Desgranaba los detalles con un distanciamiento espontáneo, como si describiera una escena de película. Pasó esto. Lo hice así. No esperes que le vea algún sentido.
Ya hacía rato que no lloraba.
– Fue un mal fin de semana para Nikki. Yo casi la compadecía.
– Esos detalles ya no me interesan, la verdad -dijo Keith, interrumpiéndolo-. ¿Cuánto tiempo se quedó en Slone después de matarla?
– Creo que un par de semanas, hasta después de Navidad. Leía la prensa local y miraba las últimas noticias de la noche. Toda la ciudad estaba histérica. Vi llorar a su madre por la tele. Muy triste. Cada día salía a buscarla otra brigada, con un equipo de televisión detrás. Qué tontos. Nikki estaba a trescientos kilómetros, durmiendo con los ángeles.
Increíblemente, el recuerdo le hizo reír.
– No creo que le haga gracia.
– Perdone, pastor.
– ¿Cómo se enteró de que habían detenido a Donté Drumm?
– Cerca del motel había un bar de mala muerte al que me gustaba ir a tomar café a primera hora. Oí decir que había confesado un jugador de fútbol americano, un chico negro. Entonces compré el periódico, me senté en la furgoneta, leí el artículo y pensé: «¡Pero qué pandilla de idiotas!». Estaba alucinado. No podía creerlo. Salía una foto policial de Drumm, con cara de buen chico. Recuerdo que me quedé mirándola y pensé que le faltaba algún tornillo. Si no, ¿por qué iba a confesar mi crimen? Me cabreó un poco. El chaval tenía que estar loco. Luego, al día siguiente, su abogado montó un cirio en la prensa, diciendo que la confesión era tongo y que los polis habían engañado al chico y se le habían echado todos encima hasta agotarlo, sin dejarle salir en quince horas de la sala. Entonces sí que me cuadró. Nunca he podido fiarme de ningún poli. La ciudad estuvo a punto de explotar. Los blancos querían ahorcarlo en plena calle Mayor. Los negros estaban francamente convencidos de que le habían endosado algo que no había hecho. Estaba todo muy tenso, y en el instituto había muchas peleas. Entonces me despidieron y me fui.
– ¿Por qué lo despidieron?
– Por una tontería. Una noche me quedé demasiado tiempo en un bar. Me pilló la poli conduciendo borracho, y luego se dieron cuenta de que la camioneta y las matrículas eran falsas. Me pasé una semana en la cárcel.
– ¿En Slone?
– Sí. Compruébelo. Enero de 1999. Acusado de hurto mayor, conducción en estado de ebriedad y todo lo que pudieron encasquetarme.
– ¿Drumm estaba en la misma cárcel?
– Yo no lo vi, pero se hablaba mucho de él. Corría el rumor de que lo habían trasladado a otro condado por motivos de seguridad. A mí se me escapaba la risa. Los polis tenían al verdadero asesino, pero no lo sabían.
Keith tomaba notas, aunque le costaba dar crédito a lo que escribía.
– ¿Cómo salió? -preguntó.
– Me asignaron un abogado, que consiguió rebajar mi fianza. La pagué, me largué de la ciudad y no volví nunca más. Después de una temporada yendo de aquí para allí, me detuvieron en Wichita.
– ¿Se acuerda del nombre del abogado?
– ¿Todavía está comprobando datos, pastor?
– Sí.
– ¿Cree que miento?
– En absoluto, pero nunca está de más comprobar datos.
– No, del nombre no me acuerdo. En mi vida he tenido muchos abogados, pero no he pagado ni un céntimo.
– La detención de Wichita fue por intento de violación, ¿verdad?
– Más o menos. Tentativa de agresión sexual con secuestro. No hubo sexo. No llegué tan lejos. La chica sabía kárate. La cosa no salió como tenía pensado. Me dio una patada en los huevos, y me pasé dos días vomitando.
– Tengo entendido que lo condenaron a diez años. Cumplió seis, y ahora está aquí.
– Felicidades, pastor. Ha hecho los deberes.
