Cuando Kerber volvió a la «sala del coro», tenía en la mano el gráfico del test. Se lo arrojó a Donté a la cara, y le llamó «mentiroso hijo de puta». ¡Ya tenían la demostración de que mentía! Tenían pruebas claras de que había raptado y violado a su ex novia, y de que, tras matarla en un acceso de rabia, la había tirado por un puente. Kerber cogió el gráfico, lo agitó en las narices de Donté y le prometió que cuando el jurado viera el resultado del test lo declararía culpable y lo condenaría a muerte. «Te espera la inyección», decía una y otra vez.
Otra mentira. La poca habilidad de los polígrafos es tan sabida, que sus resultados nunca se admiten a juicio.
Donté se quedó estupefacto. Estaba mareado, demasiado atónito para articular palabra. Kerber se relajó y se sentó al otro lado de la mesa. Dijo que en muchos casos de crímenes horribles, sobre todo cuando los comete buena gente (no criminales), el asesino borra de manera subconsciente la acción de su memoria. La «bloquea», y santas pascuas. Es bastante habitual; con su exhaustiva formación, y su amplia experiencia, él, Kerber, lo había visto muchas veces. Sospechaba que Donté sentía un gran cariño por Nicole, por no decir amor, y que no había tenido la menor intención de hacerle daño. La situación se le había ido de las manos. De repente estaba muerta, casi sin que él se enterase. Donté se había quedado en estado de shock, y como el sentimiento de culpa era tan abrumador, había intentado bloquearlo.
Pero seguía negándolo todo. Exhausto, apoyó la cabeza en la mesa. Kerber estampó su mano con tal fuerza que sobresaltó al sospechoso. Volvió a acusar del crimen a Donté. Dijo que tenían testigos y pruebas, y que en cinco años estaría muerto. Los fiscales de Texas sabían agilizar el sistema para que no se pospusieran las ejecuciones.
Kerber pidió a Donté que se imaginara a su madre sentada en la sala de testigos, despidiéndose por última vez con la mano, deshecha en llanto mientras a él le ponían las correas y le dosificaban las sustancias químicas. «Eres hombre muerto», dijo más de una vez. Sin embargo, existía una alternativa. Si Donté descargaba su conciencia y explicaba lo ocurrido, con una confesión completa, él, Kerber, le garantizaría que el estado no pediría la pena de muerte. Donté sería condenado a cadena perpetua sin libertad condicional; no era poca cosa, pero al menos podría escribir cartas a su madre y verla dos veces al mes.
Estas amenazas de muerte y promesas de indulgencia son anticonstitucionales, y la policía lo sabe. Tanto Kerber como Morrissey negaron haber usado aquella táctica. No es de extrañar que los apuntes de Morrissey no contengan ninguna referencia a amenazas o promesas. Tampoco recogen con exactitud la hora y la secuencia de los hechos. Donté no tuvo acceso a bolígrafo y papel, y al cabo de cinco horas de interrogatorio perdió la noción del tiempo.
Hacia medianoche, el detective Needham abrió la puerta.
– Pickett está hablando -anunció.
Kerber sonrió a Morrissey, y protagonizó otra salida dramática.
Pickett estaba solo, bajo llave, echando chispas por que se hubieran olvidado de él. Llevaba más de una hora sin ver ni hablar con nadie.
Riley Drumm encontró su camioneta verde aparcada en la cárcel de Slone. Después de un buen rato recorriendo las calles en su coche, le alivió encontrarla. Por otra parte, estaba preocupado por su hijo, y por los líos en los que se pudiera haber metido. La cárcel de Slone está justo al lado de la comisaría, con la cual se comunica. Primero Riley fue a la cárcel, y tras unos momentos de confusión le dijeron que su hijo no estaba entre rejas. No lo habían procesado. Dentro había sesenta y dos presos, ninguno de los cuales respondía a Donté Drumm. El carcelero, un joven policía blanco, reconoció el nombre de Donté y estuvo todo lo servicial que pudo. Aconsejó al señor Drumm que preguntara al lado, en la comisaría. Así lo hizo Riley, pero también esta experiencia le produjo desconcierto y frustración. Era la una menos veinte de la noche, y la puerta principal estaba cerrada con llave. Llamó a su mujer para informarla de la situación. Después pensó en cómo entrar en el edificio. Al cabo de unos minutos aparcó cerca un coche patrulla, del que salieron dos agentes de uniforme. Hablaron con Riley Drumm, y él les explicó la razón de su presencia allí. Los dos agentes salieron en busca de su hijo. Pasó media hora antes de que reapareciesen, con la noticia de que Donté estaba siendo interrogado. ¿Sobre qué? ¿Por qué? Eso no lo sabían. Riley se dispuso a esperar. Al menos no le había pasado nada.
