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– Se trata de la biblioteca. Hace un momento se ha mostrado muy displicente con ella. No va a dejar que siga oculta, ¿no?

– Yo no soy quién para decidirlo. Es otro el que está a cargo, y todos sabemos de quién se trata.

Malone oyó que las campanas de Copenhague daban ruidosamente las tres de la tarde. En la plaza Højbro reinaba el habitual bullicio de esa hora. Él, Pam y Gary se encontraban sentados a una mesa en una terraza, acababan de terminar de comer. Él y Pam habían regresado de Egipto el día anterior, en avión, tras pasar el sábado con los Guardianes, rindiendo homenaje a George Haddad.

Malone pidió la cuenta.

A unos cincuenta metros estaba Thorvaldsen, supervisando las reformas de la librería y la casa de Malone, que se habían iniciado la semana anterior, mientras ellos se hallaban fuera. Los andamios recorrían los cuatro pisos de la fachada, y un aluvión de obreros entraba y salía sin parar.

– Voy a despedirme de Henrik -dijo Gary. Se levantó de la mesa y se abrió paso entre la multitud.

– El sábado fue un día triste por lo de George -observó Pam.

Él sabía que la mente de ella aún rumiaba multitud de cosas. No habían hablado mucho de lo sucedido en la biblioteca.

– ¿Estás bien? -le preguntó.

– Maté a un hombre. Era un mierda, pero así y todo lo maté.

Él no dijo nada.

– Te levantaste -prosiguió ella-. Te enfrentaste a él sabiendo que yo estaba allí detrás. Sabías que dispararía.

– No estaba seguro de lo que harías, pero sabía que intentarías algo, y eso era lo único que necesitaba.

– Nunca antes había disparado un arma. Cuando Haddad me dio la suya me dijo que apuntara y disparara, sin más. Él también sabía que lo haría.

– Pam, no le des más vueltas. Hiciste lo que debías.

– Como tú todos esos años. -Ella se detuvo-. Hay algo que quiero decir, y no es fácil.

Él esperó.

– Lo siento. De veras, por todo. Nunca supe por lo que pasabas en esos mundos de Dios. Creía que tenía que ver con tu ego, con hacerte el machito. Sencillamente no lo entendía. Pero ahora lo entiendo. Estaba equivocada. En muchas cosas.

– Pues ya somos dos. Yo también lo siento. Siento todo lo que salió mal todos esos años.

Ella alzó las manos.

– Vale, creo que ya hemos tenido suficientes emociones.

Malone extendió la mano.

– ¿Hacemos las paces?

Ella aceptó el gesto.

– Claro.

Pero entonces Pam se inclinó hacia delante y le dio un suave beso en los labios. Malone no se lo esperaba, y la sensación le produjo un escalofrío.

– Y esto ¿por qué?

– No te hagas ilusiones. Creo que ambos estamos mejor divorciados, pero eso no significa que no recuerde ciertas cosas.

– ¿Qué te parece si ninguno de los dos olvidamos?

– Me parece bien -contestó ella. Y, tras una pausa, añadió-: ¿Y Gary? ¿Qué hacemos? Necesita saber la verdad.

Él ya se había planteado ese dilema.

– La sabrá, pero démosle algo de tiempo. Después mantendremos los tres una charla. No estoy seguro de que cambie mucho las cosas entre nosotros dos pero es cierto: tiene derecho a la verdad.

Malone pagó la cuenta y los dos fueron a reunirse con Thorvaldsen y Gary.

– Voy a echar de menos a este muchacho -admitió Henrik-. Formamos un buen equipo.

Malone y Pam sabían todo cuanto había ocurrido en Austria.

– Creo que ya ha tenido suficientes intrigas -apuntó Pam.

Malone estuvo de acuerdo.

– Has de volver al instituto. Lo que has vivido ya es bastante malo. -Vio que Thorvaldsen entendía a qué se refería. Lo habían hablado el día anterior. Y aunque le inquietaba la idea de Gary enfrentándose a un hombre que sostenía una pistola, en el fondo se sentía orgulloso. Por las venas del chico no corría la sangre de Malone, pero éste le había transmitido lo bastante a su hijo para que fuera suyo en todo cuanto era importante-. Es hora de que os vayáis.

