá pudiera, pero es secreto.

– ¿Para el fiscal general y la directora de uno de nuestros mejores servicios de inteligencia?

– A esa información sólo tiene acceso un selecto grupo. Lo siento, vosotros dos estáis fuera.

– Entonces ¿cómo es que alguien ha conseguido echar un vistazo? -quiso saber Stephanie.

– ¿Aún no has resuelto ese problema?

– Puede que sí.

Se hizo el silencio en la habitación. Al parecer Daley recibió el mensaje de Stephanie.

– No fui yo.

– ¿Tú qué vas a decir? -preguntó ella.

– Vigila tu lengua.

Ella pasó por alto el golpe.

– Malone les va a entregar la conexión. No pondrá en peligro a su hijo.

– En tal caso habrá que detenerlo -espetó Daley-. No se la daremos a nadie.

Stephanie captó el sentido de la frase.

– La quieres para ti, ¿es eso?

– Exactamente.

Ella no daba crédito a lo que oía.

– Puede que la vida de un muchacho esté en juego.

– Ése no es mí problema -aseguró Daley.

Llamar a Daley había sido un error, y ella vio que también Green había caído en la cuenta.

– Larry -terció Green-, ayudemos a Malone a salir de ésta, no compliquemos más su labor.

– Brent, ésta es una cuestión de seguridad nacional, no una obra de beneficencia.

– Es curioso -intervino Stephanie- que no te preocupe lo más mínimo que alguien haya accedido a nuestros archivos protegidos y lo haya averiguado todo sobre esa conexión altamente secreta, supuestamente una cuestión de seguridad nacional.

– Informaste de esa violación hace más de un mes, y el FBI se ocupa de ello. ¿Qué estás haciendo al respecto, Stephanie?

– Me ordenaron no hacer nada. ¿Qué hiciste tú, Larry?