Otra cosa muy distinta era el estado de Texas contra Donté Drumm: ahora luchaban por un hombre inocente, cuya familia sentían como suya.
La larga mesa de la sala principal de reuniones era el centro de la tormenta. Fred Pryor, todavía en Houston, resumía a través del altavoz sus últimos esfuerzos por convencer a Joey Gamble. Habían hablado por teléfono el lunes por la noche, y Gamble había estado todavía menos receptivo.
– Me hizo muchas preguntas sobre el perjurio, sobre su gravedad como delito -dijo a todo volumen la voz de Pryor.
– Koffee lo está amenazando -afirmó Robbie, como si le constase-. ¿Le preguntaste si ha hablado con el fiscal del distrito?
– No, aunque se me ocurrió -repuso Pryor-. Al final no se lo dije porque supuse que no lo divulgaría.
– Koffee sabe que el chico mintió en el juicio, y le ha dicho que haríamos una intentona in extremis -dijo Robbie-. Lo ha amenazado con denunciarlo por perjurio si ahora cambia de versión. ¿Te apuestas algo, Fred?
– No, seguramente es así.
– Explícale a Joey que el régimen de prescripción también vale para el perjurio. Koffee no puede hacerle nada.
– Vale.
Apagaron el altavoz. En la mesa aterrizó una bandeja de pastas, que atrajo a una multitud. Los dos abogados que tenía Robbie a sueldo, ambas mujeres, estaban revisando una petición de suspensión de pena para el gobernador. En una punta de la mesa estaba Martha Handler, absorta en el mundo de las transcripciones judiciales. Aaron Rey, sin chaqueta, con ambas pistolas a la vista en el arnés de la camisa, tomaba café en un vaso de cartón, mientras leía el periódico de la mañana. Bonnie, una técnica legal, trabajaba en un portátil.
– Supongamos que Gamble se sincera -le dijo Robbie a su abogada sénior, una señora remilgada, de edad indefinida.
Veinte años antes, Robbie había demandado al cirujano plástico de su colaboradora por no haber obtenido ni remotamente los resultados esperados en un lifting facial, pero en vez de renunciar a las intervenciones correctoras, ella se había limitado a cambiar de cirujano. Se llamaba Samantha Thomas, o Sammie, y cuando no trabajaba en los casos de Robbie demandaba a médicos por negligencia y a empresas por discriminación de edad y raza.
– Ten lista la petición, por si acaso -dijo Robbie.
– Casi la he terminado -repuso Sammie.
La recepcionista, Fanta, alta y esbelta, de raza negra, que había sido una estrella del baloncesto en el instituto de Slone, y que en otras circunstancias se habría graduado a la vez que Nicole Yarber y Donté Drumm, entró en la sala con un puñado de mensajes telefónicos.
– Ha llamado un reportero del Washington Post que quiere hablar contigo -le dijo a Robbie, que se fijó enseguida en sus piernas.
– ¿Lo conocemos?
– Nunca había oído su nombre.
– Pues no le hagas caso.
– Ayer a las diez y media dejó un mensaje un reportero del Houston Chronicle.
– ¡No será Spinney!
– Sí.
– Pues mándale a la mierda.
– Yo no uso esas palabras.
– Pues entonces no le hagas caso.
– Ha llamado Greta tres veces.
– ¿Aún está en Alemania?
– Sí; no se puede pagar el billete de avión. Quiere saber si puede casarse con Donté por internet.
– ¿Y tú qué le has dicho?
– Que no, que no se puede.
– ¿Le has explicado que Donté se ha convertido en uno de los mejores partidos del mundo? ¿Que en esta última semana le han hecho como mínimo cinco propuestas matrimoniales, todas desde Europa? ¿Todo tipo de mujeres, jóvenes, viejas, gordas y flacas, cuyo único rasgo en común es que son feas? ¿Y tontas? ¿Le has explicado que Donté tiene bastantes manías a la hora de elegir con quién se casa, y que lo está tomando con calma?