– ¿Se ha mantenido al corriente del caso Drumm?
– Bueno, durante unos años me acordaba de vez en cuando. Suponía que al final los abogados y los tribunales se darían cuenta de que se habían equivocado de culpable. Vaya, que hasta en Texas tienen tribunales superiores que revisan los casos, y todo eso… Estaba claro que en algún momento habría alguien que descubriría la evidencia. Supongo que con el paso del tiempo se me olvidó. Tenía mis propios problemas. Cuando estás en una cárcel de máxima seguridad, no te preocupas demasiado por los demás.
– ¿Y Nikki? ¿Piensa en ella de vez en cuando?
Boyette no contestó, y el lento transcurso de los segundos dejó de manifiesto que no respondería a la pregunta. Keith seguía escribiendo, apuntes personales sobre el siguiente paso a dar. No había nada seguro.
– ¿Siente alguna compasión por su familia?
– A mí me violaron a los ocho años, y no recuerdo ni una palabra compasiva de nadie; de hecho, nadie levantó una mano para impedirlo. Y aquello continuó. Ya ha visto mi historial, pastor: he tenido varias víctimas. No podía parar, ni estoy seguro de poder hacerlo ahora. Obviamente, la compasión no es algo en lo que pierda el tiempo.
Keith sacudió la cabeza, con una mirada de repulsa.
– Entiéndame, pastor: me arrepiento de muchas cosas. Me gustaría no haber hecho tantas barbaridades. He deseado un millón de veces poder ser normal. Me he pasado toda la vida queriendo no hacer daño a los demás, y ponerme en el buen camino, no sé cómo; alejarme de la cárcel, conseguir trabajo y todo eso. Yo no he elegido ser así.
Keith dobló parsimoniosamente la hoja de papel y se la guardó en el bolsillo del abrigo. Después enroscó el tapón del bolígrafo, cruzó los brazos y miró fijamente a Boyette.
– Supongo que su intención será quedarse mano sobre mano, dejando que en Texas todo siga su curso.
– No, me inquieta. Lo que pasa es que no tengo claro qué hacer.
– ¿Y si encontrasen el cadáver? Usted me dice dónde está enterrado, y yo intento ponerme en contacto con las personas indicadas.
– ¿Seguro que quiere implicarse en el asunto?
– No, pero tampoco puedo ignorarlo.
Boyette se inclinó y empezó a darse golpes otra vez en la cabeza.
– Es imposible que la encuentre nadie -dijo, con un quiebro en la voz. Instantes después el dolor se atenuó-. Yo, ahora, no sé si podría. Ha pasado tanto tiempo…
– Han pasado nueve años.
– No tanto. Fui a verla un par de veces cuando ya estaba muerta.
Keith mostró las palmas de las manos.
– No quiero oírlo -dijo-. ¿Y si llamo al abogado de Drumm y le explico lo del cadáver? No le diría su nombre, pero al menos allá habría alguien que supiera la verdad.
– ¿Y luego?
– No lo sé. No soy abogado. Tal vez pueda convencer a alguien. Estoy dispuesto a intentarlo.
– El único que puede encontrarla soy yo, pero no puedo salir del estado de Kansas. ¡Ni siquiera puedo salir de este condado, joder! Me trincarían por incumplir la condicional, y volverían a meterme en la cárcel. Y yo a la cárcel no vuelvo, pastor.
– ¿Qué más da, Travis? Según usted mismo, se morirá dentro de pocos meses.
Boyette se quedó muy quieto, sin decir nada. Empezó a entrechocar las puntas de los dedos, mientras miraba fijamente a Keith con ojos duros y secos, sin pestañear.
– Pastor -dijo suavemente pero con firmeza-, yo no puedo reconocer un asesinato.
– ¿Por qué no? Lo han condenado al menos cuatro veces por delitos graves, todos relacionados con la agresión sexual. Se ha pasado la mayor parte de su vida adulta en la cárcel. Tiene un tumor cerebral que no se puede operar. Resulta que el asesinato lo cometió usted. ¿Por qué no tiene el valor de admitirlo y salvar así la vida de un inocente?