La primera grieta apareció cuando Kerber enseñó una foto en color de Nicole, de veinte por veinticinco. Cansado, solo, asustado, lleno de dudas y superado por la situación, Donté miró una sola vez su cara bonita y se echó a llorar. Kerber y Morrissey sonrieron, confiados.
Tras varios minutos llorando, Donté pidió permiso para ir al baño. Lo acompañaron por el pasillo, y se pararon en la ventana para que viese a Torrey Pickett sentado ante una mesa y escribiendo con bolígrafo en una libreta. Donté no dio crédito a lo que estaba viendo. Sacudió la cabeza, y masculló algo para sus adentros.
Torrey escribía un resumen de una página en el que negaba saber nada de la desaparición de Nicole Yarber. La policía de Slone extravió por alguna razón el resumen, que nunca ha visto nadie.
En la «sala del coro», Kerber informó a Donté de que su amigo Torrey había firmado una declaración en la que afirmaba bajo juramento que Donté salía con Nicole y estaba loco por ella, pero que, temerosa de las consecuencias, Nicole había intentado romper. Donté, desesperado, la seguía, y Torrey temía que le hiciese daño.
Esta última sarta de mentiras la pronunció Kerber leyendo una hoja de papel, como si fuera la declaración de Torrey. Donté cerró los ojos, sacudió la cabeza y trató de entender lo que pasaba, pero ahora pensaba mucho más despacio, y el cansancio y el miedo habían amortiguado sus reflejos mentales.
Preguntó si se podía ir. Entonces Kerber le gritó. El detective lo insultó y le dijo que no, que no se podía ir porque era el principal sospechoso. Ya lo habían pillado. Ya tenían la prueba en sus manos. Donté preguntó si necesitaba un abogado. Claro que no, dijo Kerber. Los abogados no pueden cambiar los hechos. Los abogados no pueden resucitar a Nicole. Los abogados no te pueden salvar la vida, Donté, pero nosotros sí.
Los apuntes de Morrissey no hacen ninguna referencia a que se hablara de abogados.
A las dos y veinte de la madrugada se le permitió a Torrey Pickett marcharse. El detective Needham lo condujo a una puerta lateral, para que no se encontrara con Drumm en el vestíbulo. Los detectives del sótano ya estaban sobre aviso de que el padre del acusado se encontraba en el edificio y quería verlo. Este dato fue negado bajo juramento en varias vistas.
Morrissey empezó a quedarse sin fuerzas, y dejó su puesto a Needham. Durante las tres horas siguientes, mientras Morrissey echaba un sueñecito, fue Needham quien tomó las notas. Kerber no daba muestras de desfallecer. Era como si machacar al sospechoso le diera energías. Estaba a punto de doblegarlo, resolver el caso y convertirse en un héroe. Brindó a Donté otra tentativa con el polígrafo, que en este caso se reduciría a una pregunta sobre su paradero el viernes 4 de diciembre sobre las diez de la noche. La primera reacción de Donté fue negarse y desconfiar del aparato, pero las ganas de salir de la sala fueron más fuertes que esta sabia decisión. Alejarse de Kerber. Cualquier cosa con tal de quitarse de delante a aquel psicópata.
El detective Ferguson volvió a conectarle al aparato, y le hizo unas preguntas. El polígrafo emitió unos ruidos y expulsó lentamente el papel con el gráfico. Donté se quedó mirándolo sin entender nada, aunque algo le dijo que el resultado no sería bueno.