El mismo testigo -siguió Kerber con su relato- les había explicado que Nicole estaba cada vez más preocupada por la relación. Ella quería cortar, pero él, Donté, se negaba a dejarla en paz. Nicole pensaba que la estaba siguiendo. Creía que Donté se había obsesionado con ella.
Donté lo negó todo con vehemencia, y exigió conocer la identidad del testigo, pero Kerber dijo que era confidencial. Su testigo miente, repitió una y otra vez Donté.
Como en todos los interrogatorios, los detectives sabían en qué dirección iban las preguntas, pero no Donté. Kerber cambió bruscamente de tema y lo acribilló a preguntas sobre la camioneta Ford verde, la frecuencia con que la conducía, dónde, etcétera. Hacía años que era de la familia. Los hijos de los Drumm la compartían.
Kerber preguntó con qué frecuencia la cogía Donté para ir al instituto, al gimnasio, al centro comercial y a una serie de lugares frecuentados por los alumnos de secundaria. ¿Había ido con ella al centro comercial el 4 de diciembre por la noche, el viernes en que desapareció Nicole?
No. La noche de la desaparición de Nicole, Donté estaba en casa con su hermana pequeña. Sus padres se habían ido el fin de semana a Dallas, para una reunión de la iglesia. Donté hacía de canguro. Habían cenado pizza y habían mirado algún programa en el cuarto de la tele, cosa que su madre no solía permitirles. Sí, la camioneta verde estaba aparcada en el camino de entrada. Sus padres se habían ido a Dallas con el Buick de la familia. Los vecinos declararon que la camioneta verde estaba donde decía Donté. Nadie la vio alejarse aquella noche. Su hermana declaró que Donté había estado con ella toda la noche, sin ausentarse en ningún momento.
Kerber informó al sospechoso de que tenían un testigo que decía haber visto una camioneta Ford verde en el aparcamiento del centro comercial sobre la hora en que Nicole había desaparecido. Donté dijo que probablemente en Slone hubiera más de una, y empezó a preguntar a los detectives si era sospechoso. ¿Creen que a Nicole la rapté yo?, preguntaba una y otra vez. Cuando quedó de manifiesto que sí lo creían, se puso extremadamente nervioso. La idea de que sospechasen de él también le daba miedo.
Hacia las nueve de la noche, Roberta Drumm se preocupó. Donté casi nunca faltaba a la cena, y solía llevar su móvil en el bolsillo. Al llamarlo, saltó directamente el contestador. Empezó a telefonear a sus amigos, pero nadie estaba al corriente del paradero de su hijo.
Kerber preguntó a Donté sin rodeos si había matado a Nicole y se había desprendido del cadáver. Donté lo negó, enfadado. Negó cualquier relación con el crimen. Kerber dijo que no lo creía. La conversación entre los dos se hizo tensa, y el lenguaje se deterioró: acusaciones, negativas, acusaciones, negativas… A las diez menos cuarto, Kerber echó la silla hacia atrás y salió echando pestes de la sala. Morrissey dejó el bolígrafo y pidió disculpas por la actitud de Kerber. Dijo que estaba muy estresado, porque era el detective principal, y todos querían saber qué le había pasado a Nicole. Aún existía la posibilidad de que estuviera viva. Además, Kerber era un exaltado con ramalazos autoritarios.
Era el típico número del poli bueno y el poli malo. Donté sabía con exactitud lo que estaba pasando, pero ya que Morrissey era educado, conversó con él. No hablaron sobre el caso. Donté pidió un refresco y algo de comer. Morrissey salió a buscarlo.
