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Dentro no se oía nada. Cassiopeia recorrió todas las habitaciones para asegurarse de que se hallaban a solas, y Stephanie se detuvo en el despacho. Después se dispusieron a esperar junto a la puerta.

A los diez minutos un coche aparcó fuera.

Stephanie miró a través de la cortina y vio salir a Green del asiento del conductor y dirigirse a la puerta.

Solo.

Ella le hizo una señal a Cassiopeia y abrió.

Green vestía su habitual traje y corbata oscuros. Cuando el fiscal general hubo entrado, ella cerró con llave y Cassiopeia se apostó cerca de una de las ventanas.

– Muy bien, Stephanie. ¿Me puedes decir qué está pasando?

– ¿Has traído las memorias USB?

El se metió la mano en el bolsillo de la chaqueta y las sacó.

– ¿Has escuchado las grabaciones?

Él asintió.

– Claro. Las conversaciones son interesantes, pero en modo alguno comprometedoras. Se menciona la vigésimo quinta enmienda, pero no hay más. Ni se discute ni se insinúa una conspiración.

– Por eso Daley reunió más información -explicó ella-. Me dijo que llevaba investigando algún tiempo.

– Investigando ¿qué?

Y ella notó un destello de irritación.

– La conspiración, Brent. El vicepresidente planea matar a Daniels. Lo ha organizado todo para que ocurra durante una visita sorpresa a Afganistán que Daniels efectuará la semana próxima.

Stephanie vio el efecto que causaban sus palabras, que confirmarían que sabía de qué hablaba.

Green permaneció impasible.

– ¿Qué pruebas encontró Daley?

– Más conversaciones. A decir verdad, pinchó el despacho privado del vicepresidente. No es que fuera difícil, ya que él era el encargado de asegurarse de que no estaba intervenido. El vicepresidente mantiene relaciones con la Orden del Vellocino de Oro. Su líder, Alfred Hermann, ha dispuesto que el avión de presidente sea atacado con misiles. Él mismo cerró el trato con la gente de Bin Laden.

– Stephanie, espero que Daley acumulara pruebas contundentes. Esas acusaciones son increíbles.

– Tú dijiste que la Administración entera era una cloaca. Dijiste que querías cogerlos. Pues ésta es tu oportunidad.

– ¿Cómo lo demostramos?

– Las grabaciones están aquí, Daley me habló de ellas. Dijo que señalaban a todos los implicados. Cuando salíamos para venir aquí, su coche explotó.

Green permanecía en el recibidor, ante la escalera, donde Daley y Heather Dixon se encontraban el día anterior. Parecía absorto en sus pensamientos. Su máscara. Naturalmente, aunque él le había mentido en lo tocante a Thorvaldsen y no le había transmitido al presidente nada de lo que Henrik había descubierto, necesitaban pruebas concretas de su traición.

– Sé dónde escondió las grabaciones -afirmó ella.

Los ojos de Green reflejaron interés. Cassiopeia seguía junto a la ventana.

Stephanie llevó a Green hasta el despacho con la pequeña mesa y las estrechas estanterías. En un estante había una fila de discos compactos con sus cajas de plástico. Toda la música era instrumental y de diversos países, había incluso cantos gregorianos, lo cual se le antojó curioso a Stephanie. Cogió una de las carcasas -Tibetan Wonders- y la abrió. Dentro, en lugar del CD de música había otro disco. Stephanie lo sacó y dijo:

– Le gustaba esconder sus cosas cerca.

– ¿Qué hay exactamente ahí?

– Según él, pruebas de quiénes participan en la conspiración. Dijo que llegaba a unos niveles insospechables. -Tenía los nervios a flor de piel-. ¿Quieres escucharlo?

Green no contestó.

– ¿Por qué filtraste el archivo de la Conexión Alejandría? -quiso saber ella.

– Ya te lo dije: para dar con el traidor. Nos llevó a distintos sitios. Así es como descubrimos la relación de Israel con Pam Malone. Filtrar ese archivo lo puso todo en marcha.

– Y ¿tenías acceso?