– No he hablado con ella. Ha dejado un mensaje en el contestador.
– Mejor. No le hagas caso.
– La última es de un pastor de una iglesia luterana de Topeka, Kansas. Ha llamado hace diez minutos. Dice que podría tener información sobre la persona que mató a Nicole, pero que no sabe muy bien qué hacer con ella.
– Genial, otro chalado. ¿Cuántos llevamos en lo que va de semana?
– He perdido la cuenta.
– No le hagas caso. Parece mentira la cantidad de pirados que aparecen en el último momento.
Fanta dejó los mensajes sobre la montaña de escombros que había delante de Robbie, y se fue. Robbie siguió su salida de principio a fin, pero no tan boquiabierto como de costumbre.
– A mí no me molesta llamar a los pirados -dijo Martha Handler.
– Tú lo único que buscas es material -replicó Robbie-. Es una pérdida de tiempo valioso.
– Las noticias de la mañana -dijo en voz alta Carlos, el técnico, cogiendo el mando a distancia.
Lo apuntó hacia un televisor de pantalla ancha, colgado en un rincón. Todas las voces se callaron. El reportero estaba frente a los juzgados del condado de Chester, como si en cualquier momento pudiera ocurrir algo dramático. Empezó a declamar:
Las autoridades guardan un mutismo total sobre sus planes ante el riesgo de disturbios aquí en Slone, tras la prevista ejecución de Donté Drumm. Como saben, Drumm fue condenado en 1999 por violación con circunstancias agravantes y asesinato de Nicole Yarber, y a menos que se produzca una suspensión o un indulto de última hora será ejecutado en la cárcel de Huntsville el jueves a las seis de la tarde. Drumm sigue manteniendo su inocencia, y aquí en Slone hay muchos que no creen que sea culpable. El caso ha tenido un trasfondo racial desde el principio, y nos quedaríamos cortos si dijéramos que la ciudad está dividida. Me acompaña el comisario jefe, Joe Radford.
La cámara se alejó, mostrando la rotunda figura del comisario, de uniforme.
– Comisario, ¿qué podemos esperar si se lleva a cabo la ejecución?
– Pues que se haya hecho justicia, supongo.
– ¿Usted prevé disturbios?
– En absoluto. La gente tiene que entender que el sistema judicial funciona, y que es necesario cumplir el veredicto del jurado.
– ¿O sea que no prevé problemas para el jueves por la tarde?
– No, pero dispondremos de todos nuestros efectivos. Estaremos preparados.
– Gracias por dedicarnos estos momentos.
La cámara hizo un zoom que dejó fuera al comisario.
Para mañana a mediodía se está organizando una manifestación justo delante del juzgado. Nuestras fuentes nos han confirmado que el ayuntamiento ha autorizado la reunión. Volveremos sobre ello más tarde.
El reportero se despidió. El técnico pulsó un botón para silenciar el volumen. No hubo comentarios por parte de Robbie. Todos siguieron trabajando.
La Comisión de Indultos y Libertad Condicional de Texas constaba de siete miembros, designados por el gobernador. Cualquier recluso que desee clemencia debe dirigir su escrito a dicha comisión. Las peticiones pueden realizarse en una sola página, u ocupar todo un archivador lleno de pruebas, declaraciones juradas y cartas de todo el mundo. La que presentó Robbie Flak en representación de Donté Drumm era una de las más exhaustivas de toda la historia de la comisión. Rara vez se obtiene clemencia. En caso de negativa se puede apelar al gobernador, el cual no puede dispensar clemencia por iniciativa propia, pero sí está facultado para suspender la condena durante treinta días. En las raras ocasiones en que la respuesta de la comisión es positiva, el gobernador tiene derecho a anular su decisión, en cuyo caso el estado sigue adelante con la ejecución.