Donté tenía un buen amigo que se llamaba Torrey Pickett. Jugaban juntos al fútbol americano desde séptimo curso, pero Torrey había tenido problemas con la justicia el verano antes de empezar el tercer curso de instituto. Pillado en una trampa contra el tráfico de crack, lo habían expulsado del colegio. No había acabado los estudios, y en aquel momento trabajaba en una tienda de alimentación de Slone. La policía sabía que Torrey salía a las diez de la noche todos los días laborables, cuando cerraba la tienda. Lo esperaban dos agentes de uniforme, que le preguntaron si estaba dispuesto a seguirlos voluntariamente a la comisaría para contestar a algunas preguntas sobre el caso de Nicole Yarber. Torrey vaciló, lo cual hizo sospechar a la policía. Le dijeron que su amigo Donté ya estaba allí, y que necesitaba su ayuda. Torrey decidió ir a verlo por sí mismo. Fue en el asiento trasero de un coche patrulla. En la comisaría lo metieron en una habitación, a dos puertas de Donté. Tenía una ventana grande con un espejo unidireccional, para que los agentes pudieran ver al sospechoso, pero él a ellos no. También había micrófonos ocultos, que permitían escuchar el interrogatorio en el pasillo, por un altavoz. Trabajando solo, el detective Needham formuló las preguntas genéricas y no invasivas de costumbre. Torrey renunció rápidamente a los derechos de la ley Miranda. Needham no tardó en sacar el tema de las chicas, y de quién salía con quién, o tonteaba con quien no habría tenido que tontear. Torrey dijo que a Nicole casi no la conocía, y que no la había visto en años. La idea de que su colega Donté saliera con ella le hizo reír. Después de media hora de interrogatorio, Needham salió de la sala y Torrey se quedó a la espera, sentado delante de una mesa.
Mientras tanto, en la «sala del coro», Donté recibió otro sobresalto. Kerber le informó de que tenían un testigo dispuesto a declarar que Donté y Torrey Pickett habían raptado a la joven, la habían violado en la parte trasera de la camioneta verde y habían arrojado el cadáver al Red River desde un puente. Aquello era tan demencial que, aunque parezca mentira, Donté se rió, risa que ofendió al detective Kerber. Donté explicó que no se reía de la chica muerta, sino de la fantasía que se estaba montando Kerber. Si era cierto que tenía un testigo, el tonto era él, Kerber, por creer a un mentiroso y un idiota. Entre otras cosas, se llamaron mentirosos. La situación empeoró todavía más.
De pronto Needham abrió la puerta e informó a Kerber y a Morrissey de que tenían «bajo vigilancia» a Torrey Pickett. Era una noticia tan fabulosa, que Kerber se levantó bruscamente y volvió a salir.
Regresó instantes después y, retomando la misma línea de antes, acusó a Donté del asesinato. En vista de que Donté lo negaba todo, Kerber lo acusó de mentir. Dijo tener la certeza de que Donté y Torrey Pickett habían violado y matado a la chica, y observó que si Donté quería demostrar su inocencia lo mejor era empezar con un polígrafo, un detector de mentiras. Era un método infalible que daba pruebas claras, admisibles a juicio. Donté receló inmediatamente de aquel test, pero al mismo tiempo consideró que podía ser buena idea, una manera rápida de poner fin a semejante insensatez. Él se sabía inocente; sabía que podía superar la prueba, con lo que se quitaría de encima a Kerber antes de que empeorase la situación, así que accedió a ser examinado.
Con la presión de un interrogatorio policial, quienes más posibilidades tienen de someterse al polígrafo son los inocentes; no tienen nada que ocultar, pero sí muchas ganas de demostrarlo. Los sospechosos culpables rara vez acceden a la prueba, por razones obvias.
Donté fue llevado a otra sala y presentado a un detective que se llamaba Ferguson. Una hora antes, al recibir la llamada del detective Needham, Ferguson dormía en su casa. Era el experto del cuerpo en la prueba del polígrafo. Insistió en que Kerber, Morrissey y Needham salieran de la habitación. Ferguson estuvo educadísimo y afable, como si pidiera disculpas por someter a Donté a aquel proceso. Se lo explicó todo, rellenó los papeles, conectó el aparato y empezó a hacer preguntas a Donté sobre su papel en el asunto Nicole Yarber. En total, duró cerca de una hora.
Al acabar, Ferguson explicó que tardaría unos minutos en procesar los resultados. Donté fue llevado otra vez a la «sala del coro».
Los resultados demostraban claramente que Donté decía la verdad. Ahora bien, por decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos es legal que la policía recurra a una serie de prácticas engañosas durante los interrogatorios. Pueden mentir todo lo que quieran.