– ¿A qué vienen esas preguntas?

– A que yo ignoraba que estuvieses al tanto de la Conexión Alejandría, y mucho menos que conocieras detalles suficientes para pensar que sería un buen cebo para Israel.

Green ladeó la cabeza con socarronería.

– No me esperaba que fueras a someterme a un interrogatorio.

Ella no estaba dispuesta a ser indulgente. Ahora no.

– La primera vez que hablamos de todo esto dijiste que filtraste ese archivo a propósito, que no mencionaba gran cosa, a excepción de que Malone sabía dónde vivía George Haddad. Sin embargo tú hablaste del pacto de Abraham. ¿Cómo lo sabías?

– El archivo no era tan secreto.

– ¿De veras? Eso no es lo que dijo Daley. Insistió en que la información que contenía era escasa y conocida por muy pocos -pronunció las palabras con un deje de insolencia-. Tú no estabas en la lista, y sin embargo sabías muchas cosas.

Green salió del despacho.

Ella fue tras él.

Cassiopeia había desaparecido.

Stephanie echó un vistazo, preocupada.

– Mis colegas se han ocupado de ella -aclaró Green.

A Stephanie no le gustó cómo sonó aquello.

– Y ¿quién va a ocuparse de mí?

Green metió la mano bajo la chaqueta y sacó un arma.

– De eso me encargo yo, pero primero necesitaba hablar a solas contigo.

– ¿Para comprobar cuánto sé? ¿Cuánto sabe Cassiopeia? Y ¿quién más lo sabe?

– Dudo que tengas ayuda. Después de todo, Stephanie, no eres la persona más popular en este gobierno. Daley intentó pegarse a ti, pero no funcionó.

– ¿Fue cosa tuya?

Green asintió.

– Colocamos explosivos en el coche y esperamos el momento adecuado. Forma parte del ataque terrorista a esta nación que empezará con Daley y terminará con Daniels. El país será presa de la histeria.

– De la cual se aprovechará el vicepresidente después de prestar juramento. Entonces necesitará un vicepresidente, y ahí es donde entras tú.

– Ya no se presentan muchas oportunidades para medrar, Stephanie. Hay que coger lo que surge. Seré la elección perfecta para la crisis. Mi confirmación será unánime.

– Eres patético.

Green le lanzó una mirada de excesiva modestia.

– Te acepto el insulto. Al fin y al cabo, sólo te quedan unos minutos de vida. Por cierto, se suponía que también sufrirías un ataque. Cuando apareciste en ese restaurante decidí rematar la limpieza, pero de algún modo te las arreglaste para esquivar a los hombres que envié. Todavía no sé cómo lo conseguiste.

– Un buen entrenamiento marca la diferencia.

Él le lanzó una sonrisa fría.

– Echaré de menos tu ingenio.

– ¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? ¿Asesinar a un presidente?

– Creo que se llama traición. Pero Danny Daniels es un hombre débil e inepto que desconoce lo que es mejor para este país. Es amigo de Israel, pase lo que pase, y sólo eso ya nos ha paralizado en Oriente Próximo. Es hora de que Norteamérica cambie de amigos. Los árabes tienen mucho más que ofrecer.

– ¿Y la Conexión Alejandría lo conseguirá?

Él se encogió de hombros.

– No lo sé. Eso es problema del nuevo presidente, y él asegura tenerlo bajo control.

– ¿Tan desesperado estás por pillar cacho?

– Yo no llamaría «pillar cacho» a ser vicepresidente de Estados Unidos. Dado que voy a ayudar en la transición del poder de una forma tan decisiva, tendré una relación única: mucha responsabilidad y escasa visibilidad.

Ella señaló el arma.

– ¿Vas a matarme?

– No tengo elección. Ese disco sin duda me incriminará. No puedo dejarlo estar y a ti no puedo dejarte marchar.

Ella se preguntó adonde habrían llevado a Cassiopeia. Aquello no estaba saliendo conforme a lo planeado. Y ella no esperaba que el propio Green esgrimiera un arma. Se le pasó una idea por la cabeza: entretenerlo.