Los tres se dirigieron hacia un extremo de la plaza, donde Jesper aguardaba con el coche de Thorvaldsen.

– Tú también has tenido suficientes intrigas, ¿eh? -le preguntó Malone a Jesper.

El hombre se limitó a sonreír y asentir. Thorvaldsen le había contado el día anterior que dos días con Margarete Hermann habían sido más que suficientes para Jesper. La soltaron el sábado, cuando el danés y Gary volaron de vuelta a Dinamarca. Como Thorvaldsen había dicho, la relación entre el padre y la hija no era precisamente envidiable. Cierto, la sangre los unía, pero no mucho más.

Malone le dio un abrazo a su hijo y le dijo:

– Te quiero. Cuida de tu madre.

– Para eso no me necesita.

– No estés tan seguro.

Acto seguido miró a Pam.

– Si alguna vez me necesitas ya sabes dónde encontrarme.

– Lo mismo digo. Aunque sólo sea eso, podemos cuidarnos uno al otro.

No le habían contado a Gary lo que había pasado en el Sinaí, y no lo harían. Thorvaldsen había decidido tomar a los Guardianes bajo su tutela y proporcionarles fondos para mantener el monasterio y la biblioteca. Ya había en marcha planes para catalogar electrónicamente los manuscritos. Además captarían a más gente para engrosar las filas de los Guardianes. Al danés le entusiasmó la perspectiva de echar una mano y estaba deseando visitar el lugar.

Sin embargo todo seguiría permaneciendo en secreto.

Thorvaldsen le había asegurado a Israel que nada trascendería, y dado que también contaban con las garantías de Estados Unidos, los judíos parecían satisfechos.

Pam y Gary subieron al coche. Malone se despidió de ellos mientras el vehículo desaparecía entre el tráfico, en dirección al aeropuerto. Después se abrió paso entre la gente y volvió con Thorvaldsen, que observaba cómo los trabajadores retiraban escombros de su edificio.

– ¿Ha acabado todo? -preguntó Henrik.

Él sabía a qué se refería su amigo.

– Ese mal bicho ya no está.

– El pasado puede devorarte el alma.

Malone opinaba lo mismo.

– O ser tu mejor amigo.

Él supo por dónde iba Thorvaldsen.

– Será asombroso ver lo que hay en esa biblioteca.

– A saber qué tesoros nos esperan.

Contempló a los hombres de los andamios, que limpiaban con vapor el hollín de la fachada del siglo xvi.

– Quedará igual de bien que antes -aseguró Thorvaldsen-. Restablecer las existencias es cosa tuya. Tendrías que comprar un montón de libros.

Él lo estaba deseando. A eso se dedicaba: era librero. Sin embargo había aprendido una lección en los últimos días. Sopesó de nuevo cómo se habían visto amenazados los suyos y lo que de verdad importaba. Señaló el edificio.

– Eso son bagatelas.

El danés le dedicó una sonrisa comprensiva.

– Sólo son cosas, Henrik. Nada más. Cosas.

NOTA DEL AUTOR

Para hacer posible este libro fue necesario viajar mucho: a Dinamarca, Inglaterra, Alemania, Austria, Washington DC y Portugal. Todo empezó en el transcurso de una cena en Camden, Carolina del Sur, cuando uno de los anfitriones, Kenneth Harvey, me preguntó si había oído hablar de un estudioso libanés llamado Kamal Salibi. Cuando respondí que no, Ken me ofreció cuatro libros de Salibi. Alrededor de un año después surgió la idea de esta novela. Como siempre, sin embargo, el resultado final es una mezcla de realidad y ficción.

Es hora de saber dónde se trazó el límite.

En lo tocante a la nakba, mencionada por vez primera en el prólogo, esa tragedia fue demasiado real y aún determina las relaciones en Oriente Próximo.

El monumento que se describe en los capítulos 8 y 34 se basa en un cenador de mármol real que existe en Shugborough Hall, en Inglaterra. Seguidores de la New Age y de las tramas secretas llevan décadas debatiendo su significado. La rueda de prensa del capítulo 8 se celebró en Shugborough Hall, y las interpretaciones que se dan del monumento son las que expusieron los verdaderos expertos. La idea de que las letras en redonda constituyan un mapa es invención mía.